“A las personas de la mentalidad nuestra, las ideas, las doctrinas, les producen una verdadera urticaria, en cambio en la izquierda la discusión intelectual es más poderosa”.
Carlos Larraín.
“La historia de la humanidad es la historia de las ideas. Son las ideas, las teorías y las doctrinas las que guían la acción del hombre, determinan los fines últimos que éste persigue y la elección de los medios que emplea para alcanzar tales fines”.
“Quienes controlan las opiniones de un pueblo, controlan sus acciones”.
Prefacio
Es una realidad bastante evidente que Chile ha experimentado un proceso de (re) izquierdización desde la década del 90 en adelante. Proceso que parte por lo intelectual, atravesando lo político, lo económico y lo social. Basta una simple observación al cambio de eje que ha experimentado la discusión pública -de uno productivo a uno esencialmente redistributivo estatista- para darse cuenta de ello. Lamentablemente, en un país que ha hecho de las encuestas su fetiche nacional, los argumentos que no se apoyen en ellas tienden a no convencer a muchos cuya capacidad de observación se encuentra atrofiada. Por eso no me ha quedado más remedio que incluir algunos datos que reflejan el hecho indesmentible de que las ideas de izquierda, es decir, aquellas contrarias al sistema económico liberal y partidarias de un Estado interventor y redistributivo, son predominantes entre la población chilena. Los datos que expongo a continuación son meramente ilustrativos y pretenden dar cuenta simplemente del hecho de que, más allá de las diversas interpretaciones que se puedan hacer, existe hoy un terreno fértil para la siembra del discurso estatista a nivel popular. Discurso que ha recobrado vigor ante la pasividad amébica de la derecha chilena, enarbolándose nuevamente, como veremos con profundidad en la segunda parte de este libro, por amplios sectores de la clase política nacional con un objetivo bastante definido: liquidar el sistema económico liberal de los Chicago boys. Este es el nefasto camino que plantea la intelectualidad y la clase política progresista actual, el que sólo puede recorrerse pagando con nuestra libertad y prosperidad. Socialistas moderados, socialistas descolgados y democratacristianos, todos apuntan en esa dirección. Y lógicamente la masa, cuya opinión se define a partir de lo que transmiten sus líderes políticos e intelectuales, se suma a este anhelo estatista igualitario. Veamos los siguientes datos.
En 1990, recién comenzados los gobiernos de la Concertación, sólo el 18% de los chilenos decía que el ingreso debía ser más igualitario y un 22% pensaba que éste tenía que ser entendido como un incentivo para superarse. Casi dos décadas de gobiernos y prédica socialista después, el 34% dice que el ingreso debe ser más igualitario – casi el doble que en 1990- y un magro 8% - menos de la mitad- cree que el ingreso debe ser un incentivo para hacer las cosas mejor en el trabajo.
De los estudios citados se concluye, entre otras cosas, que para la mayor parte de los chilenos el Estado es responsable de las desigualdades en el sentido de no intervenir para corregirlas, mientras los empresarios son responsables en el sentido de generarlas. Una encuesta de fines de 2008 ratifica esta conclusión: la mayoría de los chilenos está de acuerdo o muy de acuerdo en que el Estado tenga empresas de utilidad pública (71,6%); que exista una AFP estatal (67,2%); que aumenten los bancos estatales (65,7%) y que el transporte público esté en manos de una empresa estatal (58,1%). Del mismo modo, la mayoría de los encuestados (52,9%) dijo ser partidario de que todas las universidades pasen a manos del Estado y de que exista una cadena de supermercados estatal (51,9%).
A usted podrá parecerle increíble que después del fracaso estrepitoso de los sistemas estatistas y del éxito arrollador de lo que se llamó “capitalismo popular”, la mayoría de quienes han sido precisamente los beneficiados del sistema económico liberal, es decir, la masa de chilenos, piense que el Estado empresario e interventor debe regresar en gloria y majestad. Pero esto no es raro, es más, es absolutamente entendible e incluso era previsible. Lo que pasa es que desde que retornó la democracia al país, la derecha chilena -política, económica y social- nunca realizó un trabajo de penetración cultural e ideológico para consolidar las ideas liberales sobre las que se basa nuestro sistema de mercado. Cómo será el fracaso en esta materia que ni siquiera ha sido capaz de articular un auténtico proyecto político en dos décadas. Y la razón por la que no la ha hecho es bastante simple: la derecha chilena, salvo escasas excepciones, no entiende ni cree en el poder de las ideas y de la cultura como factores decisivos de la evolución política, económica y social. Suele reducir sus categorías de análisis a lógicas productivas, técnica e incentivos, olvidando que el ser humano se mueve fundamentalmente por las creencias, prejuicios, estereotipos, valores e ideas que le transmite el colegio, la iglesia, la familia, la universidad, la televisión, los libros, el teatro, la música, etc. Todo ese espacio en que la persona forja su identidad y las creencias que definirán sus acciones, es lo que se suele llamar cultura. Este es el campo de batalla por excelencia de cualquier proyecto político y social. Es a través de las creencias e ideas difundidas en ese espacio donde se ganan los apoyos de las mayorías. La derecha, que no entiende lo anterior, ha dejado que la izquierda acapare la cultura casi sin contrapesos permitiéndole instalar su mensaje. Esa es la fatal ignorancia de la derecha chilena: no entender que la cultura y el mundo intelectual son decisivos en la batalla por las ideas y que del resultado de esa batalla depende finalmente el de la lucha política y en consecuencia el destino del país.