E. M. Cioran - Breviario de los vencidos
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- Libro:Breviario de los vencidos
- Autor:
- Editor:ePubLibre
- Genre:
- Año:2018
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Breviario de los vencidos: resumen, descripción y anotación
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Redactado en París entre 1940 y 1946, Breviario de los vencidos es el sexto y último libro que Cioran escribió en rumano. Con apenas treinta años, inició este «breviario» en el que desarrolla temas y obsesiones que caracterizarán su obra: el esteticismo, que hace del arte la única excusa para seguir en este mundo; el nihilismo, que busca en el goce del instante lo absoluto; la nostalgia de una «vida fuerte» en el sentido más pagano del término… Las ideas que vertebran estas páginas —la nada, el éxtasis, el dolor de existir, el tormento religioso o la insuperable melancolía de un yo que se sabe irremediablemente escindido de la totalidad— van cobrando forma en la inconfundible voz de Cioran, un insomne que ha hecho del tedio y del desencanto la auténtica morada del hombre, y que las aborda desde las innumerables perspectivas que es capaz de adoptar: la del místico, el esteta, el nihilista, el apocalíptico o el antimoralista.
E. M. Cioran
ePub r1.0
Titivillus 26.06.18
Título original: Indreptar patimas / Bréviaire des vaincus
E. M. Cioran, 1993
Traducción: Joaquín Garrigós
Ilustración de la cubierta: detalle de El Jardín de las delicias, de Hieronymus Bosch
Digitalizado: walter_lombardi
Editor digital: Titivillus
ePub base r1.2
La sustancia de la duración es el hastío y la del combate en la duración, la desesperación.
Los hombres creen en algo para olvidar lo que son. Al enterrarse bajo ideales y refugiarse en ídolos, matan el tiempo con toda clase de credos. Nada les haría sufrir más atrozmente que despertarse sobre la pila de sus placenteras falacias, frente a la pura existencia.
¿La desesperación? Vivir de forma interjeccional. Por ello, el mar, interjección líquida e infinitamente reversible, es la imagen directa de la vida y la encamación inmediata del corazón.
Ni salud ni enfermedad: dos ausencias a las que reemplaza el vacío del hastío.
El universo no tiene más sentido que mostrarnos que, si desaparece, lo podemos sustituir con la música, con una irrealidad más verdadera.
Al deslizarte por la pendiente de los pensamientos, a menudo incriminas a la existencia. Pero ella no ha cometido ningún pecado como no sea, tal vez, el de no ser.
Seca en tu espíritu amargo el manantial de las acusaciones. Endulza el veneno inagotable y el cinismo saltarín de la carne. Enamórate con soñadora impudicia del sinsentido del destino. Más vano que un cometa en un mundo sin agüeros y más fútil que el sable de un arcángel en un mundo sin cielo, pasea tu destino inútil saltando sobre el meollo de las ilusiones con la ceguera de un hombre que conoce la ausencia del todo. Con la ceguera de un hombre desenfrenado.
Chupa las raíces de la mentira y embriaga tus acechantes vigilias con la ciencia falsa del ser. Y sé, justamente como el ser sería.
La felicidad me paraliza el espíritu. La realización en la vida me vacía de mí mismo y la desdicha amorosa borra las huellas de la grandeza. La felicidad carece de yo…
Tras haber perdido hasta el agotamiento la conciencia en la voluptuosidad, ¡cuán tempestuosamente anhelas las fiebres de la separación! ¡Poder quedarte solo en tu habitación, sin nadie, sin tu amante, absorbiendo el néctar de la desdicha! ¡Desprovisto de todo ideal, con los ojos exprimidos de existencia, extender la fatiga de tu sueño más allá del cielo!
Te has precipitado en el mundo y como no hallaste alimento en él, te nutres de la sustancia del destierro.
La auténtica vida no reside en la cordura sino en la ruptura. Como el universo no puede sanar la herida del corazón, tengo que emborracharme de delirio bajo las estrellas. Pues ni las espaldas ni el cerebro pueden soportar más la carga de lo incomprensible.
El soplo del destino corre como una brisa a través de las ideas. Y la Lógica, hacia la que tiende el vacío del pensamiento, se tambalea. El alma pulveriza las categorías. Y el cosmos se vuelve un tormento.
La tierra se extiende bajo nuestros pies para que nos dispersemos. Miré a lo alto, miré abajo y a los cuatro puntos cardinales del gran Dónde, y descubrí por doquier el fracaso de mi vida.
Creí matar mi vigilia agotando mis sentidos. Pero tras el abrazo, volví a encontrar la atroz lucidez.
Busqué caricias aumentando mi deseo de grandeza. Y me encontré siendo esclavo del incurable significado del espíritu.
Intenté taparme los oídos acudiendo a la embriaguez. Y la vista se me aguzó sobre los inmensos espacios.
Los senderos cegados de mi mente me produjeron un resplandor aún más implacable.
Ni la gloria, ni la mujer ni la bebida me han despejado el camino de prohibiciones ni han librado al espíritu de la opresión. Mi vida se compone de una sucesión desordenada de instantes. Nada liga unos con otros. Su cadena se rompió y en mis oídos zurren los anillos de la desmembración.
¿… En qué manos habré de depositar mi ser?
¿Y a quién habré de pasarle el honor del desaliento?
Me gustaría hacerme una colcha con la Idea y taparme con ella y, bajo su abstracta estrechez, cortar las vacilaciones de mi corazón. Estoy harto de él. Y, más aún, de su rostro, del alma.
La náusea tiene su origen en los sentimientos. En el fondo del corazón solamente hay pus y hedor caliente. Hacia un espíritu purificado del jugo de la vida y de los fermentos del sentimiento, hacia un pensamiento marmóreo, desencadenado del alma quiero volver mi diferencia.
Que ni un hilo de emoción perturbe más el semblante de la razón. Bastante tiempo has sido un tenor de las apariencias. Busca ahora en ti mismo, sin melodías, la dureza de la separación, como un erizo del espíritu. Observa lo que les sucede a otros e incluso a ti mismo como si no fueseis nadie, míralos precisamente como un demonio asqueado de mal, como un demonio cesante. Y que, asustado por la frialdad objetiva del espíritu, el Devenir postergue eternamente su marcha.
Por regla general, todos creemos que estamos llenos de vida y alardeamos de nuestros esfuerzos y de su fruto. En realidad, llevamos a la espalda un saco vacío que llenamos de vez en cuando con migajas de realidad. El hombre es un mendigo de la existencia. Un ridículo ganapán en la irrealidad, un chapucero de la naturaleza.
Te haces un aposento en el mundo y te crees que has escapado de él. Ya no ves nada a tu alrededor. Y cuando te crees que estás más solo, te das cuenta de que tu albergue carece de techo. ¿Hacia dónde vas a escupir? ¿Hacia el sol o hacia la noche? Abres las manos en el espacio. Y los dedos se te pegan en el vacío. No se adhieren a ningún ser porque el ser quema. Lo real escuece, lo real duele. Respirar es un martirio. Y es que el soplo de la vida se filtra a través del homo del horror.
La religión y, sobre todo, su servidora, la moral, robaron al yo (y, así pues, a la cultura) el encanto de la distinción: el desprecio. Mirar por encima del hombro a la caterva humana que te toma por hombre. No existen yoes sino sólo el destino que te hace diferente de tus semejantes. La cultura, según la fórmula suprema de su intimidad, es la disciplina del desprecio. A los otros hay que ayudarles, aconsejarles, pero no molestarlos en su vida que bulle de expectativas. Bajo ningún concepto hay que despertarlos. Ellos no sabrán nunca lo caro que se paga la singularidad de su destino. Dejad dormir al hombre. Como sólo existe el sueño en el paraíso, huir de sí mismo implica dulcificar el destino. El individuo transparente a sí mismo tiene derecho a todo. Puede cortar el hilo cuando quiera. El
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