Albert J. Nock - Nuestro enemigo, el Estado
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ALBERT JAY NOCK (13 de octubre de 1870 - 19 de agosto de 1945) fue un influyente autor estadounidense anarquista individualista de raíces liberales, pedagogo, teórico y crítico social de la primera mitad del siglo XX.
Nock se calificaba a sí mismo como un anarquista filosófico, y reivindicaba una visión radical de la sociedad libre de la influencia política del Estado. Describía al estado como aquel que «se reserva y ejerce el monopolio del crimen». Se opuso a la centralización, la regulación, la fiscalidad sobre los ingresos y la educación obligatoria, todo lo cual veía como la degradación de la sociedad.
En memoria de
Edmund Cadwalader Evans
Gran economista, uno de
los pocos que entendieron
la naturaleza del Estado
«Sea o no cierto que el Hombre es deformado en la injusticia y concebido en pecado, es incuestionablemente cierto que el Gobierno está engendrado de agresión, y por agresión».
HERBERT SPENCER, 1850
«El peligro más grave que acecha hoy en día a la civilización: la intervención del Estado, la absorción de todo el esfuerzo social espontáneo por el Estado; es decir, de cualquier acción histórica espontánea, que a largo plazo sostiene, nutre e impulsa los destinos humanos».
JOSÉ ORTEGA Y GASSET, 1922
«El Estado ha adquirido una gran cantidad de nuevas tareas y responsabilidades; ha extendido sus poderes hasta llegar a penetrar en cualquier acto del ciudadano, aunque en secreto; ha comenzado a moldear, en torno a sus operaciones, la alta dignidad e impecabilidad de una religión estatal; sus agentes se convierten en una casta separada y superior, con autoridad para apretar, aflojar, y meter sus narices en todos los asuntos. Pero sigue siendo, como fue desde un principio, el enemigo común de todo hombre decente, trabajador y con buena disposición».
HENRY L. MENCKEN, 1926
Título original: Our Enemy, the State
Albert J. Nock, 1935
Traducción: Almudena Santalla
Retoque de cubierta: Leviatán
Editor digital: Piolin
Primer editor: Leviatán (r1.0)
ePub base r1.2
Hace medio siglo, cuando andaba yo esforzándome para poder articular una filosofía política y social con la que mi voz interior estuviera de acuerdo, adquirí mi primera experiencia con eso que se ha venido a llamar pensamiento libertario. Yo había leído —y disfrutado— con la lectura de filósofos clásicos como John Locke, John Stuart Mill, los estoicos y otros que se tomaron en serio las penas sufridas por el individuo a manos de los sistemas políticos. El hecho de descubrir los escritos de H. L. Mencken, durante los primeros días de estudio, me puso en contacto por primera vez con toda la serie de críticos contemporáneos de los patrones de comportamiento estatal. Fue en esa época que leí el libro titulado Nuestro Enemigo el Estado, escrito por Albert Jay Nock, cuando comenzó mi verdadera transformación intelectual. No poco después, comencé a interesarme cada vez menos por el estudio del razonamiento filosófico abstracto para pasar a interesarme cada vez en la forma de actuar de los sistemas políticos.
Uno de los problemas principales de la filosofía política descansa en el hecho de que ésta exige la tarea de descifrar el pensamiento abstracto del autor que la escribe. ¿Se encuentran estos enfoques sobre el «estado de naturaleza», tal y como éste fue entendido por Hobbes, Rousseau o Locke, avalados por estudios empíricos realizados sobre sociedades históricas sin Estado, o se trata más bien de las experiencias de vida, la especulación intuitiva, el adoctrinamiento, el inconsciente colectivo y otras influencias del interior humano lo que en verdad tiene el autor en mente? Como el conocimiento que tenemos sobre el mundo está impregnado de subjetividad, también cabe plantearse la misma cuestión sobre cualquiera que se dedique a la filosofía especulativa: ¿Resulta posible salirnos de nosotros mismos para poder comentar sobre el mundo libre de las cargas que ejerce nuestro propio pensamiento sobre ello? ¿Tenía razón Heisenberg al contarnos que el observador constituye un ingrediente central en eso que se observa? El tipo de expectativas que tenemos sobre los sistemas políticos ejercen un alto poder de seducción sobre nosotros en relación a cómo estos deberían funcionar.
¿Quién es este observador que acabo de descubrir? Abert J. Nock comenzó su carrera como sacerdote episcopal para luego pasarse al periodismo. En varias ocasiones éste escribió para las revistas The Nation and Freeman, publicaciones éstas que mantenían una perspectiva diferente que la mantenida por las corrientes de pensamiento contemporáneo. Jefersionano y Georgiano declarado, Nock fue un hábil orador sobre el liberalismo clásico; defensor del libre mercado, la propiedad privada y receloso frente al poder. Éste escribió en una época en la que el concepto de «liberalismo» estaba siendo política e intelectualmente corrompido para transformarlo en su antítesis de una sociedad dirigida por el Estado; y a Nock le preocupó en especial el efecto negativo que tal transformación habría de tener tanto en el individuo como en la cultura en general cuando la corrupción del nuevo carácter humano se hiciera la norma social.
Nock tuvo un interés permanente en la pregunta epistemológica que se pregunta cómo y por qué sabemos lo que sabemos, y como los cambios en nuestra manera de pensar genera el tipo de modificaciones externas que surgen en el mundo a partir de nuestro interior. En su ya clásica Memoirs of a Superfluous Man, éste observó que «la cosa más significativa sobre [el hombre] reside en lo que éste piense; y significativo es también el ver cómo éste llegó a pensarlo, determinar el por qué continúa pensándolo, o si fue que éste abandonó la tal forma de pensar, qué tipo de influencias se ejercieron que le hicieron cambiar su enfoque».
Albert Jay Nock fue lo que en mi juventud hubiera sido descrito como un exponente de la educación de las «artes liberales». Éste comprendió bien, no sólo que «las ideas tienen consecuencias» —una cuestión que desarrolló Richard Weaver— sino que la organización se rige por una cierta dinámica que, cuando se moviliza, puede generar consecuencias inesperadas. Si bien Nock reconoció la consecución del interés personal como un factor motivacional fundamental, éste pudo constatar cómo los intereses de tipo político y corporativo pueden combinarse para promover tales intereses, de forma coercitiva, a expensas de otros.
El desarrollo intelectual de Nock se vio fuertemente influenciado por los trabajos del economista y sociólogo alemán Franz Oppenheimer. Nock centró una parte importante de su esfuerzo sobre el análisis de los dos medios principales de Oppenheimer —expuesto éste en su Der Staat— en función de los cuales los seres humanos pueden satisfacer sus necesidades. El satisfacer estas necesidades a través del ejercicio laboral propio y su intercambio equivalente por la fuerza de trabajo de otras personas, era lo que Oppenheimer entendía como «medios económicos». Por contra, el perseguir tales intereses a través de «la apropiación indebida del trabajo de otros» fue definido por él como «medios políticos». Nock se expande a partir de la tesis de Oppenheimer al objeto de describir la verdadera forma de operar del Estado. Debido a que la gente tiende a perseguir sus fines «ahorrando la mayor cantidad de trabajo» posible, ésta siempre tenderá a preferir el camino político al económico, una característica esta que ha visto nacer al moderno Estado corporativo —o eso que Nock conocía como «Estado Mercader».
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