Molinero, Cune El último mundial / Cune Molinero ; Alejandro Turner. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Planeta, 2020. Archivo Digital: descarga ISBN 978-950-49-7115-3 1. Deportes. 2. Fútbol. I. Turner, Alejandro. II. Título. CDD 796.334 |
© 2020, Ernesto Marcial Molinero y David Alejandro Turner
Diseño de cubierta: Departamento de Arte de Grupo Editorial Planeta S.A.I.C.
Diseño de interior: Álvaro Caldelas
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Primera edición en formato digital: junio de 2020
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ISBN edición digital (ePub): 978-950-49-7115-3
A la memoria del Tata Brown
Balcones
ESTE LIBRO PODRÍA EMPEZAR CON UNA FOTO . O más bien con dos. Las dos fotos del festejo en el balcón de la Casa Rosada con el equipo argentino y el mandatario de turno: la del 86 y la del 90. Entre una y otra foto hay algo más que la sencilla diferencia entre haber ganado o perdido una final. De un balcón a otro hay cuatro años claves en la transformación de Argentina (y de aquel equipo de fútbol). El pasaje de la “primavera alfonsinista” —que tuvo tal vez en los festejos por la Copa del Mundo su punto más alto— a una Argentina que se preparaba para iniciar la experiencia neoliberal más extrema del continente. Un país que había cambiado. Una democracia que empezaba a parecerse más a la que habitamos ahora: con menos temor al poder militar. Pero también con menos ilusiones.
¿Cuándo terminó la “primavera democrática”? Tal vez el día en que Alfonsín nos mandó a nuestras casas de vuelta, aquella Semana Santa del 87. O incluso antes, cuando nos habló de la “economía de guerra”, también desde el balcón de la Casa Rosada. Si algo quedaba de esa “primavera”, fue pulverizado con la “híper” del 89. Cuando se desvaneció finalmente aquella superstición de que bastaba la democracia para comer, curar, educar y demás. Y entonces al balcón se asomó Menem.
El paso de la llamada “primavera democrática” a esa idea utilitaria y desangelada de votar cada dos años sin demasiadas esperanzas fue mucho más que el final de los 80. Fue el pasaje doloroso a un nuevo mundo. Porque entre los 80 y los 90, en Argentina, hay mucho más que una pila de años. Hay un salto mortal de un universo a otro.
Una noche nos acostamos en aquel país luminoso, trabajoso, que se hacía a mano, dificultosamente, sobre las ruinas que habían dejado las patotas del “proceso”, plagado de ilusiones incluso tontas. Y amanecimos en un territorio en el que no se podía sobrevivir sin una mínima cuota de cinismo. Con menos alegría y más teléfonos. Con menos almacenes que hipermercados. Con menos “ Humor ” y más “ Caras ”.
Los cuadros prometedores de la nueva política se convirtieron en CEOs. Los viejos se fueron muriendo. Y llegó el imperio de las camas solares, los trajes millonarios italianos, las intervenciones estéticas de glúteos, las cocaine decisions .
Si tuviéramos que ubicar en dónde está ese abismo que casi todos saltamos para pasar de una Argentina a otra, no hay dudas de que está entre el 86 y el 90. Entre un balcón y otro. Entre aquel de los festejos por el Mundial de México y este de las celebraciones por un subcampeonato en Italia. ¿Fue ese recibimiento un último soplo de alegría propio de tiempos idos o el comienzo de una era en la que solo se podrían celebrar intentos heroicos porque las verdaderas fiestas ya eran fatalmente privadas?
Justo en la mitad de este recorrido hay algunos otros balcones sintomáticos. En los primeros días de marzo del 88, Olmedo cayó de un balcón marplatense. Pocos días antes Monzón había asesinado a Alicia Muñiz simulando una caída desde el balcón de la casa quinta que ocupaban en la misma ciudad. Puntos de giro. También ese verano se murieron los 80.
Este libro cuenta, sin habérselo propuesto, una parte de esa transformación. No desde el análisis sociopolítico, sino más bien desde la crónica. Desde el simple pero revelador ejercicio de ir acompañando el día a día de la selección argentina de fútbol en un trayecto que arranca con el pitazo final en el Azteca y termina en el último minuto del partido definitivo contra Alemania, cuatro años después. Un país cambiante y en pleno viaje hacia un nuevo escenario social y político es el telón de fondo del periplo siempre accidentado de aquel equipo campeón hacia la más sufrida de sus hazañas.
No se trata de plantear el fútbol como metáfora de un país (una elaboración siempre absurda e intencionada), ni mucho menos de unir las formas del juego a los virajes ideológicos de Argentina. Sí de contar el fútbol argentino y particularmente a la selección como parte de un paisaje en el que todo estaba trastocándose de un modo que se hacía difícil de entender sin la distancia que da el tiempo. Se trata de poner el 90 y su génesis en sintonía con el devenir político, las circunstancias económicas, los vaivenes culturales y el andar del espectáculo.
Si aquel Mundial fue el último para muchos países que ya no figurarían en los siguientes mapas, ¿habrá sido también aquel equipo la última imagen de un país futbolístico a punto de morir? Pronto llegarían los éxodos masivos, la explosión de las marcas, el flujo ininterrumpido de miles y miles de imágenes y noticias de la pelota, los sponsors , las cifras astronómicas, la devoción por el fútbol europeo, los cronistas hinchas, el ingreso bruto de la televisión a tallar en la organización de los torneos y de las competencias, y todas aquellas cosas que describen una supuesta modernidad.
Italia 90 fue el último Mundial contado en las tapas de los diarios y de las revistas. El último Mundial con muchedumbres festejando en la calle prácticamente en cada instancia. El último Mundial completo con un Maradona incompleto. El último sin canales de deportes ni Internet. El último sin previas eternas y sin necesidad de rellenar minutos con lo que fuere. El último dirigido por uno de los dos polos que construyeron la principal contradicción de nuestro fútbol: Menotti y/o Bilardo.
El 90 fue el último Mundial del fax, de la camaradería entre periodistas de distintos medios, de los enviados charlando cara a cara con los protagonistas en la concentración, sin apuros ni gambetas. Sería también el último Mundial en el que se dejó pegar salvajemente. Suele culparse a la selección argentina de buena parte del pobre juego que se vio en aquella Copa. Suele eludirse, convenientemente, que fue tal vez la principal víctima de la violencia con la que se jugó.
Este es un libro construido con las voces de muchos futbolistas que protagonizaron esa aventura. Pero también con el testimonio generoso de periodistas que vivieron con la intensidad con la que esa época se vivía. Todos ellos fueron fundamentales para entender ese tiempo del país y del seleccionado. Todos reconocen que en algún momento se quebraron, que gritaron, que se emocionaron y que hasta se olvidaron de que no les gustaba el fútbol de los equipos de Bilardo.
Después de la gloriosa conquista del 86, el 90 cierra un ciclo extraordinario que imprimió como nunca antes en sus futbolistas (y tal vez como nunca después) el orgullo de ser jugador de la selección argentina.