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Stefan Zweig - Momentos Estelares de la Humanidad

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Stefan Zweig Momentos Estelares de la Humanidad
  • Libro:
    Momentos Estelares de la Humanidad
  • Autor:
  • Editor:
    Rialp
  • Genre:
  • Año:
    2022
  • Ciudad:
    Madrid
  • Índice:
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2022 de la edición española traducida por A NTONIO R ÍOS R OJAS by - photo 1

© 2022 de la edición española traducida

por A NTONIO R ÍOS R OJAS

by EDICIONES RIALP, S. A.,

Manuel Uribe 13-15, 28033 Madrid

www.rialp.com

Preimpresión/eBook: produccioneditorial.com

ISBN (edición impresa): 978-84-321-6303-6

ISBN (edición digital): 978-84-321-6304-3

No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento informático, ni la transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por registro u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito de los titulares del copyright . Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita reproducir, fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

Índice

Presentación

A NTONIO R ÍOS R OJAS

N I P ARÍS , NI N UEVA Y ORK , sino Viena era el centro del mundo en los dos primeros decenios del siglo XX . Fue en la ciudad del Danubio donde se fraguaron, más que en ningún otro lugar, muchos de los esplendores y los horrores que estaban aún por llegar y que, a la postre, acabarían rotulando nuestro mundo actual y nuestras propias vidas. En la Viena de aquellos años, el último de los imperios europeos ejecutaba disonante un canto de cisne, mientras el Parlamento era testigo de cómo treinta y tres partidos políticos gritaban sin orden y en quince lenguas distintas, las más dispares exigencias políticas. Allí, en aquellos años moría dulcemente el romanticismo con Gustav Mahler, mientras el mismo compositor, en una dulce muerte-resurrección espiritual, abría camino a Schönberg y acogía en sus brazos al dodecafonismo. En aquella Viena se producían cambios más radicales en el arte que en la misma París, y a la estación Norte de Praterstern acudían miles, decenas de miles, de judíos del este, muchos más de los que decidieron poner rumbo hacia Nueva York.

En el centro de aquel centro del mundo, en Schottenring, a unos diez minutos a pie de la consulta donde diez años más tarde ejercería Siegmund Freud, nació el 28 de noviembre de 1881 Stefan Zweig. De origen judío, la familia Zweig pertenecía a la burguesía rica, no religiosa de Viena. Sin embargo, Zweig nunca se sintió judío, su mirada hacia el mundo y el hombre no era excluyente, y anhelaba en sueños literarios y políticos una Europa unida sobre los cimientos culturales del humanismo y de la ilustración. El fracaso de este sueño humanista lo tenemos expresado en el relato aquí traído Wilson fracasa. Solo en sus años finales de vida se hizo consciente Zweig de su pertenencia a una rama de la humanidad, al pueblo judío perseguido y sufriente, pero su sueño de una Europa ilustrada, liberal y culta no cesó jamás. Su suicidio en Brasil en el año 1942 fue tan solo la dramática demostración de que su sueño seguía vivo, pues no se suicida quien no ve esperanza, sino quien la ve y no tiene ni el remedio ni la paciencia para esperar su venida. Por ello se despidió así de sus amigos: « Ojalá podáis ver el amanecer después de esta larga noche. Yo, demasiado impaciente, me voy antes de aquí » . La ingesta de aquel vaso de veneno por Stefan Zweig y su mujer Lotte podrá alguna vez ser narrada como un trágico momento estelar de la humanidad, tal como él hiciera con otros catorce momentos estelares del ser humano.

En Viena, en aquel centro del mundo que decidiría el devenir de Europa, contando con algo más de veinte años, Zweig dejó su casa paterna para vivir solo en un bello apartamento del distrito 4, en la Frankenbergstrasse, muy cerca de la ópera. Desde allí se dirigía a pie para asistir con amigos de su círculo literario y artístico a las representaciones de óperas de Mozart, de Verdi, pero sobre todo, de Richard Wagner. Zweig ocupaba asientos de palco o los primeros asientos de patio de butaca. Él no lo sabía, ni lo supo jamás, ni nosotros lo sabríamos sin las investigaciones de la historiadora Brigitte Hammann, pero en aquel teatro —entonces “Hofoper”, hoy “Staatoper”— coincidía a menudo Zweig con el hombre que marcaría para siempre su vida, el hombre que terminó ocasionando que, en aquella tarde de 1942, al otro lado del océano, nuestro escritor se decidiera a ingerir el fatídico frasco de veneno. Era aquel hombre ocho años más joven que Zweig, un adolescente en aquel primer decenio del siglo XX . Había llegado a Viena desde Linz para estudiar arte y convertirse en pintor y se había asentado en un sótano de la Stumpergasse, en el distrito 6, aunque después llegó a vivir incluso en asilos para indigentes. Él, desde el lado opuesto desde el que lo hiciera Zweig, tomaba también a pie el camino hacia la ópera. Su plaza no era en palco, sino en la zona de pie, detrás del patio de butacas. Y esperaba largas horas para conseguir una de aquellas entradas baratas que, sin embargo, constituían una ruina para su ínfima economía. Allí, ante aquel mismo techo, gozaron en muchas ocasiones el joven escritor y el adolescente con sueños de artista, de las óperas del por ambos admirado Richard Wagner, dirigidas sobre todo bajo la batuta del también por ambos admirado —sí, en aquel entonces por ambos— Gustav Mahler. Pero qué sueños tan distintos se despertaban en uno y en otro al escuchar aquella música. Si en aquellas tardes Zweig hubiera vuelto su cabeza y dirigido su mirada hacia la primera fila de la zona de pie detrás del patio de butacas —quizá lo hiciera alguna vez—, habría visto allí mismo a aquel adolescente que oía en estado de rapto las historias de Sigfrido, Lohengrinn o Parsifal, se habría topado con los ojos de aquel hombre que acabó envenenando su vida y la de Europa entera. De haber dirigido hacia allí su mirada, habría visto Stefan Zweig al joven Adolf Hitler, quien en Viena estaba forjando en aquellos años su más profundo antisemitismo y su sueño político bajo las lecturas de los más terribles antisemitas austriacos, Guido List, von Schönener o el mismo alcalde de Viena Karl Lüegner. Quién sabe si sus miradas no se encontraron alguna vez en aquellas representaciones.

Tras la Primera Guerra Mundial, Stefan Zweig se trasladó a Salzburgo, a una lujosa mansión en la ladera del Kapuzinerberg, y, casualidades de la vida, justo en el lado opuesto de aquella misma montaña, ya en terreno alemán y bajo el pseudónimo de “Señor Wolf” se alojaba con mucha frecuencia aquel mismo joven con el que Zweig coincidía sin saberlo en la ópera de Viena. Allí, el escritor —este hecho sí llegó a saberlo después, dejando constancia de ello en El mundo de ayer — volvía a prolongarse detrás de él aquella sombra que amenazaba el fin del sueño humanista e ilustrado, aquella sombra que ya estuviera tras de él en la ópera de Viena.

Y allí, en Salzburgo, en aquellos años veinte, mientras detrás de aquella montaña se forjaba la destrucción del sueño humanista, nuestro escritor miraba a la historia con insólita observación, con inigualable pasión, y escribía Momentos estelares de la humanidad . Zweig fue toda su vida un apasionado coleccionista. Le gustaba poseer y contemplar primeras ediciones de obras de Goethe o Schiller, partituras escritas por Mozart o Beethoven. Las contemplaba sabiendo que ahí mismo, delante de él, en aquellos papeles, estaba el sufrimiento y el gozo, el tormento y el éxtasis del acto grande. Y así, como coleccionista admirado, se asomaba Zweig en su casa de la Kapuzinerberg a algunos destacados momentos de la historia del hombre, ofreciéndonos como nadie, como ningún cronista presente pudiera haberlo hecho, catorce momentos vivos y ejemplares que marcaron la vida de la cultura y del ser humano. Estos momentos vivos están narrados en un estilo clásico de la literatura de aventuras, pero con la atrayente tensión de su pluma que percibe el latido del corazón humano ante el peligro o el momento singular. Aunque contemporáneo de las vanguardias vienesas, la literatura de Zweig está liberada de las osadías en estilo y contenido de un Musil o de un Broch. Es su narrativa clásica, animada con latidos que recuerdan a Dostoievski y una meticulosidad psicológica que le aproxima a Schnitzler, lo que hace que la lectura de Zweig sea un acontecimiento inolvidable.

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