Prólogo
La idea de escribir un libro sobre venenos surgió en los laboratorios de la Facultad de Química al comprobar la fascinación que este tipo de sustancias ejercían sobre los alumnos. No obstante, al comenzar a escribir sobre ellos encontré que las historias que rodeaban a los envenenamientos eran mucho más atractivas que los aspectos químicos o toxicológicos de los mismos. Por otro lado, al indagar en esas historias, comprobé que en muchas de ellas había aspectos que no habían sido aclarados completamente.
Hay tres periodos relevantes en la historia en lo que a envenenamientos se refiere: el mundo grecorromano, la Europa de los siglos XVI y XVII , y los siglos XX y XXI . Este libro cuenta historias que tuvieron como eje envenenamientos en esas épocas. Algunas de estas historias, como la del suicidio de Cleopatra, son muy conocidas; en cambio otras, como el uso de venenos en la corte del Rey Sol, lo son mucho menos. No obstante, todas siguen apasionando a profanos y expertos y todas esconden todavía muchos secretos.
El primer periodo abarca desde la Grecia del siglo IV a. C. hasta la Roma de Nerón. Incluye la muerte de Sócrates tras beber la copa de cicuta en la Atenas posterior a Pericles, así como la búsqueda por parte del gran Mitrídates, rey del Ponto, del antídoto universal que lo haría inmune al veneno. Cleopatra no tuvo mejor forma de escapar del primer emperador de los romanos que suicidándose, al parecer envenenada por un áspid. Unas décadas después, Agripina la Menor conquistaría el trono de Roma para su hijo Nerón envenenando al emperador Claudio.
En el segundo periodo nos encontramos con la convulsa Europa de las guerras de religión de los siglos XVI y XVII , durante los cuales el papado consolidó su poder, el imperio español alcanzó su apogeo y comenzó su ocaso a la vez que surgían los imperios francés e inglés. Es la época en la que vivieron César y Lucrecia Borgia, hijos del papa Alejandro VI, con los que llegó la leyenda de la cantarella. En la corte inglesa de Jacobo Estuardo, el sucesor de Isabel I, tuvo lugar un envenenamiento muy singular en el que se empleó un compuesto de mercurio, elemento que, aunque de escasa reputación como veneno, tiene en su haber muchas más víctimas que otros venenos oficiales. Pero si hubo un reino y una corte donde el veneno brilló con gran esplendor fue la Francia del siglo XVII y la corte de Luis XIV, donde una misiva envenenada estuvo a punto de matar al mismísimo Rey Sol.
El tercer periodo comienza en el siglo XX , cuando los avances en los métodos de análisis químico habían desterrado al arsénico como rey de los venenos, este elemento mostró nuevas e insospechadas caras: medicina milagrosa para curar el terrible mal francés y responsable del más horrible envenenamiento accidental de la historia, que afecta a casi 50 millones de personas. Otro veneno ancestral que ha mostrado su cara más siniestra en el siglo XX es el cianuro, última vía de escape de los jerarcas nazis y base del terrible Zyklon B, empleado para gasear a millones de judíos. También el cianuro estuvo detrás de la muerte del monje ruso Rasputín, antesala de la Revolución rusa de 1919, y de la del matemático Alan Turing, para muchos el padre de la informática. El talio, elemento descubierto a finales del siglo XIX , ha tenido una fulgurante carrera en el siglo XX , sobre todo bajo el gobierno de Sadam Husein en Irak. Pero aún más espectacular ha sido la aparición del polonio, protagonista de la más enrevesada novela de espías del siglo XXI . Para terminar, volvemos a una pócima muy parecida a la que usó Sócrates, la empleada en la eutanasia, que proporciona «la muerte dulce» para aquellos cuya vida se ha hecho tan terrible que no merece ser vivida.
Al lector le interesarán sin duda los aspectos históricos y humanos del uso que se ha hecho del veneno, pero la autora espera que también encuentre interesantes los aspectos químicos y fisiológicos de esta arma tan sibilina y casi siempre cruel.
Primera parte
Hélade y Roma
1
Venenos de estado
L A COPA DE CICUTA
Al llegar el carcelero con la copa de cicuta, Sócrates le preguntó: «Amigo, tú que tienes experiencia de estas cosas, me dirás lo que debo hacer». A lo que el hombre contestó: «No tienes que hacer más que pasearte, mover las piernas; entonces te tiendes en la cama y el veneno producirá su efecto». Así diciendo, entregó la copa a Sócrates, quien la tomó con gesto amable, y sin inmutarse miró al carcelero y le dijo: «¿Crees tú que puedo hacer una libación a algún dios con el veneno?». El hombre respondió: «Preparamos, Sócrates, solo la cantidad que juzgamos necesaria». «Comprendo —repuso Sócrates—; no obstante, antes de beberlo quiero y debo rogar a los dioses que me protejan en mi viaje al otro mundo.» Y tomando la copa, sin vacilar, bebió el veneno.
Hasta entonces, los discípulos que rodeaban a Sócrates habían podido contenerse sin manifestar su dolor, pero cuando el maestro hubo tragado el último sorbo de veneno, empezaron a llorar y gemir, y hasta uno de ellos, llamado Apolodoro, se deshizo en llanto, escapándosele un gran grito. Tan solo Sócrates se mantenía en calma. «¡Qué extraños ruidos hacéis! —les dijo—; he mandado que las mujeres se marcharan para que no nos molestaran con su llanto, porque yo creo que un hombre debe morir en paz. ¡Estad tranquilos y tened paciencia!»
Cuando los discípulos oyeron esto, se avergonzaron y reprimieron sus lágrimas. Sócrates continuó paseándose hasta que sus piernas no pudieron sostenerle; entonces se tendió sobre el lecho. El carcelero le tocó los pies, preguntándole si lo notaba, y él contestó que no. Después le palpó las piernas y más arriba, diciéndonos que ya todo él estaba frío y rígido. Sócrates se palpó también y dijo: «Cuando el veneno llegue al corazón será el fin». Pronto empezó a ponerse frío de las caderas, y descubriendo entonces la cabeza, que ya se había tapado, dijo: «Critón, ahora me acuerdo que debo un gallo a Esculapio». «Se pagará, no lo dudes —díjole Critón—; ¿quieres algo más?...» Pero Sócrates ya no respondió a esa pregunta. Al cabo de uno o dos minutos pareció moverse y los que rodeaban el lecho lo destaparon. Tenía ya los ojos fijos, y Critón le cerró boca y párpados.
P LATÓN , Fedón
Corría el año 399 a. C. y Sócrates había tomado el «veneno de estado», la copa de cicuta, tras ser condenado a muerte por impiedad y por corromper a los jóvenes. En la Atenas posterior a Pericles, el empleo de veneno como modo de ejecución era algo habitual.
Sócrates había nacido en Atenas setenta años antes, hijo de un escultor y una partera. En su juventud frecuentó el círculo próximo a Pericles, siendo versado en geometría, astronomía y «filosofía natural», lo que hoy llamaríamos botánica y zoología. Participó activamente en la guerra del Peloponeso, pero su principal ocupación fue discutir en el ágora con los ciudadanos atenienses, porque estaba convencido de que su misión era enseñar a los atenienses a pensar. Sin embargo, no veía la utilidad de los hermosos discursos, por lo que despreciaba a los retóricos. Decía que su oficio era enseñar a parir ideas, la «mayéutica», como el de su madre había sido ayudar a las mujeres atenienses a parir hijos. No se sabe muy bien cómo se mantenía, pero alguno de sus conciudadanos decía que su vida era tan austera que si un esclavo hubiera sido obligado a vivir de esa forma, habría huido. Se casó a edad avanzada y tuvo tres hijos. Su mujer, Jantipa, era famosa por su mal carácter, aunque cabe preguntarse si no tendría motivos porque si su marido, que no procedía de una clase adinerada, pasaba el día enseñando a pensar a sus conciudadanos, no le debía de quedar mucho tiempo para ganar el sustento de su familia.