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Registro de Propiedad Intelectual: Nº 270201
ISBN: Nº 978-956-338-284-6
PRÓLOGO
Muchas de las cosas que se dicen en este libro de Guillermo Acuña son conocidas por quienes vivieron la época del Ballet Azul. Son recuerdos y tienen toda la exactitud que pueden tener los recuerdos. Hay crónicas, también, y muchas. Y entrevistas. Algunas son anteriores al estreno oficial del gran plantel, anunciándolo, y otras son posteriores a su gran ciclo. Obviamente, durante el proceso se llenaron muchas páginas relatando y celebrando lo que hacían estos azules iluminados.
A los que no vivieron aquellos días les llega el relato a veces nítido y a veces desvaído de sus mayores. Y no todos pueden ir a las fuentes informativas para aquilatar los méritos y características de aquel momento y sus protagonistas.
Guillermo Acuña fue a todas esas fuentes y trajo de regreso un relato completo de los hechos y de sus personajes. Nadie, a partir de la publicación de este libro, deberá entregarse a relatos inevitablemente imprecisos. Todos tendrán, en cambio, una versión documental. También testimonial, con versiones de los personajes históricos en distintos momentos de sus vidas.
Personalmente, me consta el desarrollo de los hechos y el fundamento institucional descritos en este libro. Nacido al periodismo muy cerca del nacimiento del Ballet Azul, pude reportear en Santa Lucía 240, la sede azul de los 60, y comprobar en terreno la inspiración y construcción de una obra deportivo-social de enorme envergadura.
Los nombres de Víctor Sierra y de Fresia Rubilar nos resultaban familiares a los que fuimos contemporáneos. Lo mismo los de Luis Álamos y de Washington Urrutia. Ni qué decir de sus grandes figuras en la cancha, con Leonel Sánchez a la cabeza.
La idea de que los futuros futbolistas fueran preparados, en primer lugar, como personas, es entonces algo nuevo (¿solo entonces?). Buenas notas escolares, buena conducta resultan ser tan exigentes como el entrenamiento. Controles médicos, acompañamiento social con visitas a los hogares. Control dental.
Una revolución en marcha bajo el mando de Víctor Sierra.
Los años triunfales no son fruto de la casualidad ni de la pura virtud técnica y táctica. Son el resultado de un trabajo planificado. Saber sus detalles, anunciados años antes del primer título, es ahora posible para todos, y con lujo de detalles, como la vida de siete de sus grandes astros.
Para el aficionado al fútbol y para el periodismo es una lectura obligada.
Edgardo Marín
INTRODUCCIÓN
Se denominó Ballet Azul al equipo de fútbol del Club Universidad de Chile que entre 1959 y 1969 obtuvo seis títulos nacionales. Sus jugadores también fueron la base de las selecciones chilenas que disputaron los Mundiales de Chile en 1962 y de Inglaterra en 1966.
“Ballet” por la belleza en la forma de jugar, con armonía, coordinación y plasticidad. El nombre fue heredado del Millonarios, de Bogotá, equipo al que se le denominaba de la misma forma y que a inicios de la década del 50 tenía entre sus estrellas a los argentinos Alfredo Di Stéfano, Adolfo Pedernera y Néstor Rossi.
Los resultados que tuvo el Ballet Azul de la Universidad de Chile no fueron casuales. La misma generación que inició el camino de triunfos en 1959, diez años atrás comenzaba a formarse en las divisiones inferiores del club, en un proyecto social, educativo y deportivo cuyo principal artífice fue el doctor Víctor Sierra.
La idea de Sierra era entregar una formación integral a los niños y jóvenes cadetes de la Universidad de Chile, respondiendo al rol que la Casa de Estudios debía cumplir con la sociedad. Así, en un futuro, el primer equipo de la “U” debería tener entre sus filas –en su mayoría– a jugadores formados en las divisiones inferiores, identificados con el club y que representaran los valores de la Universidad.
Se dispuso para ello que quienes participaran de ese proyecto fueran estudiantes de los liceos del país y se los asistió de manera permanente con profesionales médicos, dentistas, sicólogos y pedagogos para velar por sus condiciones integrales. Fresia Rubilar, la visitadora social, ejerció un papel particularmente importante en este desarrollo, vigilando de cerca la situación social y familiar de los niños.
El deber del club era formar personas que en un futuro tuviesen herramientas para ser útiles a la sociedad y a sí mismos, más allá de la formación deportiva a través del fútbol.
El presente libro expone los principales puntos de ese proyecto y cuenta las historias particulares de quienes –después de este periodo formativo– serían los protagonistas de una década de gloria en el fútbol chileno al integrar el Ballet Azul.
La elección de estos referentes es representativa de quienes vivieron la totalidad o gran parte del proceso, fueron protagonistas de los títulos conseguidos y llegaron al club antes del inicio de esta era. Los siete jugadores que aquí se presentan fueron parte del equipo desde el primer título de ese periodo (1959) y fueron formados en la institución o llegaron al club en una etapa adulta sin pasar antes por otro equipo, por lo que su formación profesional fue en la “U” y se identificaron con el club.
Solo tres de estos jugadores participaron en los seis títulos que ganó el Ballet Azul (1959, 1962, 1964, 1965, 1967 y 1969): Carlos Contreras, Carlos Campos y Leonel Sánchez. Otros tres estuvieron en el plantel en cinco de ellos: Manuel Astorga, Luis Eyzaguirre y Braulio Musso.
Sergio Navarro participó solo en tres campeonatos jugando por la “U”, pero fue uno de sus líderes y capitán en el Ballet y en la selección chilena en el Mundial disputado en nuestro país. Por esa razón se le consideró también como referente.
Un último dato cierra el criterio de selección: estos personajes son siete de los ocho jugadores de Universidad de Chile que fueron parte del seleccionado chileno que obtuvo el tercer lugar en el Mundial de Chile 1962.
El octavo nombre es el de Luis Álamos, el técnico que estuvo a cargo de la formación del semillero y que luego dirigió el equipo de honor de la “U” en gran parte de la época de los logros que aquí se señalan.
Si bien sus historias confluyeron en canchas de fútbol y en un club, cada una comenzó a construirse en distintos puntos del país: en Iquique, Chañaral o Charrabata, o en una población de San Joaquín, en el barrio Yungay, Independencia o Estación Central.
Coincidieron algunos años para volver a separarse y continuar en lugares tan distintos como son una oficina de un banco, una casa de deportes, un hospital o un quiosco de diarios en el centro de Santiago.