SINOPSIS
Se diría que sabemos todo (o casi todo) de Winston Churchill. Y, sin embargo, como en toda vida, siempre se nos escapa algo. Y es ahí, en esos resquicios dejados de lado por la historiografía oficial o crítica, donde entra el excepcional talento narrativo de Erik Larson. Circunscrito a un período muy concreto, de mayo de 1940 a mayo de 1941, el período más cruento del Blitz, este libro narra, casi como una novela, «cómo Churchill y su círculo sobrevivían cotidianamente: los pequeños episodios que revelan cómo se vivía de verdad bajo la tempestad de acero de Hitler. Ese fue el momento en que Churchill se convirtió en Churchill, cuando realizó sus discursos más impresionantes y mostró al mundo qué eran el valor y el liderazgo».
En esta obra tenemos al gran estadista, al orador y al líder que nunca parecía perder el norte, pero también al hombre que dudaba de sus propias decisiones, al aristócrata y bon vivant que echaba de menos la juventud, al sentimental y al iracundo. El poliédrico Churchill se construyó un personaje a medida de una Historia con mayúscula. Larson lo cuenta rastreando los claroscuros de las minúsculas. Al fin y al cabo, como dijo el propio Churchill a su secretario: «Si las palabras importasen, deberíamos ganar esta guerra».
Erik Larson
Esplendor y vileza
La historia de Churchill y su entorno familiar
durante el periodo más crítico de la guerra
Traducción de Vicente Campos
No es dado a los seres humanos —afortunadamente para ellos, ya que, de otro modo, la vida sería insoportable— prever o predecir en medida alguna el desarrollo del curso de los acontecimientos.
Nota para los lectores
Sólo cuando me mudé a Nueva York, hace pocos años, entendí, con repentina claridad, lo muy distinta que había sido la vivencia del 11 de septiembre de 2001 para los neoyorquinos que para quienes habíamos contemplado la pesadilla a distancia. Ésta era su ciudad natal atacada. Casi inmediatamente, empecé a pensar en Londres y el ataque aéreo alemán de 1940-1941, y me pregunté cómo era posible que pudieran soportar aquello: cincuenta y siete noches consecutivas de bombardeo, seguidas por una sucesión cada vez más intensa de incursiones nocturnas a lo largo de los seis meses siguientes.
En especial pensé en Winston Churchill: ¿cómo pudo resistirlo? ¿Cómo sobrellevó el bombardeo de su ciudad durante noches seguidas, sabiendo muy bien que esas incursiones aéreas, por espantosas que fueran, no eran seguramente nada más que un preámbulo de algo mucho peor: una invasión alemana por mar y aire, con paracaidistas cayendo en su jardín, panzer rechinando por Trafalgar Square y gas venenoso arrastrado por el viento en la playa donde en el pasado pintaba el mar?
Decidí averiguarlo, y rápidamente me di cuenta de que una cosa es decir «Sigamos adelante» y otra muy distinta hacerlo. Me centré en el primer año de Churchill como primer ministro, del 10 de mayo de 1940 al 10 de mayo de 1941, que coincidió con la campaña aérea alemana cuando ésta pasó de incursiones esporádicas, lanzadas aparentemente al azar, a un ataque intensivo contra la ciudad de Londres. El año acabó en un fin de semana de violencia vonnegutiana, cuando convergieron lo cotidiano y lo fantástico para señalar lo que resultó la primera gran victoria de la guerra.
Lo que sigue no es en ningún sentido un relato definitivo de la vida de Churchill. Otros autores han cumplido ese objetivo, en especial su infatigable pero tristemente no inmortal biógrafo Martin Gilbert, cuyo estudio en ocho volúmenes debería satisfacer cualquier anhelo de conocer el menor detalle de su vida. El mío es un relato más íntimo que profundiza en cómo Churchill y su círculo fueron sobreviviendo cotidianamente: los momentos oscuros y los luminosos, los enredos y los fiascos románticos, las penas y las alegrías, los pequeños episodios que revelan cómo se vivía de verdad la vida bajo la tempestad de acero de Hitler. Ese fue el año en que Churchill se convirtió en Churchill, el bulldog fumador de puros que todos creemos conocer, cuando pronunció sus discursos más impresionantes y mostró al mundo qué eran el valor y el liderazgo.
Aunque a veces podría parecer otra cosa, ésta es una obra de no ficción. Cuanto aparece entrecomillado procede de algún documento histórico, sea un diario, una carta, una memoria o cualquier otro texto; cuanta referencia se hace a un gesto, una mirada, una sonrisa o otra reacción facial procede de una versión dada por alguien que la presenció. Si algo de lo que sigue cuestiona lo que usted ha creído sobre Churchill y su época, permítaseme decir que la historia es una morada animada, llena de sorpresas.
E RIK L ARSON
Manhattan, 2020
Expectativas desalentadoras
Nadie albergaba la menor duda de que los bomberos llegarían. La planificación de la defensa había empezado mucho antes de la guerra, aunque sus responsables no pensaban en una amenaza específica. Europa era Europa. Si la experiencia pasada servía de indicio, una guerra podía estallar en cualquier parte, en cualquier momento. Los jefes militares británicos contemplaban el mundo a través de la lente de la experiencia del Imperio en la guerra anterior, la Gran Guerra, con la matanza masiva tanto de soldados como de civiles y las primeras incursiones aéreas sistemáticas de la historia, realizadas sobre Inglaterra y Escocia utilizando bombas lanzadas desde zepelines alemanes. La primera de éstas tuvo lugar la noche del 19 de enero de 1915, y la siguieron otras cincuenta incursiones más durante las que los gigantescos dirigibles, desplazándose silenciosamente sobre el paisaje británico, soltaron 162 toneladas de bombas que mataron a 557 personas.
Desde entonces, las bombas se habían hecho más grandes y letales, y más arteras, con temporizadores que retrasaban la explosión y modificaciones que las volvían ruidosas en su caída. Una inmensa bomba alemana, de cuatro metros de envergadura y 1.800 kilos llamada «Satán», podía destruir una manzana entera. La única defensa efectiva radicaba en el ataque, dijo, «lo que significa que ustedes, si quieren salvarse, tendrán que matar más mujeres y niños, hacerlo más rápidamente, que el enemigo».