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Dante Trujillo - Una historia breve, extraña y brutal

Aquí puedes leer online Dante Trujillo - Una historia breve, extraña y brutal texto completo del libro (historia completa) en español de forma gratuita. Descargue pdf y epub, obtenga significado, portada y reseñas sobre este libro electrónico. Año: 2022, Editor: Penguin Random House Grupo Editorial Perú, Género: Historia. Descripción de la obra, (prefacio), así como las revisiones están disponibles. La mejor biblioteca de literatura LitFox.es creado para los amantes de la buena lectura y ofrece una amplia selección de géneros:

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  • Libro:
    Una historia breve, extraña y brutal
  • Autor:
  • Editor:
    Penguin Random House Grupo Editorial Perú
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    2022
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Una historia breve, extraña y brutal: resumen, descripción y anotación

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Los protagonistas de este cuento son también, según la opinión extendida, los villanos y, a la vez, sus víctimas más visibles.

La noticia de un asesinato múltiple ocurrido en un distrito limeño despierta en Dante Trujillo el recuerdo de una fotografía que vio en un texto escolar de Historia del Perú: la imagen de los hermanos Gutiérrez colgados de las torres de la catedral de Lima en julio de 1872.

Una historia breve, extraña y brutal es la vívida reconstrucción de esos hechos de barbarie colectiva en que derivó la rebelión contra el presidente José Balta, víctima también de la vesania de aquellos días. Valiéndose de un notable cotejo de fuentes textuales, iconográficas y testimoniales, esta poliédrica crónica problematiza el juicio unívoco con que el relato oficial ha pretendido zanjar la interpretación de una intentona golpista que encendió los instintos más feroces de la sociedad limeña.

El libro de Trujillo examina además su propio proceso de escritura y revela los desafíos, las dificultades y los hallazgos que fueron surgiendo durante los años de su apasionada investigación. El resultado es una pesquisa obsesiva y polémica tras la verdad, siempre huidiza, de uno de los momentos más atroces de nuestra historia republicana.

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Índice Para Vicente y Manuela quienes a diferencia de casi todo lo que se - photo 7

Índice

Para Vicente y Manuela,

quienes, a diferencia de casi todo lo que se cuenta en estas páginas, son vida y esperanza.

«El hombre de imaginación más fecunda y más acostumbrada a crear escenas sangrientas, abrumadoras y terríficas, de aquellas que contristan y anonadan el espíritu, no podría, ni aun en el delirio de la más exaltada fantasía, ni bajo la acción de una pesadilla que rayase en la locura; no podría, decimos, ni aun envuelto en estas circunstancias, imaginar un cuadro más lleno de espanto, más enrojecido por la sangre, ni más coloreado por la ferocidad».

«Un Creyente», Las jornadas del 26 y 27 de julio

«Por su trascendencia, por la influencia que van a tener en la vida del Perú, por las lecciones que pueden traer para el pueblo, esos acontecimientos deben quedar consignados, no en las páginas fugaces de la prensa militante —hojas deleznables que se pierden en la corriente impetuosa de la vida diaria— sino en un libro, destinado a una existencia más tranquila y duradera».

Héctor F. Varela, Revolución de Lima

«Cuando hayan pasado siquiera dos siglos, ¡qué tremendo argumento para una tragedia!».

El Comercio, 28 de julio de 1872

Prehistoria

La noche del viernes 17 de febrero de 2017, una de las más calientes de aquel verano caliente, Eduardo Romero Naupay, un exvigilante privado devenido vendedor ambulante de salchipapas, asesinó a cinco personas en el distrito limeño de Independencia.

La de Romero Naupay no fue una reacción espontánea: esa noche llegó a su esquina habitual en la cuadra quince de la avenida Alfredo Mendiola preparado para lo peor, y anunció que no permitiría más abusos ni despojos por parte de los ediles. «Realizaré una masacre», advirtió en su muro de Facebook horas antes. Llevaba días, años, acaso toda una vida reuniendo rabia. Por eso portaba consigo una pistola Bersa cargada. A las ocho cuarentaicinco, cuando un fiscalizador municipal intentó decomisarle el carrito metálico con el que trabajaba, se dio la refriega prevista. Tras acabar con el inspector Martín Moreno de un tiro en el cuello, partió al cuarto donde dormía, muy cerca. Ahí recogió un puñado de balas, más cacerinas y otra pistola, una Beretta; atravesó la noche bajo la bruma parda de los postes de luz y corrió al centro comercial Royal Plaza. Ya no se trataba de frustración frente a la amenaza de perder su medio de sustento. Para entonces Eduardo Romero estaba desbordado de furor asesino.

En el centro comercial —el primero en crearse en el cono norte de Lima, un ícono del crecimiento económico de una zona relativamente moderna poblada por inmigrantes del interior— abatió de siete balazos a una chica de dieciocho años que se hallaba haciendo la fila para entrar a una discoteca. También le disparó al novio en el estómago. Luego, Romero ingresó a otra discoteca ubicada al lado, y continuó disparando sobre espaldas, cabezas, rostros, gargantas, abdómenes. Ahí mismo mató a un agente de seguridad. Para cuando salió se había desatado ya el pánico en el complejo, pero no lo suficiente como para alertar a tres muchachas que cenaban una hamburguesa en el patio de comidas del primer piso. Romero las hirió desde lejos, como un cazador experto, y bajó las escaleras mecánicas sin prisa; en el lugar solo se oían los gritos de los curiosos y las súplicas de las jóvenes que trataban de protegerse tras las mesas y las sillas. Romero se acercó hasta ellas, pareció observarlas con curiosidad por un instante, y finalmente encajó un tiro en la cabeza de Gloria Mostacero, una enfermera de veintiséis años. La carnicería no había acabado.

Se sabe por los muchos testigos y por los videos grabados desde distintos teléfonos celulares que Romero Naupay salió del Royal Plaza abriendo fuego en todas direcciones. La gente corría aterrada por los alrededores de la avenida Carlos Izaguirre. Un grupo huyó hacia la zona de cajeros automáticos y el tirador escogió ir hacia ahí, donde asesinó a otra chica, Nicole Muñoz, de diecinueve. Luego improvisó el rumbo entre las veredas sin asfaltar y el ruido, cuando se topó con Lorenzo Machaca, un policía de civil que llevaba su pistola reglamentaria en la mochila. El agente le metió cuatro balazos. Ni herido Romero soltó el arma. Falleció camino a una clínica cercana.

Con cinco muertos —tres mujeres y dos hombres— y diez heridos —siete mujeres y tres hombres—, el del «Salchipapero Loco» se convirtió en el mayor asesinato masivo de la historia del Perú cometido por un civil. De todo esto hay registros, fotos, videos, entrevistas, notas televisivas, artículos periodísticos.

En ese tiempo yo cumplía varios roles en un diario: editaba el suplemento dominical, escribía reseñas de libros en la revista de los sábados y, cada quince días, publicaba una crónica extensa en la sección de cultura y entretenimiento. Estos artículos podían tratarse de casi cualquier cosa: Ricardo Arjona, las veleidades poéticas de Marx, por qué abril es el mes más cruel o los veranos de la pandilla de Arguedas y las hermanas Bustamante en Puerto Supe. Realmente escribía sobre lo que quería y me provocara sin mayores reglas, salvo, quizá, una que me autoimpuse y que probablemente nadie percibió: mi experiencia personal nunca entraba en el relato. El director del periódico pedía «buenas historias bien contadas» y lo único que me puso como requisito era que estas tuvieran cierto pie de actualidad. Lo primero procuraba alcanzarlo con empeño y documentación; lo segundo apenas lo cumplía echando mano de efemérides. La verdad, casi todo lo que escribía había sucedido en el pasado y trataba sobre gente muerta que me causaba fascinación y curiosidad.

El lunes 20 de febrero llegué a la redacción con la noticia y las imágenes del asesinato múltiple dándome vueltas desde el fin de semana, como un rebote persistente en la cabeza. ¿Había un tema ahí? Creía que sí. Un tema escabroso, por cierto. En algún artículo que buscaba iluminar la personalidad trastornada del criminal había dado con un detalle sin relevancia, pero que llamó mi atención: el padre de Eduardo Romero —quien se suicidó con veneno en su propia casa— era oriundo de la localidad de Ripán, en Huánuco, de donde provenía también el padre de mi padre, de quien sé poco y nada. ¿Y si el asesino y yo éramos parientes lejanos?

Despaché pronto lo urgente y me senté frente a mi pantalla con un café de máquina. Por alguna razón que siempre había pasado por alto, salvo las barbaridades senderistas y del terrorismo de Estado, en el país nunca hasta entonces se había registrado un asesinato masivo. Para ese momento ya estábamos acostumbrados a esas noticias que llegan cada tanto de los Estados Unidos, cuando un tipo entra armado a un colegio o una iglesia y dispara contra todo aquel que se le ponga al frente. Meses atrás, en junio de 2016, Omar Siddique Mateen fue una madrugada hasta una discoteca gay de Orlando y mató a 49 personas e hirió a otras 60. Y lo mismo podría decirse de los asesinos seriales, incorporados a la cultura popular de ese país mientras aquí no se tenía certeza ni de uno solo: durante los noventa circularon leyendas como la del «Monstruo de los Cerros» o la «Bestia de Parcona», pero con el tiempo se supo que se trataba de psicosociales creados por la prensa amarilla al servicio del fujimontesinismo. La violencia y la inseguridad eran motivos de preocupación social, pero estas pocas veces terminaban en baños de sangre entre civiles. Recientemente había leído una extensa crónica sobre la vida y horrores de Luis Alfredo Garavito, «La Bestia», aquel colombiano que violó, torturó, mató y hasta se comió entre doscientas y trescientas personas, sobre todo niños. ¿Por qué en Colombia —me preguntaba—, un país vecino con muchas similitudes y atormentado también por la violencia, se contaban los asesinos múltiples por docenas, y en el Perú no teníamos verdadera noticia de uno sino hasta entonces? ¿Qué explicaciones podían dar los sociólogos, los antropólogos, los psicólogos, los historiadores al respecto? Y como mi motivación personal para hallar los temas y escribir sobre ellos fue siempre la curiosidad, decidí mirar un poco en la web para hacerme una idea general del asunto, darle antecedentes, coyuntura, algo de forma antes de presentarme con la idea al editor.

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