La revista Nosferatu nace en octubre de 1989 en San Sebastián. Donostia Kultura (Patronato Municipal de Cultura) comienza a organizar en 1988 unos ciclos de cine en el Teatro Principal de la ciudad, y decide publicar con cada uno de ellos una revista monográfica que complete la programación cinematográfica. Dicha revista aún no tenía nombre, pero los ciclos, una vez adquirieron una periodicidad fija, comenzaron a agruparse bajo la denominación de “Programación Nosferatu”, sin duda debido a que la primera retrospectiva estuvo dedicada al Expresionismo alemán. El primer número de Nosferatu sale a la calle en octubre de 1989: Alfred Hitchcock en Inglaterra. Comienzan a aparecer tres números cada año, siempre acompañando los ciclos correspondientes, lo que hizo que también cambiara la periodicidad a veces. En junio de 2007 se publica el último número de Nosferatu, dedicado al Nuevo Cine Coreano. En ese momento la revista desaparece y se transforma en una colección de libros con el mismo espíritu de ensayos colectivos de cine, pero cambiando el formato. Actualmente la periodicidad de estos libros es anual.
AA. VV.
Akira Kurosawa [Núms. 44 y 45]
Nosferatu - 44
ePub r1.1
Titivillus 11.07.17
Título original: Akira Kurosawa
AA. VV., 2003
Traducción: Bitez
Fuentes iconográficas: Carlos Aguilar, Album y Donostia Kultura
Editor digital: Titivillus
ePub base r1.2
NOSFERATU. Director del PATRONATO MUNICIPAL DE CULTURA : José Antonio Arbelaiz. Director de NOSFERATU: José Luís Rebordinos. Equipo de redacción: Jesús Angulo, Sara Torres.
Compromiso con el humanismo
El cine de Akira Kurosawa
José Enrique Monterde
Zinegile gutxi dago Kurosawa bezala joan den XX, Mendean beren herialdeak hainbeste asaldura eta transformazio josaten ikusi duenik. Aldaketa bizdor horien guztien behaketat betiko arrastoa utzi dute bere lanean, bere film historikoetan nahiz graiko gaien inguruan egin dituen pelikuletan.
Vivir
M ás allá de la obviedad de que todo film nace en una circunstancia histórica, de tal forma que incluso por reducción al absurdo el producto más escapista no deja de ser un testimonio de su tiempo, cabe plantearse la manera en que a lo largo de la amplia trayectoria de un cineasta consagrado como Akira Kurosawa podemos encontrar el reflejo —por indirecto que sea— de la contemporánea realidad histórica de su país. Por supuesto que las formas de ese reflejo pueden ser variadas, ya que no sólo se trata de localizar aquellos momentos con voluntad testimonial inmediata, sino rastrear en qué medida esa realidad se inmiscuye incluso más allá de la voluntad de su autor, hasta en los resquicios aparentemente más resguardados de su filmografía. Por ello, no basta con volver a insistir en las diferencias entre los gendai-jeki y los jidai-geki, entre los filmes de ambiente contemporáneo y aquellos que se inscriben en un marco cronológico más o menos alejado (¿histórico?), para simplificar su respectivo valor testimonial.
Quede claro, pues, que el interés como reflejo de la sociedad contemporánea puede plantearse tanto desde la dimensión llamemos «histórica» como desde el abordaje de cualquier asunto «de actualidad». Por otra parte, también cabe matizar los diversos aspectos de esa realidad contemporánea que puedan interesar en primer grado al cineasta o que pueden penetrar en su obra, aunque sólo fuese por lo que podríamos llamar «ósmosis social». Y desde luego, tampoco deberá sernos ajena la sensibilidad con la que el cineasta —en este caso Kurosawa— asume ese valor de reflejo y que se corresponderá con actitudes tan diversas como las que van desde la intervención militante en la coyuntura inmediata hasta la inscripción de la reflexión sobre el presente en una filosofía de la vida o una personal concepción del mundo, pasando sin duda por la mera constatación (¿documental?) de la realidad, la denuncia de aquellas circunstancias que lastran el presente o incluso su ocultamiento, cuando no edulcoración.
Recordemos unas palabras pronunciadas por Kurosawa a principios de los años cincuenta, la época en que comenzó su prestigio internacional: «El cine debe reflejar su tiempo, ser comprendido por sus contemporáneos». En esos mismos momentos, con motivo del éxito de Rashomon (1950) en la Mostra de Venecia, el cineasta declaró que hubiera preferido ver coronar por el éxito un film «reflejando mejor la vida contemporánea del Japón», según indicaba Georges Sadoul. Parece pues razonable lanzar la sencilla pregunta que motiva estas líneas: ¿qué presencia tiene la historia del Japón contemporáneo en la obra fílmica de Akira Kurosawa? Pregunta tal vez sencilla, pero de respuesta —como veremos— algo más compleja.
La trayectoria creativa de Kurosawa se inscribe entre los primeros años cuarenta y la década de los noventa, lo cual significa un periodo amplio, pero sobre todo extraordinariamente pregnante de la historia de su país. Vamos, pues, desde la plenitud de la guerra imperialista —en el marco de la II Guerra Mundial— durante la que dirigió su primera película, La leyenda del gran judo (1943), hasta la constatación del declive de un modelo de expansión económica que ha asolado al Japón de los años noventa. Entre medio podemos contar nada menos que la crucial experiencia de un apocalipsis nuclear, una dura y crucial derrota militar, un periodo de ocupación extranjera, una reconstrucción económica y moral aceleradas, una adaptación a las formas políticas y sociales «occidentales» en compleja convivencia con las formas y costumbres tradicionales, un despegue económico casi incomparable que conduce a una nueva forma de expansionismo internacional, etc. Pocas veces un cineasta ha podido contemplar a su alrededor un hundimiento nacional de semejante hondura y una transformación tan vertiginosa hacia un cierto éxito; y desde luego, ninguno de los «clásicos» del cine japonés (Mizoguchi, Ozu, Kinugasa, Naruse, etc.) tuvieron ocasión de ser testigos de semejante proceso: Kurosawa sí. ¿Hasta qué punto se manifiesta todo eso en su filmografía?
Tras sus experiencias como guionista y sobre todo ayudante de dirección —especialmente al lado de Kajiro Yamamoto—, Kurosawa debutó con La leyenda del gran judo, un film digamos «histórico», en cuanto que transcurre hacia 1882, todavía en época Meiji, y en el que no parece encontrarse ningún rastro de las graves circunstancias por las que pasaba un Japón en plena guerra. En realidad, según la sinopsis argumental del film, parecería que nos encontrábamos con un antecedente de cualquier Karate Kid (Karate Kid; John G. Avildsen, 1984) —con más lirismo y autenticidad, sin duda— en esta historia de la iniciación y consolidación en el judo del joven Sugata Sanshiro.