Dios opta por los pobres
Reflexión teológica a partir de Aparecida
©Cristian del Campo Simonetti A Thesis
Submitted in Partial Fulfillment
of the Requirements for the S.T.L. Degree
from the Boston College School of Theology and Ministry
Directed by: Roberto Goizueta
Second Reader: Margaret Guider, OSF
January 4th, 2010
©Ediciones Universidad Alberto Hurtado
Alameda 1869 • Santiago de Chile
• 56-02-8897726
www.uahurtado.cl
ISBN 978-956-8421-41-0
eISBN 978-956-9320-62-0
Registro de propiedad intelectual N° 192.020
Colección Teología de los tiempos
Este es el tercer tomo de la colección T EOLOGÍA DE LOS TIEMPOS
Con la debidas licencias
Diseño de la portada: Nelson Torres
Imagen de la portada: ©Flickr Latin America For Less
Diagramación digital: ebooks Patagonia
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CONTENIDO
A.M.D.G .
PRÓLOGO
La vulnerabilidad de lo humano Fernando Atria
En el centro de la buena noticia está una revelación que subvierte la idea misma de Dios: para conocer a Dios debemos conocer la historia de un hombre. Es un hombre el que nos revela algo acerca de Dios. En las palabras de Dios opta por los pobres, “la humanidad de Jesús es la expresión de la divinidad”. Pero las cosas no terminan ahí. En efecto, la buena noticia tiene un contenido aún más absurdo, rayano en lo ridículo: “Jesús vive una humanidad sencilla, pobre, sufriente”. El hombre que nos revela a Dios no es un hombre destacado en ninguno de los sentidos que usamos para atribuirnos o reconocer excelencia o éxito: no es especialmente inteligente, ni especialmente poderoso, ni rico; no fue el primero, sino el último (por supuesto, el hecho de que nosotros entendamos que su vida, muerte y resurrección revela a Dios, implica que nosotros entendemos que sí fue destacado; pero es importante notar que esto es a pesar y no por aplicación de nuestros criterios de mérito y excelencia y éxito. Reconocerlo es subvertir dichos criterios). En rigor, la idea es tan absurda que no es extraño que la tentación docetista esté siempre presente. Como sostiene Cristian del Campo, aunque fue condenada en Calcedonia, el docetismo es “la herejía más importante y persistente”, y “ha pervivido en la teología cristiana”, al punto de que “ciertos rasgos de ‘neo-docetismo’ se pueden rastrear en la teología tradicional”. Cuando una idea, a pesar de ser tempranamente condenada, aparece y reaparece del modo en que el docetismo lo hace, uno no puede sino entender que ella expresa, aunque distorsionadamente, algo importante. Y lo importante que expresa es el absurdo de la buena noticia: si Jesús es hijo de Dios, tiene que ser un Jesús como el de Franco Zeffirelli, no como el de Martin Scorsese. El segundo es humano, demasiado humano.
Que Dios se revela en la historia de un hombre implica que hay algo divino en la humanidad, porque una vida humana vivida como la vivió Jesús es en algún sentido divina. Que ese hombre haya sido uno que vivió entre los pobres implica que hay algo muy extraño en nuestras formas de vida, porque una vida como esa no solo es una vida que en términos de esas formas de vida no es destacada, sino que lleva a la muerte y muerte de cruz (la “fe” es la confianza de que eso que es extraño será superado, y que entonces podremos vivir vidas plenamente humanas; pero al mismo tiempo que esa superación implica trascender radicalmente nuestras formas actuales de vida). La historia de Jesús es la historia de que el mundo no puede sino asesinar a quien vive en él de modo plenamente humano. Este libro es una oportuna reflexión sobre algunas dimensiones de esto.
Porque el tema de este libro no es la opción por los pobres, sino el sentido de dicha opción. O, como sugiere ya su título, su carácter teológico. Como el autor aclara al principio de este libro, hoy ya no puede dudarse de que la opción por los pobres es “un compromiso preferencial de carácter ético, pastoral y social por los más pobres”, aunque “con demasiada frecuencia” se asume que es solo eso, ignorando que es, o es también, la “clave hermenéutica fundamental” de la teología. En palabras del autor, el sentido teológico de la opción por los pobres es negado cuando dicha opción es entendida “como consecuencia de la fe, no como punto de partida para la teología y la cristología”.
Entender la opción por los pobres como un punto de partida para la teología y la cristología es entender que la pobreza de Jesús es teológicamente significativa; es decir, que hay alguna vinculación interna, por así llamarla, entre los dos datos sorprendentes acerca de la buena noticia mencionados al principio: que para conocer a Dios es necesario conocer la historia de un hombre, y que ese hombre era pobre.
Lo que parece extraño (o absurdo) es que la opción por los pobres entiende la pobreza como un estado deficitario, negativo; pero la pobreza de Jesús sugiere que la pobreza no es un estado puramente deficitario. No puede serlo, si nos revela algo importante acerca de Dios. Tiene que haber, por así decirlo, algo que comentar a favor de la pobreza. Y, a mi juicio, el reproche que el autor dirige al documento de Aparecida tiene un formato generalizable: parecería que, o bien la pobreza es un déficit (y entonces la opción por los pobres es una exigencia “ética, pastoral y social”) o no es solo un déficit (y entonces es necesario recurrir a un concepto “espiritualizado” de pobreza, uno que niega su pedestre brutalidad).
El autor se refiere a esta ambigüedad de la idea de pobreza, que “se ha comprendido generalmente como el mal de no tener lo suficiente para vivir dignamente”, aunque también como “la disposición espiritual de desapego de los bienes materiales”. Estas dos dimensiones de la pobreza corresponden, como del Campo lo nota, a la distinción de Gustavo Gutiérrez entre la pobreza como “estado escandaloso” y como “infancia espiritual” (infancia, desde luego, no en el sentido de inmadurez, sino de inocencia). Pero es en la afirmación que luego el autor cita de Juan Luis Segundo donde aparece expresada del modo más claro posible la tensión: “la opción por los pobres es opción por aquellos en quienes la falta de humanidad aparece como prioridad más clara ante nosotros”. Y con esta idea en mente podemos volver a los dos puntos notados al comienzo: si la encarnación implica que conocer a Dios es conocer la historia de un hombre, ¿cómo es que ese hombre comparte la suerte de quienes sufren falta de humanidad? La pobreza parece ser algo que a la vez humaniza y des-humaniza.
Desde luego, una solución a este problema es entender que es un simple caso de anfibología, es decir, de una palabra que expresa dos ideas. Pero yo creo que una estrategia como esta es manifestación del riesgo de lo que el autor denomina “neo-docetismo” (si Jesús es divino, la pobreza “meramente humana”, la que des-humaniza, no puede ser la de él; esta tiene que ser más digna, menos pedestre, “espiritual” - pobreza “de espíritu” quizás, no pobreza simpliciter). Para evitar este neo-docetismo es crucial mantener la unidad de la idea de pobreza: es esa misma condición des-humanizadora la que muestra a Dios encarnado, porque lo muestra humanizado; o, dicho en los términos del autor, “la perspectiva que entrega la vida y realidad de los pobres permite mirar a ese Jesús histórico y re-descubrir el modo concreto de la encarnación del Verbo: Dios se hace hombre y hombre pobre”.