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Pablo Marti del Moral - El rostro del amor

Aquí puedes leer online Pablo Marti del Moral - El rostro del amor texto completo del libro (historia completa) en español de forma gratuita. Descargue pdf y epub, obtenga significado, portada y reseñas sobre este libro electrónico. Ciudad: Madrid, Año: 2016, Editor: Ediciones RIALP, Género: Religión. Descripción de la obra, (prefacio), así como las revisiones están disponibles. La mejor biblioteca de literatura LitFox.es creado para los amantes de la buena lectura y ofrece una amplia selección de géneros:

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El rostro del amor: resumen, descripción y anotación

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¿Dónde estaba Dios durante las matanzas en Auschwitz? ¿Por qué permaneció callado? Son preguntas que reflejan el estupor del hombre ante el sufrimiento y la injusticia, los horrores de la guerra, las persecuciones y las calamidades naturales. Con motivo del Jubileo de la Misericordia, y de manera incisiva pero siempre diáfana, el autor reflexiona sobre el acercamiento del hombre a Dios a través de la compasión. Nuestra limitación para afrontar el dolor y las contradicciones de una realidad a menudo cruel llevan al ser humano a la indignación frente a lo divino. Sin embargo, la grandeza del amor a Dios y al prójimo, manifestada en obras, únicamente puede ser expresada a través de la justicia y el perdón. Pablo Marti del Moral (Granada) es sacerdote, licenciado en Derecho por la Universidad de Málaga y doctor en Teología por la Universidad de la Santa Cruz (Roma). Actualmente es profesor de Teología Espiritual en la Universidad de Navarra y secretario del departamento de Teología Moral. Son numerosas sus publicaciones, entre las que destaca Teología Espiritual, publicado también en Rialp.

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PABLO MARTI DEL MORAL

EL ROSTRO DEL AMOR

Misericordia, perdón y Vida

EDICIONES RIALP, S. A.

MADRID

P ARTE S EGUNDA

VUELTA A CASA: EL PECADO Y EL PERDÓN

E L ORIGEN DEL MAL EN EL CORAZÓN DEL HOMBRE

Ante los sufrimientos de las demás personas surge en nosotros de manera espontánea la comprensión y la misericordia. Pero, ¿la misericordia es simplemente un sentimiento bueno o es más que un sentimiento? Es decir, ¿puede llegar a transformar la realidad, o es simplemente una ilusión de un mundo mejor y sin problemas? Lo hemos visto en el capítulo anterior y, en parte, lo hemos respondido. La misericordia transforma la realidad porque transforma a la persona.

De todas maneras, esta cuestión nos lleva necesariamente a otra más profunda: ¿cuál es la causa o el origen de la miseria?, ¿y de la misericordia? Esta búsqueda nos lleva a penetrar en lo hondo del ser humano, en su verdad más auténtica. Así llegamos al propio corazón del hombre, capaz de lo más grande y de lo más bajo, de amar hasta dar la vida por los demás y de ser egoísta hasta el olvido total del prójimo. La raíz del mal está en el corazón, pero también la raíz de la misericordia. Solo llegando ahí, podemos reparar los males causados e intentar que no sigan generando nuevas injusticias.

Debemos enfrentarnos, por tanto, al problema del pecado y del perdón. Y así algo que muchos han caracterizado como el mal de esta época: la pérdida del sentido del pecado. Para comprender al hombre es necesario comprender su condición de pecador. Pero de ahí surge también la necesidad y la posibilidad de ser salvados. Porque si observamos ese hombre, su corazón, su libertad, su amor, debemos hacernos esta pregunta: ¿puedo solo?, ¿estoy solo? Pecado y misericordia se muestran así inseparables. Para que la vida no sea absurda, es preciso encontrar la misericordia que supera el pecado. El drama del pecado y la esperanza de la salvación son necesarios para comprender al hombre. El evangelio de un Dios Padre nos vuelve a ofrecer las claves precisas.

I.

LA PARÁBOLA DEL HIJO PRÓDIGO

Una parábola de Jesús, quizá la más bella, conocida como la “parábola del hijo pródigo”, aborda de lleno esta problemática . Se puede leer en el texto de la Biblia de Navarra, que Jesús dijo también:

—Un hombre tenía dos hijos. El más joven de ellos le dijo a su padre: “Padre, dame la parte de la hacienda que me corresponde”. Y les repartió los bienes. No muchos días después, el hijo más joven lo recogió todo, se fue a un país lejano y malgastó allí su fortuna viviendo lujuriosamente. Después de gastarlo todo, hubo una gran hambre en aquella región y él empezó a pasar necesidad. Fue y se puso a servir a un hombre de aquella región, el cual lo mandó a sus tierras a guardar cerdos; le entraban ganas de saciarse con las algarrobas que comían los cerdos, y nadie se las daba. Recapacitando, se dijo: “¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan abundante mientras yo aquí me muero de hambre! Me levantaré e iré a mi padre y le diré: ‘Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no soy digno de ser llamado hijo tuyo; trátame como a uno de tus jornaleros’”. Y levantándose se puso en camino hacia la casa de su padre.

Cuando aún estaba lejos, le vio su padre y se compadeció. Y corriendo a su encuentro, se le echó al cuello y le cubrió de besos. Comenzó a decirle el hijo: “Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no soy digno de ser llamado hijo tuyo”. Pero el padre les dijo a sus siervos: “Pronto, sacad el mejor traje y vestidle; ponedle un anillo en la mano y sandalias en los pies; traed el ternero cebado y matadlo, y vamos a celebrarlo con un banquete; porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido encontrado”. Y se pusieron a celebrarlo.

El hijo mayor estaba en el campo; al volver y acercarse a casa oyó la música y los cantos y, llamando a uno de los siervos, le preguntó qué pasaba. Este le dijo: “Ha llegado tu hermano, y tu padre ha matado el ternero cebado por haberle recobrado sano”. Se indignó y no quería entrar, pero su padre salió a convencerle. Él replicó a su padre: “Mira cuántos años hace que te sirvo sin desobedecer ninguna orden tuya, y nunca me has dado ni un cabrito para divertirme con mis amigos. Pero en cuanto ha venido ese hijo tuyo que devoró tu fortuna con meretrices, has hecho matar para él el ternero cebado”. Pero él respondió: “Hijo, tú siempre estás conmigo, y todo lo mío es tuyo; pero había que celebrarlo y alegrarse, porque ese hermano tuyo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido encontrado”'. ( Lc 15, 11-32)

'Se ha llegado a considerar como la obra maestra de todas las parábolas de Jesús' . Por eso, ha sido objeto de todo tipo de análisis desde la patrística y fuente de inspiración para toda clase de artistas, pintores, dramaturgos, músicos, escritores y filósofos. Aunque se han hallado textos paralelos en las literaturas antiguas, ninguno puede compararse con el vigor poético o la intensidad emotiva de la parábola de Jesús. En ella, la figura del hijo pródigo está tan admirablemente descrita, y su desenlace –en lo bueno y en lo malo– nos toca de tal manera el corazón que aparece sin duda como el verdadero centro de la narración.

Pero la parábola tiene en realidad tres protagonistas. Algunos exégetas han propuesto llamarla mejor la “parábola del padre bueno”, ya que él sería el auténtico centro del texto. Efectivamente en el estadio primero de la tradición evangélica, el acento de la parábola recae esencialmente sobre el amor del padre; un amor incondicional e ilimitado que no solo acoge con la mayor solicitud al hijo que retorna de sus extravíos, sino que además no consiente que la frialdad del hijo fiel, del observante, obstaculice la manifestación de ese amor hacia el hijo que estaba muerto y ha vuelto a la vida.

La parábola está indisolublemente relacionada con las dos precedentes, que culminan con la alegría de haber encontrado lo perdido. En el contexto del capítulo, el objeto de la parábola es dar respuesta a las observaciones críticas de los fariseos y de los doctores de la ley, caracterizados en el hijo mayor. Por eso el exégeta Pierre Grelot destaca como elemento esencial la figura del segundo hijo y opina que lo más acertado sería llamarla “parábola de los dos hermanos”. Sobre todo por la situación que ha dado lugar a la parábola: 'Se acercaban a Jesús los publicanos y pecadores a escucharle. Y los fariseos y los letrados murmuraban entre ellos: “Ese acoge a los pecadores y come con ellos”' ( Lc 15, 1s). Aquí encontramos dos grupos, dos “hermanos”: los publicanos y los pecadores; los fariseos y los letrados. El Señor retoma así la temática de los dos hermanos, una tradición que viene de muy atrás y recorre todo el Antiguo Testamento, comenzando por Caín y Abel, pasando por Ismael e Isaac, hasta llegar a Esaú y Jacob, y se refleja otra vez, de modo diferente, en el comportamiento de los otros once hijos de Jacob con su hermano José.

1. EL HIJO PRÓDIGO : EL PECADO

Tratemos de seguir la parábola paso a paso. La figura del hijo pródigo nos introduce con la fuerza de las imágenes en el drama del pecado. El hijo pide la parte de su herencia y el padre accede a su deseo y reparte la heredad. Puede imaginarse lo que el hijo menor hará, pero le deja seguir su camino. Da libertad. Pedir la herencia supone querer de alguna manera la muerte del padre. Sin duda, puede resonar aquí el envite moderno de la “muerte de Dios”. En el origen del pecado está la separación desgarradora de un hijo y su padre. El resto de rupturas son consecuencias de este desgarro original, a veces no percibido con toda su fatalidad. Ahí está la esencia del pecado: la muerte al/del padre y la negación de la propia identidad/verdad.

En los relatos bíblicos del Génesis sobre el pecado de Adán y Eva y sobre la construcción de la torre de Babel, tan comentados por los Padres de la Iglesia y por el magisterio como paradigmáticos del pecado, se ve claramente cómo el pecado es ruptura con Dios, pero en seguida y por ello mismo, ruptura interior de sí mismo y ruptura en cada uno de los círculos vitales: familiar, profesional, social. La exclusión de Dios, no tanto como rechazo sino como indiferencia, para construir la torre de Babel, desemboca dramáticamente en la división entre los hermanos.

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