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Así está escrito: Destruiré la sabiduría de los sabios, y desecharé la prudencia de los prudentes.
¿Dónde están los sabios? ¿Dónde los escribas o doctores de la Ley? ¿Dónde esos espíritus curiosos de las ciencias de este mundo?
Primera carta a los corintios 1:19–20
F ue mi amado amigo durante doce años y siempre estuvo sentado paciente a mi lado, noche tras noche, mientras yo me ahormentaba angustiado pensando cómo darles forma a las frases para convertirlas en párrafos, a los párrafos para convertirlos en páginas y a las páginas en libros.
A menudo, a una hora avanzada de la noche, él dormitaba mientras yo me afanaba inclinado sobre mi ruidosa máquina de escribir, pero nunca con los párpados bien cerrados… como si estuviese haciendo guardia por si acaso yo lo necesitaba.
Discutí con él cientos de problemas de redacción y él siempre me escuchaba con gran paciencia y comprensión. Fueron tantos los personajes y los giros de la trama que surgieron como resultado de mi intercambio de ideas con él que no estoy muy seguro de cómo lograré alguna vez desempeñarme sin su ayuda.
Su sofá especial, cerca de mi escritorio, ahora me parece demasiado grande… y demasiado vacío. Todavía tengo que luchar, tratando de contener las lágrimas cuando me olvido y me vuelvo para comentarle algo y entonces me doy cuenta de que no se encuentra en su sitio predilecto y de que jamás volverá a estar ahí.
Slippers, mi viejo perro de caza, te echo tanto de menos, y si este libro llega a publicarse alguna vez, además de otros en el futuro, solo será porque sé muy bien que estás allá en tu propio sofá celestial, todavía animando y ladrándole a tu viejo camarada.
Este libro está dedicado a ti, con todo mi amor, muchachito…
Og
E xcepto porque Mickey Mantle bateó el jonrón número quinientos de su carrera, el doctor Christian Barnard practicó su primer trasplante de corazón en todo el mundo y Barbra Streisand cantó en el Parque Central, 1967 no fue un año muy bueno.
Tuvieron lugar disturbios raciales en Cleveland, Newark y Detroit. Las naciones israelí y árabes entablaron una sangrienta guerra de seis días. La República Popular de China hizo explotar su primera bomba de hidrógeno. Los aviones norteamericanos bombardearon Hanoi y tres astronautas norteamericanos se quemaron y murieron en la plataforma de lanzamiento.
En medio de todos esos temores y zozobras y mientras el mundo se tambaleaba al borde de la extinción, yo disfrutaba, ese otoño, de un maravilloso momento de orgullo que jamás olvidaré, cuando al fin tuve en mis manos un ejemplar de la primera edición de mi pequeño libro, El vendedor más grande del mundo .
El hecho de que publicaran mi libro en un año tan caótico y en competencia con nuevos libros tan formidables, escritos por gente como Gore Vidal, Isaac Bashevis Singer, Thornton Wilder, William Golding y Leon Uris, no presagiaba nada bueno para mi primer intento de escribir un libro de ficción. Mi parábola acerca de un niño camellero en la época de Cristo, una categoría de lo más inverosímil en cualquier época, parecía destinada a sufrir el mismo olvido que la mayoría de los miles de otros nuevos libros que salieron a la venta ese otoño, a pesar de los heroicos esfuerzos de Frederick Fell por publicar lo que él insistía era uno de los libros más importantes que había publicado en veinticinco años.
Y entonces sucedió un milagro, en realidad fueron dos milagros. W. Clement Stone, pionero de los aseguradores, a quien le había dedicado el libro en señal de gratitud por su ayuda y su amistad, se sintió tan conmovido por la historia que pidió diez mil ejemplares de El vendedor más grande del mundo para distribuirlos entre todos los empleados y accionistas de su vasta empresa, Combined Insurance Company. En esa misma época, Rich DeVos, cofundador de Amway International, empezó a aconsejarles a sus miles de distribuidores, en sus discursos pronunciados por todo el país, que deberían aprender y aplicar los principios del éxito incluidos en el libro de Og Mandino.
Esos dos influyentes líderes sembraron muy bien sus semillas. Impulsadas por un creciente grupo de lectores que en forma espontánea contribuyeron a una de las campañas más extensas de comunicación verbal en toda la historia de la publicación de libros, las ventas del libro aumentaban cada año, con gran deleite y sorpresa de mi parte. Para 1973 se había registrado una cifra casi sin precedente de treinta y seis reimpresiones, se habían vendido más de cuatrocientos mil ejemplares en edición de lujo y Paul Nathan, de Publishers Weekly , lo aclamaba con «el mejor éxito de venta que nadie conoce». Ni una sola vez había aparecido en ninguna de las listas de éxitos de venta de la nación, hasta que Bantam Books adquirió los derechos para la edición de bolsillo, promovió el libro a nivel nacional y publicó su primera edición en 1974.
Constantemente me siento conmovido ante el vasto espectro de lectores influenciados por mi narración de cómo los diez pergaminos del éxito y la felicidad llegaron a estar en poder de un valeroso muchacho camellero, después de que una noche hizo una visita accidental a un establo en Belén. Los convictos me han escrito desde la prisión, comentando que han memorizado todas y cada una de las palabras contenidas en sus estropeados ejemplares de El vendedor , los pacientes que tratan de retirarse del alcohol y de las drogas han reconocido que duermen con su libro debajo de la almohada, los principales funcionarios ejecutivos de Fortune 500 han distribuido miles de ejemplares entre sus subordinados, mientras que las superestrellas como Johnny Cash y Michael Jackson siguen cantando sus alabanzas.
Para quien jamás se imaginó que alguien leería su primer intento de escribir un libro, exceptuando quizá a los miembros más allegados de su familia, es difícil comprender que hasta ahora se hayan vendido más de nueve millones de ejemplares de El vendedor más grande del mundo , en diecisiete idiomas, y que en la actualidad se ha convertido en el libro de mayor éxito de venta de todos los tiempos, dedicado a los vendedores de todo el mundo.
A todo lo largo de estos años, en mi correspondencia a menudo he encontrado la sugerencia de que debería considerar la posibilidad de escribir la continuación de mi éxito de venta de dos décadas, ya que, a diferencia de mi famosa creación en la ficción, yo no me he retirado. Durante los años transcurridos desde que El vendedor vio la primera luz del día me las he arreglado para producir otros doce libros y también he seguido corriendo por todo el mundo, hablando ante vastos auditorios de amigos de El vendedor más grande sobre el tema del éxito.
En un principio adopté una actitud totalmente negativa hacia la idea de hacer regresar a mi vendedor para una repetición de su actuación. Cuando escribí ese libro mi vida y la de mi familia cambiaron para siempre y no quería arriesgarme a producir alguna clase de continuación que pudiera disminuir o dañar al original en cualquier forma. Además, puesto que suponía que para Hafid, mi héroe de la ficción, habían transcurrido veinte años, como a mí me había sucedido en la vida real, en la continuación tendría por lo menos sesenta años de edad, y yo no estaba muy seguro de lo que podría hacer con un hombre tan anciano como él. Pero una mañana, mientras volaba hacia Lisboa, donde iba a pronunciar el discurso de apertura de la reunión anual de los principales productores de la North American Company, de pronto me di cuenta de que yo tengo un par de años más que Hafid, y todavía sigo escribiendo y volando alrededor del mundo pronunciando discursos y presentándome en entrevistas por la radio y la televisión, para no mencionar el hecho de que aún soy capaz de enviar una pelota de golf a doscientos treinta metros de distancia. ¡Si yo todavía era capaz de trabajar y de cumplir con mis obligaciones, él también podría hacerlo! Fue entonces cuando decidí que el vendedor más grande del mundo debería abandonar su retiro.
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