Mi mamá vino de Entre Ríos para trabajar con una familia cama adentro: los Usni. Cuando éramos chicos, solíamos ir a visitar a los Usni a Mar del Plata, al edificio Havanna, como se le dice porque tiene un inmenso cartel de esa marca de alfajores. Mi madre solía contarme que una vez, estando en Mardel con los Usni, vio una ola de veinte metros que arrasó con todo. Y que ella se salvó porque no había llegado a la playa.
Siempre me llamó la atención que sobre esa ola no se hablara nada. Hasta llegué a pensar que podía ser una fábula. Pero en este libro genial, de Andrés Gallina y Matías Moscardi, el hecho está reseñado: el 21 de enero de 1954, tres olas inmensas impactaron sobre la playa. Fue el único tsunami de la Costa Atlántica. Mi madre era muy chica para haber estado ahí: o se lo contaron y lo agregó a su relato, o me lo contó como si se lo hubieran contado y, en mi memoria, elegí que le pasara a ella, como sucede en los sueños.
La Guía maravillosa de la Costa Atlántica produce eso: que algo tan cotidiano para muchos, en época de vacaciones, se vuelva un misterio. Este es un libro sobre el mar, el viento y las olas, los lobos marinos, los balnearios y los faros, los muelles y las escolleras, las rarezas costeras y las tienditas de suvenires. Pero también, y sobre todo, es un poema inmenso, raro, inestable.
Después de leerlo, la Costa Atlántica se convierte en otra cosa: un lugar fabuloso donde por la rambla vemos pasar al Patinador Sagrado.
FABIÁN CASAS
ANDRÉS GALLINA
Nació en Miramar, en 1983. Es doctor en Historia y Teoría de las Artes (Conicet) por la Universidad de Buenos Aires, donde se desempeña como docente. Junto con Matías Moscardi, publicó Diccionario de separación. De Amor a Zombie (Eterna Cadencia Editora, 2016). Es autor de Adela (Dársena 3, 2001), La comunidad desconocida (INTeatro, 2020), Los días de la fragilidad (Oficina Perambulante, 2021) y Las luces, junto con Eugenia Pérez Tomas (Libretto, 2021). Codirige el sello Bosque Energético Editora.
MATÍAS MOSCARDI
Nació en Mar del Plata, en 1983. Es doctor en Letras, investigador del Conicet y docente en la UNMdP. Publicó, entre otros, los libros de poesía Bruma (VOX, 2012) y Los misterios del punk rock (Neutrinos, 2015); la novela Las Cosas (Clase Turista, 2014); ¡El Gran Deleuze! Para pequeñas máquinas infantes (Beatriz Viterbo, 2021) y Las respuestas. 1779 preguntas (Beatriz Viterbo, 2022). Codirige la editorial de poesía y ensayos Moscú.
Gallina, Andrés
Guía maravillosa de la Costa Atlántica / Andrés Gallina y Matías Moscardi. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Sudamericana, 2022.
(Obras diversas)
Libro digital, EPUB
Archivo Digital: descarga y online
ISBN 978-950-07-6830-6
1. Crónicas periodísticas. I. Moscardi, Matías. II. Título.
CDD 070.44
Diseño de tapa: Penguin Random House Grupo Editorial
Ilustraciones de Aruki
Edición en formato digital: diciembre de 2022
© 2022, Penguin Random House Grupo Editorial, S. A.
Humberto I 555, Buenos Aires
penguinlibros.com
Penguin Random House Grupo Editorial apoya la protección del copyright.
El copyright estimula la creatividad, defiende la diversidad en el ámbito de las ideas y el conocimiento, promueve la libre expresión y favorece una cultura viva. Gracias por comprar una edición autorizada de este libro y por respetar las leyes del copyright al no reproducir, escanear ni distribuir ninguna parte de esta obra por ningún medio sin permiso. Al hacerlo está respaldando a los autores y permitiendo que PRHGE continúe publicando libros para todos los lectores.
ISBN 978-950-07-6830-6
Conversión a formato digital: Libresque
Facebook: penguinlibrosar
Twitter: penguinlibrosar
Instagram: penguinlibrosar
ANIMALES FABULOSOS
Gaviotas
Cada tanto se las ve cruzar el horizonte, sobrevuelan el mar con actitud rapaz, se precipitan con sus picos en forma de flechas con terminación de ganzúa y descienden con la rudeza del relámpago para apresar algún pez, como hidroaviones de plumas blancas en miniatura. A lo lejos, el mar parece una cama elástica y la gaviota una niña divertida que rebota sobre la superficie. A veces se las ve en la escollera, entre junturas de rocas negras, ratoneando la carnada que los pescadores se olvidan o descartan. También transitan la orilla del océano que la espuma marca como borde, entretenidas con alguna cabeza de pescado, restos de salchicha, una feta de salame, un pedazo de tarta de zapallito y otros manjares que la gente deja caer en la playa. Se suele utilizar la palabra “gaviota” para referirse, de manera indiscriminada, a casi cualquier pájaro blanco que vuele cerca del mar. La Costa Atlántica está colmada de distintas especies, de nombres hermosos y divertidos. La gaviota cocinera, por ejemplo. ¡Su nombre es una fábula! ¿Se imaginan a una gaviota con el gorro blanco de un chef, cortando cebolla, llevándose al pico una cuchara de madera? Pero no: la pobre gaviota cocinera es una oportunista neta que se alimenta de desperdicios. Otra es la gaviota de Olrog, más conocida como gaviota cangrejera, que lleva el apodo de su alimento preferido. Otro nombre muy lindo es el de la gaviota capucho café. Entre las gaviotas tienen la mala costumbre de robar comida a otras especies como el ostrero pardo, un pobre pajarito al que le birlan las almejas. Esta tendencia al robo de alimento tiene un nombre: cleptoparasitismo. Cada tanto, cruza volando una gaviota por los poemas de Alfonsina Storni, traza signos de acero sobre la inmensidad. Pablo Neruda tiene su “Oda a la gaviota”. ¿Por qué estas aves son tan poéticas si se alimentan de carroña? ¿O será que la poesía también vive del cleptoparasitismo? En 2020, bajo contexto de aislamiento social por COVID 19, las gaviotas de Mar del Plata aprovecharon el panorama desértico de la ciudad para copar las playas vacías. Si los animales tuvieran un correo, si acostumbraran a enviarse postales, esta sería una: la orilla atlántica atiborrada de cientos de gaviotas como pequeños y estivales turistas de alas blancas, a punto de emprender el vuelo.
Lobos marinos
Desde el agua del puerto se los ve saltar como proyectiles submarinos hacia la banquina en un acto de acrobacia que, segundos antes, parecía imposible. Duermen la siesta entre barcos, redes y restos de pescado pudriéndose al sol. ¿Cómo llegaron hasta ahí? ¿Cómo hicieron para trepar si no tienen manos y pesan más de una tonelada? Toman envión y saltan a tierra firme con una gracia más acorde con el delfín: el cuerpo del lobo marino siempre supera las expectativas de su público. Salen a caminar por las calles del pueblo, duermen a la sombra del toldo de algún sindicato portuario o se arrastran con una finalidad estricta, como si fueran a hacer las compras al mercado del barrio y, de paso, a visitar a un pariente. ¡Durante la última pandemia tomaron las calles del puerto como si desde siempre hubieran sido suyas! ¿Cómo hicieron estos mamíferos pestilentes para transformarse en el ícono magnánimo de una ciudad como Mar del Plata, al punto tal de obtener el mérito ya no de una estatua, sino de tres —las dos de cemento emplazadas en la Rambla y una hecha de alfajores Havanna por Marta Minujín en la entrada del Museo MAR—? ¿Qué tipo de alquimia transformó el costado grotesco y vulgar del lobo marino rodeado de moscas en el emblema pintoresco de unas vacaciones familiares en la costa? Son imponentes. Su solo avistamiento, además de la arcada que produce el hedor de su hábitat, genera respeto y admiración entre la gente, que suele homenajear al lobo con un centenar de fotos que enaltecen su grandeza. Ciertamente una hormiga no es, de por sí, monumental. El lobo marino, en cambio, parece haber nacido para transformarse en símbolo de algo. Es grande, robusto, contundente, relativamente fácil de bocetar, porta una figura tan icónica como el logo de Batman, pesado como cien yunques pero, en el agua, ostenta la destreza de un puma en la tierra. Difícil concebir otro animal de la Costa Atlántica que esté a la altura del lobo marino. Todo monumento implica idealización, retoque y mejora del original: las estatuas tienen un exquisito olor a piedra.