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Andrés Felipe Solano - Salario mínimo

Aquí puedes leer online Andrés Felipe Solano - Salario mínimo texto completo del libro (historia completa) en español de forma gratuita. Descargue pdf y epub, obtenga significado, portada y reseñas sobre este libro electrónico. Año: 2015, Editor: ePubLibre, Género: No ficción. Descripción de la obra, (prefacio), así como las revisiones están disponibles. La mejor biblioteca de literatura LitFox.es creado para los amantes de la buena lectura y ofrece una amplia selección de géneros:

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Andrés Felipe Solano Salario mínimo

Salario mínimo: resumen, descripción y anotación

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En 2007, Andrés Felipe Solano decidió dejar de ser quien era, un periodista con un buen sueldo y la existencia aparentemente resuelta, para vivir durante seis meses bajo la falsa identidad de un obrero en la ciudad de Medellín, Colombia. Partió de Bogotá un día de marzo con apenas tres mudas de ropa, champú, jabón y desodorante y, en Medellín, alquiló una habitación en un barrio popular con un pasado violento y empezó a trabajar en una fábrica textil. Las reglas eran rígidas: nadie podía saber cuál era su verdadera identidad ni lo que estaba haciendo, no podía recurrir a ayuda monetaria de ningún tipo, y debía subsistir sólo con lo que le pagaran, el salario mínimo de 484.500 pesos por mes. Así, de un día para otro, ingresó en un mundo en el que el dinero era tan escaso que, en ocasiones, tenía que decidir entre comprar hojas de afeitar o un remedio para la gripe porque no le alcanzaba para ambas cosas. Trabajó diez horas por día de pie, sin más descanso que los quince minutos del almuerzo, ambicionando cosas tan simples e inalcanzables como un churro relleno o un viaje en taxi. Medio año después, cuando regresó a Bogotá, arrasado por esta experiencia en la que se había embarcado sin más expectativa que la de contar una buena historia, era otra persona.

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ANDRÉS FELIPE SOLANO MENDOZA Bogotá 27 de septiembre de 1977 Autor de las - photo 1

ANDRÉS FELIPE SOLANO MENDOZA (Bogotá, 27 de septiembre de 1977). Autor de las novelas Sálvame, Joe Louis (Alfaguara, 2007), Los hermanos Cuervo (Alfaguara, 2012) y el libro de no ficción, Corea, apuntes desde la cuerda floja (Ediciones UDP, 2015). Fue finalista del Premio FNPI 2008 por su crónica “Seis meses con el salario mínimo”, incluida en Lo mejor del periodismo en América Latina (FNPI-FCE, 2009), Antología de crónica latinoamericana actual (Alfaguara, 2012) y Verdammter Süden (Edition Suhrkamp, 2014). En 2010 fue seleccionado por la revista Granta como uno de los veintidós mejores narradores jóvenes en español.

Sus crónicas y cuentos han sido publicados en revistas como SoHo, Gatopardo, Granta, McSweeney’s, World Literature Today y The New York Times Magazine. Ha sido traducido al inglés, alemán, japonés, coreano y finés.

A mi familia en Medellín

Título original: Salario mínimo: Vivir con nada

Andrés Felipe Solano, 2015

Una versión anterior de esta crónica fue publicada en diciembre de 2007 por la revista SoHo, bajo el título «Seis meses con un salario mínimo»

Algunos de los nombres de este libro fueron cambiados por motivos de seguridad

Editor digital: Titivillus

ePub base r2.1

En 2007 Andrés Felipe Solano decidió dejar de ser quien era un periodista con - photo 2

En 2007, Andrés Felipe Solano decidió dejar de ser quien era, un periodista con un buen sueldo y la existencia aparentemente resuelta, para vivir durante seis meses bajo la falsa identidad de un obrero en la ciudad de Medellín, Colombia. Partió de Bogotá un día de marzo con apenas tres mudas de ropa, champú, jabón y desodorante y, en Medellín, alquiló una habitación en un barrio popular con un pasado violento y empezó a trabajar en una fábrica textil. Las reglas eran rígidas: nadie podía saber cuál era su verdadera identidad ni lo que estaba haciendo, no podía recurrir a ayuda monetaria de ningún tipo, y debía subsistir sólo con lo que le pagaran, el salario mínimo de 484.500 pesos por mes. Así, de un día para otro, ingresó en un mundo en el que el dinero era tan escaso que, en ocasiones, tenía que decidir entre comprar hojas de afeitar o un remedio para la gripe porque no le alcanzaba para ambas cosas. Trabajó diez horas por día de pie, sin más descanso que los quince minutos del almuerzo, ambicionando cosas tan simples e inalcanzables como un churro relleno o un viaje en taxi. Medio año después, cuando regresó a Bogotá, arrasado por esta experiencia en la que se había embarcado sin más expectativa que la de contar una buena historia, era otra persona.

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Andrés Felipe Solano

Salario mínimo

Vivir con nada

ePub r1.0

Titivillus 10.08.2022

CRÓNICA
Crónica: Texto

Al iniciar este viaje, mis votos son los de un monje: pobreza y castidad. A mis treinta años he decidido ir a Medellín, a 450 kilómetros de Bogotá, la ciudad donde nací, donde estudié y donde trabajo como periodista. El único lugar que, a fin de cuentas, conozco bien. Voy a Medellín porque acepté el encargo de la revista SoHo, que me pidió un artículo acerca de cómo es vivir con el salario mínimo durante seis meses. ¿Por qué lo he hecho? ¿Por qué dejar mi cómoda y bien asalariada vida en Bogotá? Lo desconozco. Pero desde hace un tiempo los días se me van en trabajos periodísticos a destajo, y cada vez me resulta menos soportable el cariz que esa vida está tomando. Si hubiera nacido en otro país y en otro tiempo, quizás esta decisión equivaldría a alistarme en el ejército e ir a la guerra. Quiero ser un hombre con una guerra encima. Pero la verdad es que sólo viviré seis meses con el salario mínimo en una ciudad que no es la mía. No sé cuál será mi casa, si tendré amigos, si conoceré a alguna mujer. Mis certezas por ahora son un número de teléfono y un empleo en una empresa de confección infantil llamada Tutto Colore. Repito el nombre en voz alta y con un falso acento italiano: Tu-tto Co-lo-re. Una ironía si pienso en la monocromática vida que me espera como operario de fábrica.

Las condiciones para hacer el artículo son rígidas. Trabajaré encubierto. Nadie puede saber quién soy. Y tendré que mantenerme con el sueldo que me pague la empresa textil. Vivienda, comida, transporte, todo tendrá que salir de ahí. No puedo llevar dinero ni pertenencias desde Bogotá. No puedo acudir a mi cuenta bancaria en un momento de desesperación. No puedo pedir ayuda a mi familia (con la que me comunicaré apenas algunas veces y a través de un teléfono móvil que traje para eso).

Además de mi ropa, en la maleta llevo varios tubos de crema dental y pastillas de jabón, tres desodorantes y dos cepillos de dientes. Es la única trampa que voy a hacer. Los artículos de aseo son lo más costoso de la canasta familiar: en ellos me he gastado una sexta parte de lo que voy a ganar al mes. En la billetera tengo un calendario de bolsillo para tachar los días en que viviré como un honesto impostor: serán seis meses de ser lo que no soy y de saber lo que puedo llegar a ser.


No sé muy bien qué pensar sobre lo que sucedió ayer en el aeropuerto, cuando venía para acá. Ya llevo un día en Medellín. La dependienta de la aerolínea, sonriente y con su pelo bien recogido, me puso en primera clase al enterarse de que viajaba solo. Pensé en decirle que era un obrero, pero todavía no lo soy. Silla 1A. Nunca antes había viajado en primera clase. En bus habría tardado diez horas por carreteras enroscadas, pero me tomó apenas media hora desde Bogotá. El último privilegio de mi vida como periodista por los próximos seis meses.

Es un domingo caliente de 2007. Cuatro de marzo. Por ahora me hospedo en casa de un lector: alguien que ha leído mis artículos y que me escribió hace tiempo un email para comentármelos. A la hora de venir a Medellín me atreví a contactarlo y confesarle lo que me disponía a hacer. Intentar ser otro. De inmediato se ofreció a darme una cama y desayuno mientras empezaba mi segunda vida. En Medellín, solo él y el gerente de la fábrica donde trabajaré saben a lo que he venido.

Sentado en un bar del centro recorro los clasificados del diario El Colombiano. He encerrado en un círculo unas cuantas habitaciones en lugares que reconozco por libros y guías que leí antes de pisar la ciudad. Sólo estuve de paso durante unas vacaciones hace más de diez años. Un termómetro en la pared marca 32 grados. Estoy contento de no tener que llevar abrigo, como ahora mismo tendría que hacerlo en la fría Bogotá. Podrá sonar ingenuo, casi estúpido, pero elegí Medellín porque creo que ser operario de una fábrica en un clima amable será menos complicado.

Siempre he querido vivir en Buenos Aires y quizás ahora ese deseo se cumpla: hay algunas pensiones para hombres solteros situadas en un barrio que lleva el nombre de la capital de Argentina. Elijo un par de opciones en Aranjuez y Manrique, unos enclaves obreros fundados en la primera mitad del siglo pasado, cuando la industria textil atravesaba una etapa de esplendor. Es como si tirara los dados sobre el periódico. No sé qué resultará de mi elección. Pero lo cierto es que el dinero manda y mi criterio es simple: al mes ganaré 484.500 pesos, así que según mis cuentas no puedo gastar más de 150.000 en el arriendo. El resto de mi sueldo lo destinaré para los buses y la comida. ¿Me quedará dinero? Estimo que unos 120.000 pesos para darme gustos los fines de semana. Algún helado, cervezas, una película, ir a bailar: eso que todo el mundo conoce como la vida. Es el lujo de ser un soltero sin hijos y con buena salud que gana el sueldo mínimo y no tiene la obligación de enviarle dinero a su madre.

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