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A ti te toca romper los viejos circuitos.
H ÉLÈNE C IXOUS ,
La risa de la medusa
2015. ALMERÍA. SUR DE ESPAÑA. AGOSTO
Hoy se me cayó el ordenador portátil sobre el suelo de cemento de un chiringuito playero. Lo llevaba debajo del brazo y se deslizó de su funda de goma negra (que tiene forma de sobre) para acabar aterrizando con la tapa hacia abajo. La pantalla se ha resquebrajado por completo, pero al menos sigue funcionando. Toda mi vida está dentro de ese ordenador; no hay nadie que me conozca tan bien como él.
Quiero decir que si él se rompe, yo también.
Mi salvapantallas es la imagen de un cielo nocturno purpúreo, tachonado de estrellas, constelaciones y la Vía Láctea, cuyo nombre proviene del latín lactea. Hace años mi madre me dijo que yo debía escribir Vía Láctea así: γαλαξίαϛ κύκλοϛ, y me contó que Aristóteles observaba nuestro círculo lácteo desde Calcidia, a unos cincuenta kilómetros al este de la actual Tesalónica, donde nació mi padre. La estrella más antigua tiene trece billones de años, pero las estrellas de mi salvapantallas solo tienen dos años y están fabricadas en China. Ahora todo ese universo se ha resquebrajado.
No hay nada que pueda hacer al respecto. Parece ser que hay un cibercafé en el pueblo de al lado, igual de infestado de moscas que el nuestro, y que a veces el dueño arregla ordenadores si los desperfectos no son importantes, pero tendría que encargar una pantalla nueva y tardaría un mes en llegar. ¿Seguiré aquí dentro de un mes? No lo sé. Depende de mi madre enferma, que ahora duerme bajo un mosquitero en la habitación contigua. En cualquier momento se despertará y gritará: «Tráeme agua, Sofia.» Y le llevaré agua y nunca será la adecuada. Ya no sé ni lo que quiere decir agua, pero le llevaré lo que yo entiendo por agua: la de una botella que está en la nevera o la de una botella que no está en la nevera o la del cazo donde la he puesto a hervir y la he dejado enfriar. Muchas veces me quedo mirando el manto de estrellas de mi salvapantallas y me dejo llevar, perdiendo toda noción del tiempo de una forma extraña.
Son apenas las once de la noche y podría estar flotando panza arriba en el mar, observando el auténtico cielo nocturno y la auténtica Vía Láctea, pero me dan miedo las medusas. Ayer por la tarde me picó una y me dejó marcada una intensa roncha púrpura en la parte superior del brazo izquierdo. Tuve que ir corriendo por la arena caliente hasta el puesto de primeros auxilios que se encuentra al final de la playa para que me pusieran una pomada. Me la aplicó un estudiante (de barba poblada) cuyo trabajo consiste en estar sentado allí todo el día atendiendo a los turistas que llegan con picaduras de medusa. Fue él quien me dijo que jellyfish en español es medusa. Yo creía que Medusa era una diosa griega que, tras una maldición, fue transformada en un monstruo y que su poderosa mirada podía convertir en piedra a cualquiera que la mirase a los ojos. Entonces, ¿por qué llamar como ella a esos animales marinos gelatinosos? El estudiante dijo que suponía que era porque los tentáculos de las medusas se parecen a la cabellera del monstruo mitológico, que siempre se representa con una retorcida maraña de serpientes en la cabeza.
Yo me había fijado en la imagen caricaturesca de Medusa estampada en la bandera amarilla que colocan junto al puesto de primeros auxilios para advertir del peligro. Esa Medusa tiene colmillos en lugar de dientes y ojos de loca.
«Cuando ondea la bandera de la Medusa es mejor no meterse en el mar. Eso depende de ti.»
El estudiante me limpió la zona de la picadura golpeándola ligeramente con un trocito de algodón previamente empapado en agua de mar hervida y después me pidió que firmase un formulario que parecía una solicitud. Era una lista de todas las personas de la playa a quienes les habían picado las medusas ese día. Tenía que rellenar el formulario con mi nombre, edad, profesión y país de origen. Demasiada información en la que pensar cuando tienes el brazo lleno de ampollas y un ardor insoportable. Me explicó que le exigían que hiciese llenar el formulario para así poder mantener el puesto abierto durante la recesión que atravesaba España. Si los turistas no lo necesitaban, el servicio se eliminaría y él se quedaría sin trabajo, así que era obvio que el chico estaba encantado de que hubiese medusas. Le proporcionaban pan que llevarse a la boca y gasolina para llenar el depósito de su motocicleta.
Le eché una ojeada al formulario y vi que la edad de las personas que habían sufrido picaduras de medusa iba desde los siete hasta los setenta y cuatro años y que la mayoría procedía de algún lugar de España, aunque había algunos turistas británicos y uno de Trieste. Siempre he querido ir a Trieste, porque suena a tristesse, que parece una palabra alegre, aunque en francés significa tristeza. En español suena más duro que en francés, es más un gemido que un susurro.
Yo no había visto ninguna medusa estando en el agua, pero el estudiante me explicó que tienen unos tentáculos larguísimos, de forma que pueden picarte aunque se encuentren muy lejos. Mientras me lo explicaba me frotaba el brazo con el dedo índice embadurnado con una suerte de ungüento. Parecía saber mucho sobre el tema. Las medusas son transparentes porque están compuestas en el 95 % de agua y por eso se camuflan fácilmente. También me dijo que una de las razones por las que hay tantas en los océanos de todo el mundo es debido a que se pesca en exceso. Sobre todo, lo que yo no debía hacer era frotarme ni rascarme las ronchas del brazo. Todavía podían quedarme algunos restos de baba de medusa y, al frotarme la zona afectada, eso haría que se liberase más veneno, pero él me había puesto un ungüento especial que eliminaría las sustancias urticantes. Mientras el estudiante hablaba, podía ver sus labios rosáceos latiéndole como una medusa entre la barba. Me dio lo poco que quedaba de un lápiz y me pidió por favor que rellenara el formulario.
Nombre: Sofia Papastergiadis
Edad: 25
País de origen: Reino Unido
Ocupación:
A las medusas les da igual mi ocupación, ¿para qué me lo preguntan? Ese es un tema delicado, más doloroso que mi picadura y más problemático que mi apellido, que nadie es capaz de pronunciar ni de escribir bien. Le dije al estudiante que yo era licenciada en Antropología, pero que en aquel momento trabajaba en una cafetería del oeste de Londres que se llama Coffee House y tiene wifi gratis y unos bancos de iglesia restaurados. Tostamos nosotros mismos el grano y servimos tres tipos de café exprés... Así que no sé qué poner donde dice «Ocupación».
El estudiante se acarició la barba.
–¿Vosotros los antropólogos estudiáis los pueblos primitivos?
–Sí, aunque lo único primitivo que he estudiado en mi vida es a mí misma.
De pronto eché de menos los suaves y húmedos parques de Gran Bretaña. Sentí ganas de dejar caer mi primitivo cuerpo sobre la hierba verde sin medusas entre sus briznas. En Almería no ves hierba verde a no ser en los campos de golf. Las colinas desnudas y polvorientas están tan resecas que antes rodaban allí películas, los spaghetti western, incluso una protagonizada por Clint Eastwood. Los vaqueros de verdad debían de tener los labios siempre agrietados, porque los míos habían empezado a estarlo debido al sol y tenía que ponerme bálsamo labial todos los días. ¿Quizá los vaqueros usaran grasa animal? ¿Pasearían la mirada por la inmensidad del cielo mientras echaban de menos los besos y las caricias? Y sus problemas ¿desaparecerían en el misterio del espacio como suele sucederme a mí cuando observo las galaxias de mi pantalla resquebrajada?
El estudiante parecía saber bastante de antropología, tanto como de medusas. Me propone una idea para llevar a cabo un «trabajo de campo original» mientras estoy en España.