Eugenio Rodríguez - Biografía de Costa Rica
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- Libro:Biografía de Costa Rica
- Autor:
- Editor:Editorial Costa Rica
- Genre:
- Año:2013
- Índice:4 / 5
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Biografía de Costa Rica: resumen, descripción y anotación
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E n 1950 apareció la primera edición de este libro, cuando empezaba una crisis económica que traería graves consecuencias para el país. Costa Rica estaba en el centro de los conflictos que conmovieron a Centroamérica en esos años, y se iniciaba, entonces, por obra de las circunstancias nacionales e internacionales, un estancamiento de los índices de progreso social que habían venido en ascenso en las últimas décadas. En algo más de veinte años el país ha sufrido cambios, ciertamente, pero en general conserva sus virtudes y defectos; una nación que algunos idealizan y otros vituperan pero que es, irremediablemente, la tierra en que nacimos y en la que habremos de morir.
Biografía de Costa Rica ha tenido suerte: esta es la octava reimpresión, ahora revisada y puesta al día. Nunca ha tenido mayores pretensiones, ni en el campo de la historia ni mucho menos en el literario; tan solo aspira a presentar una imagen equilibrada de la evolución de Costa Rica desde el Descubrimiento hasta nuestros días, en forma inevitablemente resumida.
En esta nueva edición se mantiene el propósito original: presentar los hechos y a las personas con la mayor objetividad posible, con un lenguaje sencillo que pretende llegar sin tropiezos al lector común, sin estadísticas exhaustivas ni agobiantes bibliografías. Se ha agregado un capítulo final que cubre el período no tratado en las otras ediciones, más o menos hasta terminar el siglo.
EUGENIO RODRÍGUEZ VEGA
Volviendo a mi asunto, creo que nada hay de bárbaro ni de salvaje en esas naciones, según lo que se me ha referido; lo que ocurre es que cada cual llama barbarie a lo que es ajeno a sus costumbres.
MONTAIGNE, Ensayos. 1580
U n día de setiembre de 1502, en su cuarto viaje, Colón tiene en frente las costas del territorio que es hoy Costa Rica. Por vez primera ojos europeos miran nuestra tierra, agregándose nuevas imágenes y paisajes al catálogo fabuloso de las experiencias anteriores. Estos hombres cansados, víctimas de penurias y tormentas, una vez más se ilusionan creyendo que ahora, por fin, el oro antes inalcanzable llegará a sus manos abundantemente.
Llegué a tierra de Cariay –dice Colón– adonde me detuve a remediar los navíos y bastimentos y dar aliento a la gente, que venía muy enferma. Yo, que, como dije, había llegado muchas veces a la muerte, allí supe de las minas del oro de la provincia de Ciamba, que yo buscaba... Nombráronme muchos lugares en la costa de la mar adonde decían que había oro y minas...
Pero aquí no empieza nuestra historia, como algunos suponen. Antes de que Colón llegue a nuestras playas algunos miles de seres humanos trabajan, aman y sufren en los llanos, las selvas y la altiplanicie, junto a los ríos, a la orilla del mar y en las vecindades frescas de los volcanes. Estos hombres y mujeres, primera base del actual pueblo costarricense, son los orgullosos antepasados de unos centenares de indígenas que hoy, en el norte y en el sur del país, se aferran todavía a las pocas raíces que el tiempo, la injusticia y el abuso les han ido dejando.
En Costa Rica no existe una grande y poderosa cultura, capaz de hacerse sentir hasta los últimos límites de un territorio reducido que apenas pasa de los 50 000 kilómetros cuadrados. En un espacio tan pequeño hay dos tradiciones culturales que se imponen en tres áreas geográficas: una cultura de origen suramericano que marca su influencia en la vertiente atlántica, la Zona Central y el Pacífico Sur, y una tradición relacionada con las culturas de Mesoamérica, claramente visible en el Pacífico Norte. Los estudios arqueológicos, todavía incompletos en Costa Rica, han determinado que nuestro país fue un puente entre las grandes culturas del norte y del sur, una zona fronteriza de civilizaciones más desarrolladas que las nuestras; por eso en Costa Rica se entrecruzan y mezclan vegetación, fauna y rasgos culturales de todo tipo. Así, por ejemplo, se ha hecho notar que las lenguas habladas por nuestros aborígenes se originan en distintos troncos lingüísticos asentados en diversos puntos del continente, y que en muchos objetos del arte indígena costarricense pueden apreciarse influencias del norte y del sur, muchas veces expresadas en un estilo propio, en el que se percibe elaboración artística y un aporte creador. En una obra de cerámica o en un ídolo de piedra no es difícil estudiar este proceso de influencia y asimilación; es más complejo hacerlo en la lengua, la religión y las costumbres. Pero es seguro que en estos campos se ha producido un fenómeno semejante, que ha llevado con el tiempo a la creación de nuestras propias creencias e instituciones.
El sector cultural sujeto a la influencia suramericana recibe el impacto decisivo de los centros andino y subandino, y el sector que tiene la influencia de Mesoamérica está marcado por las culturas que arraigaron en buena parte de México, Centroamérica y el Caribe. Esta diversidad de tradiciones culturales se expresa en todas las manifestaciones de la vida cotidiana: el arte, la vivienda, las creencias religiosas y, básicamente, la agricultura. Así, mientras los indios de Guanacaste y el Golfo de Nicoya se alimentan especialmente de granos –se dice que obtenían al año tres cosechas de maíz–, los del Atlántico, la Zona Central y el Pacífico Sur tienen una alimentación basada en el pejibaye y los tubérculos: yuca, tiquisque y ñampí.
No existen datos absolutamente confiables acerca de la población indígena costarricense en el momento en que llegan los españoles; y mucho menos los hay sobre los tiempos precolombinos. El obispo Thiel, en un estudio clásico sobre la población costarricense, estima en 27 200 el número de indios en el momento de iniciarse la Conquista. Esta cifra, que don Ricardo Fernández Guardia recoge y que algunos han puesto en duda suponiendo que la población indígena era mucho mayor, es, sin embargo, la que por lo general se acepta porque no hay bases ciertas para hacer una estimación más exacta. En todo caso, se admite por los autores contemporáneos como el punto de arranque de nuestros estudios demográficos.
Como señalamos antes, nuestras culturas indígenas se asientan en tres áreas geográficas:
1. Área del Pacífico Norte
Es una zona cultural de bosque tropical seco. Se extiende desde la Cordillera de Guanacaste hasta el océano Pacífico, comprendiendo las islas del Golfo de Nicoya. Aquí tiene su asiento el pueblo chorotega-mangue, pero vivieron también otros pueblos a lo largo del tiempo. Es la cultura más desarrollada en el territorio costarricense y la que comprende una población más numerosa. En la estimación del obispo Thiel casi la mitad de todos los indígenas del país están clasificados como “chorotegas”. Un dato expresa muy bien el relativo desarrollo que han alcanzado: se supone que tienen libros de pergamino de cuero de venado, en los que asientan los hechos más importantes de su forma de vida. Desgraciadamente ninguno de estos documentos ha llegado hasta nosotros, aunque sí se tiene noticia de ellos por los cronistas españoles.
En esta zona cultural el maíz adquiere una importancia extraordinaria, condicionando prácticas agrícolas, costumbres, formas artísticas y creencias religiosas. Es, además, la base de la alimentación junto con el frijol, la calabaza, el cacao, carne y pescado. Tienen una vida económica bastante activa, comercio intenso y mercados para el intercambio y la venta de numerosos artículos. Socialmente se organizan en clanes y en tres estratos sociales: a) el alto, al que pertenecen los sacerdotes y los guerreros nobles; b) el medio, integrado por la gente común; c) el bajo, con los esclavos y los prisioneros de guerra. Los hombres del estrato alto, además de otros privilegios, pueden tener más de una esposa, según las condiciones económicas; todos viven en centros de población concentrados, más grandes o más pequeños, hasta de unos 20 000 habitantes, con una plaza principal al centro; levantan templos para el culto religioso; mantienen una clase sacerdotal fuerte de mucha influencia; practican los sacrificios humanos especialmente de los enemigos capturados en las guerras y admiten la antropofagia ritual. Sus casas son de madera, de base rectangular con techos de paja. Están dirigidos por un consejo de ancianos y por jefes menores que ellos mismos eligen. Descuellan notablemente en el dominio de la cerámica; en este campo quedan testimonios extraordinarios de piezas policromas, aunque también de cerámicas monocromas rojas, negras y de otros colores.
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