“El erotismo tiene su propia justificación moral porque dice que el placer es suficiente para mí; es una declaración de la soberanía individual”.
Scherzo
Miguel Ángel, c. 1512. Colección Doria-Pamphili, Roma
El término “arte erótico” está rodeado por un halo de conceptos mojigatos, engañosos y disimulados. Arte o pornografía, sexualidad o erotismo, obscenidad u originalidad: todas estas tentativas de diferenciación y determinación están tan entremezcladas que parece casi imposible llegar a una definición objetiva. ¿Desde qué punto puede hablarse de “arte erótico”?
A todo coleccionista de arte erótico le han sido propuestas en algún momento obras estimadas insuficientes desde cualquier punto de vista, mientras esperaba algo mejor. Por tanto, el vendedor afirmaría haber encontrado un objeto importante dentro del género. Pero parece que el ojo quedara algunas veces estupefacto al contacto con este tema emancipado.
Para quedar convencido, se necesita creer simplemente que un hombre, a menudo muy cultivado, considera importante una obra de escaso valor artístico. De otro lado, ocurre con frecuencia que una obra maestra pasa por fútil a causa de su tema.
Es cierto que la sola representación del acto sexual no califica como arte erótico, por lo mismo que un objeto escabroso o pornográfico no pierde su carácter de arte a raíz de un contenido considerado indecente o inmoral. Identificar el arte erótico sólo por su contenido lo reduciría a una sola dimensión, así como es imposible distinguir las representaciones artísticas de las pornográficas sólo con la descripción de sus contenidos inmorales.
Es igualmente erróneo pensar que las obras eróticas son creadas sólo para excitar la sexualidad y no pueden, por tanto, llegar a ser arte. La pornografía es también un producto de la imaginación, mientras su estructura difiera de la realidad sexual. Gunter Schmidt afirma que la pornografía “se construye como la fantasía y las ilusiones sexuales, como lo irreal, lo megalómano, lo mágico, lo ilógico y lo estereotipado”.
De cualquier manera, aquellos que proponen la alternativa “arte o pornografía” pueden haber casi optado contra la pornografía, conducidos por su actitud moralista.
En consecuencia, lo que es arte para una persona puede ser una obra diabólica para otra. La mezcla de asuntos estéticos con asuntos ético-moralistas condena cualquier proceso esclarecedor justo desde el principio.
En su significado griego original, pornografía significa “escritura de la prostitución”, esto es, texto de contenido sexual. Tal definición permitiría entonces acercar el contenido del arte erótico con el de la pornografía. Esta reevaluación llevaría a una rehabilitación del término.
El límite de la distinción entre arte y pornografía depende de las actitudes contemporáneas como lo ilustra, por ejemplo, la pintura de El Juicio Final de Miguel Ángel en la Capilla Sixtina. Durante el Renacimiento, la desnudez no fue considerada obscena. El mecenas de la obra, el papa Clemente VII, no encontró nada inmoral en su ejecución. Sin embargo, su sucesor, el papa Pablo IV, ordenó a otro artista cubrir las partes obscenas de El Juicio Final.
No todas las épocas son igualmente propicias para la creación del erotismo. No obstante, el arte erótico no es sólo una reflexión de libertad sexual conseguida. Puede ser también un subproducto de la supresión y la represión con que el erotismo ha sido cargado. Todavía es concebible que la mayoría de las obras eróticas más apasionadas fueron creadas no a pesar de sino más bien a raíz de las presiones culturales sobre la sexualidad.
El erotismo tendría que ser así comprendido como un fenómeno social y culturalmente formado. En este caso se trata de la criatura de las prohibiciones morales, legales y mágicas, surgidas para prevenir que la sexualidad lesione la estructura social. El instinto reprimido se expresa por sí mismo, pero también estimula la fantasía sin exponer la sociedad a los peligros destructivos de la sexualidad directa.
El erotismo es un exitoso acto de equilibrio entre la sociedad organizada racionalmente y la demanda de una sexualidad destructora y licenciosa.
Sin embargo, aun en sus versiones domesticadas, el erotismo permanece como una potencia demoníaca en la conciencia humana en razón a que repite el peligroso canto de las sirenas, cuyo intento por acercarse resulta fatal.
Devoción y rendición, regresión y agresión: he allí las potencias que todavía nos tientan. Esta convergencia del deseo y el anhelo por la muerte siempre ha jugado un importante papel en la literatura. En la medida en que el erotismo consiste en distancia y rodeos, el fetichista constituye la imagen perfecta del erotómano.
José y la esposa de Putifar
Rembrandt van Rijn, 1634. Grabado, 9 x 11.5 cm
El monje en el trigal
Rembrandt van Rijn, 1645. Instituto de Arte de Chicago, Chicago
La cama a la francesa
Rembrandt van Rijn, c. 1646. Grabado, 12.9 x 22.6 cm. Biblioteca Pierpont Morgan, Nueva York
El cuerpo imaginado es más significante que cualquier cuerpo real. El objeto fetiche, en su relación fija y tensa con lo inmediato, tiene más significado para el fetichista que la promesa de todos los deseos satisfechos representados por ese objeto. Los coleccionistas también son fetichistas. Mientras el libertino o licencioso es activo en la vida real, el fetichista vive en el reino de la fantasía, donde se regodea con las delicias del vicio de manera más profunda y completa que el licencioso desenfrenado.
La distancia permite la libertad. El arte también proporciona libertad, lo que puede representar una producción fetichista para el artista. Se da el lujo de la libertad de jugar con fuego sin quemarse. Atrae al ojo y permite jugar con lo prohibido sin haber pecado. El arte tendría el poder de reducir de inmediato la fuerza de la sensualidad.