Introducción
Los hechos demuestran que en el gobierno de Felipe Calderón, quien le declaró la guerra al narcotráfico al iniciar su gestión en diciembre de 2006, ni el Ejército ni las policías han podido derrotar al crimen organizado; por el contrario, Narcomex no sólo se ha fortalecido junto con las complicidades políticas, sino que cada vez es más evidente que los dominios del narcotráfico mexicano se extienden por toda América Latina, Estados Unidos y, lo que aún es peor, ya pisan territorios del viejo continente.
Este libro reúne historias del narcotráfico y de sus aliados en el poder político que permiten entender la penetración de los intereses mafiosos en la presidencia de la República desde el sexenio de Ernesto Zedillo a la fecha. Con mayores detalles se explican las causas de la desenfrenada violencia que azota al país y el avance del narcotráfico en más de la mitad del territorio nacional, donde los narcos están en abierta disputa por el poder político en muchos municipios y varias entidades federativas.
Algunas de esas historias, como la fuga del capo Joaquín Guzmán Loera, el Chapo, o la semblanza de la abogada Raquenel Villanueva apareceieron en mis libros Los narcoabogados y Los capos, por ejemplo, publicados en 2005 y 2006, respectivamente, por esta casa editorial. Sin embargo, ahora el lector conocerá más detalles sobre lo que aconteció antes del escape del líder del cártel de Sinaloa y el turbio entorno que envolvió a la llamada Abogada blindada antes de ser asesinada en Monterrey, Nuevo León. Se trata, pues, de historias no solamente revisadas, sino también puestas al día.
El lector encontrará, además, un detallado mapa criminal de la evolución de los cárteles de la droga en México durante el llamado “sexenio de la guerra”, la etapa más oscura que ha vivido el país y la peor que se recuerde después de la Revolución mexicana y la matanza estudiantil de 1968.
También se incluyen casos dramáticos de impotencia social frente al narcotráfico transformado, como el del empresario tamaulipeco Alejo Garza Tamez, a quien Los Zetas exigieron la entrega de su rancho y para concretar la operación llegaron armados hasta con un notario público para dar fe de la cesión de la propiedad. Garza, cazador implacable de venados, los esperó armado hasta los dientes y defendió a tiros su propiedad hasta caer abatido por las balas de sus enemigos.
Casos como éste se multiplican en México, al igual que los secuestros, también perpetrados por células del crimen organizado. Y es tanta la impunidad que protege a los criminales que se llegan a dar el lujo de recibir en abonos el pago de los rescates, sin que ninguna autoridad haga absolutamente nada frente a estos hechos. Por ello, tiene razón Edgardo Buscaglia, asesor de la ONU en asuntos de crimen organizado, al afirmar: “El presidente Felipe Calderón es una figura decorativa frente al desastre ocasionado por la delincuencia. Su gobierno no tiene capacidad para garantizarle a nadie ni la vida ni el patrimonio”.
En otros capítulos inéditos se acredita, por ejemplo, que el crecimiento de los carteles mexicanos es, sin duda, descomunal; prueba de ello es que en España, Italia y Reino Unido ya operan los narcos mexicanos moviendo la droga a través de puertos y aeropuertos nacionales, donde tienen amplias complicidades con policías y altos funcionarios del gobierno, e incluso envían sus cargamentos en buques mercante y en aviones comerciales. Hasta esos confines México exporta ingobernabilidad y violencia. El cártel de Sinaloa, la organización que más ha crecido en el actual gobierno, está presente en 48 países del mundo y por doquier se pasea impune el capo, que por segunda vez consecutiva, es considerado por la revista Forbes como uno de los hombres más ricos de México: Joaquín el Chapo Guzmán, a quien se le atribuye una fortuna de poco más de mil millones de dólares.
Los Zetas, por su parte, entran y salen de Estados Unidos sin ser molestados. Otro grupo armado que en sus orígenes reclutó a desertores del Ejército, terminó por consolidarse como cártel independiente. Actualmente entran y salen de los Estados Unidos sin ser molestados; se mueven con toda libertad por Centro y Sudamérica; en Italia son ampliamente conocidos y ya ni se diga en México, donde su expansión es tan fuerte que controlan el corredor Tamaulipas Nuevo León; por si fuera poco dan órdenes en un buen número de aduanas donde trafican con armas y drogas cobijados por funcionarios públicos y hasta por altos mandos del Ejército.
La Familia Michoacana es quizás el caso más ejemplar de la expansión de un cártel en plena guerra y durante un corto tiempo. Se ha desarrollado en Michoacán, la tierra natal del presidente Felipe Calderón, y con cinco años de estar operando ya dominan el norte de México. Desde Guatemala controlan el tráfico de cocaína y metanfetaminas en varios países de Centroamérica. La clave de su éxito fue la alianza original que establecieron con el cártel de Sinaloa y con el de Tijuana, la cual pudieron consolidar pese a la persecución de sus principales líderes. El resto de las organizaciones criminales que operan en México, de las que también se aportan detalles sobre su expansión en este libro, se mantienen tan poderosas como intocadas.
Es este escenario caótico al que Felipe Calderón ha precipitado al México. Y lo que se observa en su guerra contra el crimen organizado son dos paradojas: en primer lugar, que dicha cruzada ha resultado un fiasco, pues no se ha exterminado a nadie —el narco está fortalecido dentro y fuera de México—; en segundo lugar, también resulta evidente y hasta sospechoso que en el llamado “sexenio de la guerra” el gobierno combate, pero al mismo tiempo brinda protección, a algunos barones de la droga; y esto lo hace a través de policías, militares e incluso servidores públicos de todos los niveles, pues de otra manera no puede explicarse la impunidad con la que se mueven capos como Joaquín El Chapo Guzmán, Ismael el Mayo Zambada o el jefe de Los Zetas, Heriberto Lazcano Lazcano, por citar sólo a dos de los más connotados.
Mención aparte merece el tema del lavado de dinero en México, sobre el que poco se investiga y menos se castiga a sus responsables. Inversiones multimillonarias se realizan a lo largo y ancho del país mediante la compra de inmuebles, todo tipo de empresas y amplias extensiones territoriales. Todas estas adquisiciones se utilizan para lavar activos ilegales, sin que hasta ahora existan indagaciones oficiales de por medio. El narco, por todas partes, parece estar blindado.
Y dentro de este complejo contexto de violación, también resulta muy preocupante el tema de la prensa en México. Cada vez es más difícil y riesgoso hacer periodismo. Aunque estos casos no son materia del presente libro, es preciso exponer que dados los altos niveles de impunidad, los reporteros que se dedican a la investigación de temas de narcotráfico y delincuencia organizada, corren el riesgo de perder la vida o de ser desaparecidos por alguno de estos poderes fácticos ligados siempre al poder político. Decenas de periodistas han muerto y otros están desaparecidos. Sus casos siguen impunes.
Pero hay otra modalidad de coartar la libertad de expresión: la calumnia desde el poder central, con la que también se ha pretendido acallar a la prensa crítica de México. Uno entre muchos casos es la experiencia que viví en diciembre de 2010, cuando después de publicar un reportaje en el semanario