Coordenadas para nuestra historia. Temas de historia de Venezuela
Salvador Augusto Mijares Izquierdo
Coordenadas para nuestra historia. Temas de historia de Venezuela
© Salvador Augusto Mijares Izquierdo
Historia de los países latinoamericanos N° 13
Ediciones LAVP
©www.luisvillamarin.com
Cel 9082624010
New York City, USA
ISBN: 9780463287330
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Prólogo
I . Los días coloniales
II . La emancipación
La evolución política en Vene zuela
I . Los días auroreales (1810-1812)
II . El caudillismo
III . la reorganización de la republica y sus grandes víctimas (1819-1826)
IV . Destrucción de la Gran Colombia (1826-1830)
V . Venezuela y el gobierno deliberativo (1830-1846)
VI . De la demagogia o del despotismo (1846-1858)
VII . Anarquía y devastación (1858-1870)
VIII . El Guzmancismo (1870-1899)
IX . Nuestro siglo XX (1900-1960)
El siglo XIX
Sentido de po rvenir de la democracia
¿Somos o estamos? Problemas político del siglo XX
Prólogo
Mijares: el hecho histórico y el hecho político
Para Fernando Savater, el de intelectual moderno es « un oficio que toma algo del agitador político, bastante del profeta y no poco del director espiritual»; y hace arrancar semejante caracterización de Voltaire, a quien ella misma le calza como un guante. El volumen de Augusto Mijares que ahora presentamos recoge una labor que, aparentemente, tiene bastante de lo último, un tanto de lo segundo y en principio nada de lo primero.
Aparentemente, porque es posible demostrar que, si bien alejado y hasta aborrecedor de la polémica, la actitud de Mijares en las páginas que siguen están hechas de una materia prima, la política, cuyo tratamiento nunca deja de ser controversial, y en este caso ni siquiera en sus páginas más reposadas.
En estas cuartillas se intentará dar asiento a aquellos asertos examinando tres cuestiones que, de una forma u otra, confluyen hacia el río madre de la política. La primera es el planteamiento de una historia intelectual; la segunda, el sentido y la definición de la democracia; la tercera, el impacto de la vida cotidiana, la política en lo que ella tiene de inmediato, con su crítica de lo que los franceses llaman la politique-politicienne.
I
Lo primero que llama la atención en estas páginas es la ausencia de lo militar, lo heroico. Son páginas inmersas en la historia intelectual de los venezolanos. Su sola proposición las hace así extremadamente polémicas, porque, por distintos ángulos, se opone a los historiadores tradicionales para quienes la historia venezolana se resuelve entre batallas y baños de sangre, bajo el comando de hombres elevados a la categoría de semidioses (e incluso uno, Bolívar, a la de Dios mismo).
Por el otro lado, se opone a positivistas y marxistas, que si bien pretendían sacar la historia de aquel escenario procero, tendían a caer en el extremo contrario, la glorificación de la democracia en cuanto pudiese ella tener de fuerza ciega y de pulsión pasional.
Entre esas dos tendencias, la romántica y las dos por el amadamente « científicas » se ha desarrollado la historiografía venezolana en los siglos XIX y XX. Conviene examinar, así sea someramente, cuáles son las bases teóricas, expresas o tácitas, de esas maneras de escribir la historia, y cómo Mijares se opone a ellas.
La historiografía romántica proviene, aparte del escaso desarrollo de la disciplina, de dos fuentes: la admiración y el interés político. Los hombres que comienzan a escribir la historia de la Venezuela republicana no pueden menos de sentirse deslumbrados por quienes culminaron, partiendo prácticamente de la nada, una de las aventuras más prodigiosas de la historia. Pero ese hecho guerrero priva por sobre todos los otros elementos que forman la pasta de que está hecha la memoria colectiva.
La historia heroica deriva entonces, quieras que no, en historia militar. Así, labores tan importantes para la verdadera emancipación americana como la obra de Andrés Bello y las no por atrabiliarias menos certeras visiones de Simón Rodríguez, apenas tenían importancia, excepto como la «flor en el ojal » de los héroes guerreros: ambos eran sobre todo, los « maestros del Libertador ».
Pero nadie escribe inocentemente. Si la historia así escrita lo fue sin intenciones perversas y sin otro motor que ese deslumbramiento por la epopeya, ella no dejó de cumplir por eso un papel de legitimación política: la fuente de toda ella estaba en la guerra de independencia, y por lo tanto los libertadores (o sea los nuevos gobernantes bajo cuya férula se escribía la historia) extraían de allí las suyas propias.
Y todas se remitían al Héroe Máximo que, desde el Olimpo patriótico (y desde el Panteón a partir del guzmanato), servía de modelo a sus sucesores, y además conservaba con ellos un lazo de cercanía no sólo porque el tal existió durante la guerra, sino por su parecido en hechos y decires al Libertador.
De esta manera de plantearse el desarrollo de la historia nacional dio el primer ejemplo el propio Páez, quién en su acción primero, en su autobiografía más tarde, tendía a imitar los gestos políticos del Libertador, a buscar que la historia de éste y la suya propia se confundiesen de una manera tal que, insensiblemente, la comparación laudatoria se imponía: sin duda que quien mandaba en la República de Venezuela después de la Cosiata era «el segundo Bolívar ».
Páez y Monagas fueron, pues, los primeros en hacerlo; este último desde 1831 cuando su revolución, que proclamaba defender «religión y fueros » contra la nueva república, tenía inscrita en sus banderas la reconstitución de la Gran Colombia. Páez, en 1842, dio inicio al culto bolivariano, que a partir del centenario del nacimiento de Bolívar se transformó en una especie de religión laica.
Ya dado así el primer envión por los propios libertadores, la historiografía venezolana del siglo XIX y en gran parte hasta nuestros días siguió ese patrón. Lo cual la hizo desembocar en sus dos otras características. Por una parte, era una historia que privilegiaba y hasta exageraba los procesos de ruptura sobre los de continuidad.
Así, el primer momento de nuestro ser natural, social y cultural se situaba en aquel 5 de julio de 1811en que Venezuela proclamó su independencia política. No había, antes de eso, historia historiable, y si alguna vez aparecían algunos caudillos indígenas, lo eran como precursores de la independencia. Pero como tampoco existía esa historia historiable después de 1830, toda la nuestra se reducía a un período y a un hecho: la historia de Venezuela era la historia de su emancipación.
Eso era reducir la memoria colectiva venezolana amputándola de los tres siglos coloniales y del republicano. Lo cual no sólo era una proposición insostenible, sino que destruía totalmente el concepto mismo de historia. Porque los libertadores dejaban de ser personajes históricos para transformarse en héroes culturales.
Bolívar, sobre todo, se elevaba no a la condición de un César, de un Luis XIV, de un Napoleón, de un Cromwell o de un Washington, pobres genios mortales, sino a la de un Guillermo Tell, un Manco Capac, un Quetzalcoatl que habían dado vida a sus pueblos, les habían enseñado la agricultura, les habían dado un idioma, tal vez una religión y en todo caso una cultura.
Por otra parte, eso también tenía su punta o su derivación política. Si la independencia fue la era fundacional no de un régimen político sino de un pueblo; y era a la vez la Edad de Oro, había que retomar a ella, a (como solía decir en sus discursos Eleazar López Contreras) « las gloriosas tradiciones que nos legaron nuestros antepasados». La solución de todos los males del presente era, pues, retomar a los días fundacionales, a la Edad de Oro.