Literatura venezolana
del siglo XX
RAFAEL ARRÁIZ LUCCA
@rafaelarraiz
Agradecimientos
Hago explícito mi agradecimiento a dos amigos con quienes compartí el fervor por la literatura venezolana y que ya no están entre nosotros: Juan Liscano y Julio E. Miranda. Fueron muchos los comentarios que recibí de parte de ellos sobre estos trabajos de aproximación a nuestra escritura.
La Universidad Metropolitana y su Centro de Estudios Latinoamericanos Arturo Uslar Pietri han respaldado estas investigaciones, al igual que la Fundación para la Cultura Urbana y la Academia Venezolana de la Lengua, instituciones todas en las que encuentran eco mis intereses literarios. A todas ellas, mi gratitud.
Vaya mi agradecimiento a la Cátedra Andrés Bello del Saint Antony’s College de la Universidad de Oxford, donde estuve un año entregado a los fervores de la investigación literaria y logré fraguar algunos de estos ensayos.
Quiero expresar en voz alta mi agradecimiento al editor, Ulises Milla, quien ha tomado la decisión de ir publicando mis libros en una Biblioteca que lleva mi nombre, siempre colocando el acento donde debe estar. A Magaly Pérez Campos, quien viene cuidando la corrección de mi escritura, salvándola de los precipicios del idioma, desde que tuve la suerte de conocer la calidad de su trabajo. Al equipo de producción de Editorial Alfa, Diana Tarazona y Rocío Jaimes, donde cuidan las ediciones con un esmero encomiable.
Prólogo
Soy deudor de mis lectores; por ello no escatimo en cortesías hacia ustedes y entrego estas brevísimas líneas prologales. Espero que este libro contribuya con el mejor conocimiento de nuestra escritura.
Comencé a escribir sobre literatura en El Papel Literario de El Nacional y en las Páginas Culturales de El Universal, en 1980. Luego, publiqué muchas notas críticas en diversas revistas venezolanas y del exterior. En este oficio de lector que escribe sobre lo leído me mantengo activo con un entusiasmo que, debo admitirlo, soy el primero en reconocer que me sorprende. Desde aquellas fechas y hasta el día de hoy, entre mis objetos de estudio ha estado presente la literatura de mi país y, habiendo transcurrido casi treinta años de mis primeros apuntes, creo que llegó el momento de seleccionar un conjunto estructurado que sirva, si ello es posible, como manual introductorio al bosque feraz de nuestras letras. Para este propósito tuve que dejar de lado decenas de reseñas breves y escoger exclusivamente los ensayos de aliento comprehensivo; de lo contrario, corría el riesgo de confeccionar un racimo misceláneo, que alejaría al lector de una visión de conjunto. Por supuesto, este criterio selectivo deja fuera del volumen la obra puntual de muchos autores, pero en esto, como en otros desafíos, excluir es tan importante como incluir.
Literatura venezolana del siglo XX recoge seis trabajos panorámicos introductorios que dan cuenta de un corpus literario nacional, centrado en la centuria recién concluida, aunque no elude las necesarias referencias al siglo XIX, en ofrenda a la continuidad natural de todo proceso creador. Le siguen veinticinco ensayos sobre las obras de veintitrés autores, ya que sobre la tarea de Arturo Uslar Pietri y Antonia Palacios se encuentran dos trabajos acerca de cada uno. La mayoría de los ensayos examinan la totalidad de la obra de los estudiados; en algunos casos, los menos, se trabaja un género cultivado por un autor (Uslar Pietri, Blanco, Arráiz, Montejo, Balza) o un aspecto particular de su obra (Grases, Cadenas). En todas las aproximaciones me guía el desiderátum establecido por Ortega y Gasset para la escritura: una obligación de claridad, la deseable iluminación de una parcela de la realidad por parte de quien busca alumbrarla.
Buena parte de estos trabajos fueron madurando en las aulas de la Universidad Metropolitana, ámbito académico en donde impartí asignaturas literarias durante varios años, para luego cederle el paso a mis ímpetus de profesor de Historia de Venezuela y de guía de talleres de escritura, tareas que sigo desempeñando con alegría.
Le debo tanto a mis alumnos que sería indigno no reconocer esa deuda en esta oportunidad. Vaya para ellos, que ya forman legión, la dedicatoria de estas páginas y el recuerdo emocionado de la experiencia pedagógica.
RAL
Visiones panorámicas
La literatura venezolana: de la dependencia a la autonomía
Quiero comenzar estas líneas enunciando dos dificultades que no pretenden ser excusas. Me refiero al complejísimo escollo que representa ofrecer un mínimo panorama histórico de nuestra literatura en tan poco espacio. Esto, como vemos, es más que una dificultad, un reto. El segundo problema está en que el viaje que se me encarga debe comenzar con la independencia de Venezuela de la corona española, y esto supone una visita al siglo XIX que, para colmo, es poco frecuentado por los estudiosos de la literatura venezolana. Así, pues, emprendo el camino advirtiendo los peligros que me acechan: puedo ser tan conciso que derivo en injusto; abarco tanto en tan poco espacio que puedo pintar un paisaje impresionista y no un mapa pormenorizado.
Las aproximaciones a la literatura venezolana con un propósito totalizante no abundan. Contamos con Formación y proceso de la literatura venezolana (1940) de Mariano Picón Salas; Panorama de la literatura venezolana actual (1973) de Juan Liscano y Noventa años de literatura venezolana (1993) de José Ramón Medina. Acercamientos parciales se han efectuado más y con muy buenos resultados. Anoto los trabajos de Orlando Araujo y Julio E. Miranda sobre narrativa; los de Guillermo Sucre, Elena Vera, Joaquín Marta Sosa y El coro de las voces solitarias-Una historia de la poesía venezolana (2002) de quien escribe, sobre poesía; los de Miguel Gomes, Gabriel Jiménez Emán y Oscar Rodríguez Ortiz sobre ensayo; los de Rubén Monasterios y Leonardo Azparren Jiménez sobre teatro. Escasean, pues, los que de un solo envión examinan el devenir histórico de nuestras letras.
A los tres estudios generales señalados, habría que agregarle La literatura venezolana en el siglo XIX (1906) de Gonzalo Picón Febres. Así, tendríamos que los dos Picón estudian el siglo XIX, mientras Liscano y Medina se ocupan exclusivamente de la centuria que recién concluye. A las dificultades de lectura del siglo XIX se le suma un problema de orden estructural, que finalmente resolví de la manera más simple, guiado por el norte de hacerles el camino más simple a los lectores. Al descartar otras opciones, escogí la de la estructura genérica, lo que hace de este breve recuento una relación dividida en tres partes y con la confesión añadida de que una posible cuarta no aparecerá porque no la conozco a fondo, y porque presenta problemas propios difíciles de resolver. Me refiero al teatro; añado que no estoy solo en estas dificultades y la razón estriba en que éste va más allá del texto como tal, y supone evaluaciones extraliterarias que lo tornan un fenómeno que se nos escapa de las manos. Felizmente, no faltan en Venezuela quienes se aproximen al teatro con pertinencia y solvencia.
Dilucidado este aspecto, volvamos al río central que nos lleva aguas abajo y aclaremos que sobre cada género remontaremos el río hasta sus inicios en la independencia, y bajaremos hasta nuestros días, con la necesaria prudencia para sopesar nuestros tiempos actuales, donde las flores aún tapan los gamelotales. Señalaremos tendencias de nuestras letras y, por supuesto, nos la jugaremos con títulos y autores que consideremos fundamentales. De libros, no de otro objeto, está levantado el cuerpo de nuestra literatura.