© Ediciones Siruela, S. A., 2022
c/ Almagro 25, ppal. dcha.
Queridos Leo, Aurora, Noah,
Alba, Julia y Máni:
M e he sentado delante de la pantalla del ordenador a escribiros una carta, y en este momento siento un pequeño cosquilleo en el estómago. Me resulta extraño contactar con vosotros de este modo.
El plan es que lo que escriba se convierta en un librito que puedan leer otras personas. Un texto que pueda leer cualquiera, aunque haya sido escrito para una o varias personas determinadas, una «carta abierta».
Eso quiere decir que no podréis leer esta carta hasta que no se imprima. Pero no os afectará, porque no hablaré a nadie del libro hasta que no haya sido publicado por una editorial. Estoy esperando el momento en el que pueda ponerlo en vuestras manos, lo tengo todo planeado, y veo en mi imaginación que será un momento solemne para todos nosotros. Ya veremos si recibís la carta del abuelo de manera individual o si celebramos a lo grande el evento en alguna de nuestras casas.
No es la primera vez que escribo una carta literaria de este tipo. Varios de mis libros han tenido esta forma, pero iban dirigidos a personas ficticias.
La única excepción es la carta —que yo redacté y disfruté mucho con ello— de una mujer a un famoso obispo y «padre de la Iglesia» que vivió en el norte de África hace mil seiscientos años. Quería darle voz a esa mujer, como suele decirse. Era una mujer real, a la que conocemos por las Confesiones del mismo obispo, pero casi todo lo que sabemos de ella es que ese padre de la Iglesia la echó un día de casa tras una larga vida en común. Ni siquiera sabemos cómo se llamaba, pero yo le puse el nombre de Floria Aemilia.
Como es natural, el obispo nunca llegó a leer la carta de Floria, pero yo quería que la mayor parte de sus seguidores de hoy en día tuvieran ocasión de leerla, y en el libro juego con la idea de que él, de hecho, recibe una carta de esa infeliz mujer a la que en su día amó tantísimo.
Pero el padre de la Iglesia había hecho una elección. Había elegido apostar por la vida eterna en el más allá, en lugar de apostar por el amor a una mujer en la vida terrenal, pues opinaba que lo uno excluía lo otro.
Lo que tal vez a nosotros nos resulta más importante sea fijarnos en cómo pudo sacrificar este hombre gran parte de su vida en este mundo por una serie de ideas sobre otro mundo. Este planteamiento no ha perdido del todo actualidad después de mil seiscientos años, y sobre ese tipo de cuestiones filosóficas, entre otras, tratará este libro.
Para mí es algo completamente nuevo escribir una carta abierta a personas reales que viven en la actualidad. Tenéis distintas edades: en el momento en el que escribo esto, entre solo unas semanas y casi dieciocho años, y sois tres chicas y tres chicos. Pero poseéis algo en común, y con esto no me refiero a que tengáis el mismo abuelo paterno. No, pienso en algo muy distinto y mucho más importante: Todos habéis nacido en el siglo XXI , y la mayoría de vosotros, quizá los seis, viviréis durante todo el siglo XXI , e incluso, ya viejos, tendréis tiempo para echar un vistazo al siglo XXII .
En mi caso, yo he nacido a mediados del siglo XX , lo que significa que este escrito se extenderá a lo largo de más de ciento cincuenta años. No dudo en afirmar que justo esos ciento cincuenta años podrían llegar a ser de los más decisivos en el tiempo de vida de los seres humanos, y con ello también de la historia de nuestro planeta.
Tengo algo que contaros, y un puñado de perspectivas que me gustaría exponer. Me refiero a perspectivas sobre la vida, la civilización de los seres humanos y nuestro propio planeta vulnerable en el espacio. Espero presentarlo todo como una reflexión más o menos coherente. Pero, al mismo tiempo, intentaré concentrarme en un tema cada vez.
Además, os iré haciendo preguntas por el camino. Para algunas de ellas jamás recibiré respuesta, pero algún día seréis capaces de contestar a muchas si leéis esta carta (¡una vez más!) en algún momento hacia finales de siglo. No intentéis contestarme entonces. Las respuestas nunca me llegarán, como la carta de Floria nunca llegó al obispo norteafricano.
Uno puede dirigirse sin problema a sus descendientes o a generaciones venideras. Pero los que vienen detrás de nosotros nunca podrán darse la vuelta y gritar algo hacia atrás.
Para explicar lo que quiero decir, puedo hacer ya una de esas preguntas:
¿Qué aspecto tendrá el mundo a finales del siglo XXI ?
Puede ser conveniente hacer esta pregunta ya, mejor antes que después, porque, aunque nadie conoce hoy la respuesta, el deber de los que vivimos ahora es crear el fin del siglo XXI . Bueno, decir «el deber» tal vez sea algo exagerado, sí, casi demasiado. Pero seguro que entendéis lo que quiero decir, y algún día, en un lejano futuro, tendréis una nueva posibilidad de reflexionar sobre por qué el abuelo se expresó como lo hizo.
Tenéis, como sabemos, distintas edades, y los más jóvenes podéis esperar unos años para leer lo que estoy escribiendo. Ahora me dirijo a mis nietos adultos, y con adultos quiero decir aproximadamente a partir de los dieciséis o diecisiete años. Eso significa que Aurora y Leo ya tienen edad para acompañar al abuelo en este vuelo del pensamiento, al menos en gran parte. (No obstante, a veces podrá resultar útil hacer clic y entrar en alguna enciclopedia, porque sin duda usaré una serie de palabras y conceptos no muy corrientes.) Al mismo tiempo, tengo la esperanza de que leáis el libro varias veces a medida que cada uno de vosotros vaya creciendo y adquiriendo más experiencia de la vida. Escribo por tanto igual a Noah que a Alba y Julia. Y te escribo a ti, pequeña Máni. ¡Bienvenida al mundo! Os tengo a todos en el pensamiento mientras escribo.
Tengo seis jóvenes rostros con los que relacionarme. ¡Qué ocasión y qué privilegio! ¡Seis jóvenes ciudadanos del mundo!
UN MUNDO MÁGICO
C recí en lo que entonces era una ciudad dormitorio recién construida, en las afueras de Oslo. Se llama Tonsenhagen, llegué cuando tenía tres o cuatro años, y allí viví durante aproximadamente diez. Lo que he conservado de los años de niñez en esa ciudad dormitorio es una serie de imágenes claras, pero inconexas, como del fondo de un oscuro caleidoscopio.
Plasmaré aquí uno de esos fragmentos, que es de los más nítidos.
Un mediodía, tal vez fuera un domingo, di un respingo y fue como si viera el mundo por primera vez. Fue como si hubiera abierto los ojos a un mundo mágico. El canto de los pájaros sonaba como flautas tintineantes. En las calles, los niños jugaban de un modo exaltado. Todo era un cuento, un milagro. Y allí estaba yo. Me encontraba en el interior de un profundo y entrañable secreto, en un enigma que nadie podía descifrar, encapsulado en él, como si me hubiera perdido en una realidad distinta, en otra burbuja, con un toque de Blancanieves y Cenicienta, Rapunzel y Caperucita Roja.