© Teresa Arsuaga
Javier Gomá Lanzón (Bilbao, 1965)
Doctor en Filosofía y licenciado en Filología Clásica y en Derecho, en 1993 ganó las oposiciones al cuerpo de Letrados del Consejo de Estado con el número 1 de su promoción. Desde 2003 es director de la Fundación Juan March. A lo largo de diez años ha publicado una «tetralogía de la ejemplaridad» compuesta por Imitación y experiencia (de 2003, Premio Nacional de Ensayo de 2004), Aquiles en el gineceo (2007), Ejemplaridad pública (2009) y Necesario pero imposible (2013), reeditada de forma unitaria y en formato de bolsillo por Taurus en 2014. Es autor también de Ingenuidad aprendida (2011) y junto a Carlos García Gual y Fernando Savater de Muchas felicidades (2014). Ha dirigido el volumen colectivo Ganarse la vida en el arte, la literatura y la música (2012). Ha reunido sus «microensayos», escritos para los suplementos culturales de El País y La Vanguardia, en Todo a mil (2012) y en Razón: portería (2014).
Todas las personas poseen una interpretación del mundo. Interpretar es ya un quehacer genuinamente filosófico. Por tanto, todas las mujeres y todos los hombres son filósofos y no pueden dejar de serlo sin dimitir de su condición humana. Esta actividad filosófica universal convive con el empeño de una pequeña minoría de individuos que escriben libros de filosofía. Las mejores de estas obras filosóficas son aquellas que, por su inteligencia, hondura y fuerza persuasiva, ayudan a educar y mejorar aquella primera filosofía natural de la gente.
La misión suprema de la filosofía es hoy hacerse mundana: filosofía sobre la totalidad del mundo pero también para todo el mundo y, de ser posible, con un poco de mundo. Un filósofo no debe dirigir sus escritos sólo a otros filósofos, sino al ciudadano común, no especializado, que desea vivir su vida de forma más sabia, más significativa, más digna de ser vivida. Y ha de realizar esta importante tarea, además, con buen estilo literario, como un hombre de mundo que domina el arte de deleitar, intrigar y conmover con sus razones a la agradecida audiencia.
Filosofía mundana es un libro que se desentiende de los problemas meramente filosóficos –aquellos que sólo interesan a los profesionales de la disciplina– y elige como tema los asuntos que a todos nos conciernen –la individualidad, la belleza, la fortuna, el amor, la felicidad, el enigma de la vida, la muerte–, proyectando sobre ellos, eso sí, la luminosidad de una mirada filosófica. Y con ese propósito cultiva un género, el microensayo, donde la brevedad, la amenidad, la anécdota personal y el humor se ponen al servicio de una aproximación moderna, profunda y original a cuestiones eternas de la existencia humana.
Este libro reúne los microensayos de Javier Gomá contenidos en Todo a mil y en Razón: portería y los completa con otros que se coleccionan aquí por primera vez.
Edición al cuidado de María Cifuentes
Publicado por:
Galaxia Gutenberg, S.L.
Av. Diagonal, 361, 2.º 1.ª
08037-Barcelona
info@galaxiagutenberg.com
www.galaxiagutenberg.com
Edición en formato digital: marzo 2016
© Javier Gomá Lanzón, 2016
© Galaxia Gutenberg, S.L., 2016
Conversión a formato digital: Maria Garcia
ISBN Galaxia Gutenberg: 978-84-16495-86-3
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Filosofía sobre el mundo,
para todo el mundo y… con un poco de mundo
Este libro contiene la totalidad de mis microensayos. No todos los ensayos cortos de los que soy autor entran, en mi concepto, en el género de microensayo, sino sólo aquellos que se dan un cierto aire mundano. Distingue, pues, a este género, por contraste con otros textos ensayísticos de formato breve, el modo mundano de filosofar. La nota de mundanidad señala triplemente la dirección a una filosofía que desea pensar sobre el mundo, para todo el mundo y, si la ocasión se muestra propicia, con un poco de mundo.
Pensar sobre el mundo, sobre las cosas mismas, en su inmediatez, vecindad y cotidiano roce, asistido por las mejores ideas de quienes hayan pensado lo mismo antes, pero sin que la mediación de una historia de la filosofía –con sus obras canónicas, sus grandes nombres– estorbe la visión directa, personal. Dicho de otra manera, el tema es el mundo, apropiado nuevamente por nuestro tiempo, no los libros que cavilan sobre él. Filosofía mundana se desentiende de esos problemas meramente filosóficos, divorciados de la experiencia compartida, que sólo preocupan a los profesionales de la disciplina si por ventura caen dentro de su especialidad académica y, en cambio, elige como asunto cuanto mantiene en vilo al común de los mortales: la individualidad, la belleza, la fortuna, el amor, la felicidad, la dignidad, el anhelo, la civilización, el entusiasmo, el enigma de la vida, la paz, el arte, la justicia, la muerte y tantos otros.
De ahí que este pensar sobre el mundo sea también por fuerza un pensar para todo el mundo. Todos experimentamos cada día los dilemas y las contradicciones de un mundo que, con una mano, nos concede el gran premio de la individualidad, último y supremo estadio en la evolución de la vida, pero que luego, con la otra mano, nos lo revoca reservándonos el mismo destino de corrupción y de muerte que al resto de los seres menos evolucionados. Tratamos una y otra vez de adaptarnos, pero inevitablemente persiste un cierto extrañamiento residual que nos estremece y nos da que pensar. De lo que se sigue que, en un sentido amplio, todos los hombres y las mujeres somos nativamente poetas y filósofos: todos sentimos poéticamente la realidad y la interpretamos, aunque no todos hagan literatura con ello. Lo cual, bien mirado, supone un compromiso de mundanidad para esa minoría literaria que, movida por una vocación, sí escribe y publica libros: porque si se hicieran cargo de este universalismo poético-filosófico originario, entonces intentarían con sus obras mejorar la imagen del mundo de sus lectores y ayudarles así a apurar la copa de su vida. El cometido que Mallarmé asignó al poeta, «dar un sentido más puro a las palabras de la tribu», puede extenderse al filósofo también: purificar los conceptos para que la tribu conozca el placer de ser contemporáneo. La filosofía ha de contribuir a formar ciudadanos críticos, se repite con demasiada frecuencia, lo cual es cierto sólo si se toma la crítica no como meta, sino como paso previo al fin superior de educar ciudadanos gozosos, preparados para arrebatarle a su época los beneficios que atesora y disfrutarlos. Filosofía mundana es aquélla –en comunidad con la novela, la poesía, el teatro, la pintura o la música– capaz de intensificar la vida, de prestarle espesor y profundidad. El filósofo no escribe sus novelerías conceptuales para regalo exclusivo de otros filósofos o de los profesores de filosofía, sino en beneficio del ciudadano corriente, no especializado, que anhela vivir su vida de forma más sabia, más entusiasmada, más significativa, más digna de ser vivida.
Indudablemente, a una filosofía sobre la totalidad del mundo y para todo el mundo le sería muy recomendable presentarse ante los demás con un poco de mundo, esto es, con estilo, gusto y buen sentido, como ese elegante hombre de mundo que se conduce con desenvoltura en sociedad y domina el arte de deleitar, intrigar y conmover con sus razones a una agradecida audiencia. Conoce de sobra las ventajas que para atraer y retener la atención general ofrece un discurso breve, claro y ameno, contado con habilidad narrativa y en tono vagamente confidencial, salpicado de anécdotas personales y algunos pellizcos de humor. Con ese mismo propósito, la filosofía mundana cultiva un género que le es propio, el microensayo, donde esos recursos retóricos se ponen al servicio de una aproximación filosófica renovada a cuestiones permanentes de la existencia humana.