Mario Wainfeld - Kirchner, el tipo que supo
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- Libro:Kirchner, el tipo que supo
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- Editor:Siglo XXI Editores
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- Año:2016
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Kirchner, el tipo que supo: resumen, descripción y anotación
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Mario Wainfeld
KIRCHNER
El tipo que supo
Wainfeld, Mario
Kirchner, el tipo que supo.- 1ª ed.- Buenos Aires: Siglo Veintiuno Editores, 2016.- (Singular)
E-Book.
ISBN 978-987-629-707-3
1. Política Argentina. I. Título.
CDD 320.82
© 2016, Siglo Veintiuno Editores Argentina S.A.
Diseño de portada: Juan Pablo Cambariere
Fotografía de portada: María Eugenia Cerutti
Fotografías de interior: selección de Adrián Pérez. Gentileza de Página/12
Digitalización: Departamento de Producción Editorial de Siglo XXI Editores Argentina
Primera edición en formato digital: octubre de 2016
Hecho el depósito que marca la ley 11.723
ISBN edición digital (ePub): 978-987-629-707-3
Al familión que somos y construimos.
A Manuel, Lucas y Lucía Wainfeld, los hijos que son como los soñé y tanto mejores. Por cómo ríen, por las nobles personas que se hicieron. Les debo tanta dicha y tanto orgullo…
A Cecilia, que me encontró empezado y me mejoró bastante. Compañera, amiga, mujer, jefa de hogar.
A Santiago y Florencia Diehl Delpech, los hijos que vinieron con Cecilia, entrañables. Aprendimos a conocernos primero y a querernos luego, hace ya mucho.
A sus compañeros y parejas: Martha, Nati, el “Negro” José, nueras y yerno del corazón.
A los nietos Matías y Facundo, lo más.
La familia ensamblada se la rebanca y es lo mejor de mi existencia.
A mi hermana Estela, siempre dulce y cercana.
Entre las muchas tipologías posibles sobre la humanidad hay una buena que divide a deudores y acreedores afectivos.
Hay gentes que creen que el mundo les debe algo o mucho.
Otras piensan que la vida les dio más de lo que esperan o, en una de esas, merecen. Es mi caso. Un tímido que tiene en oro un puñado gigantesco de amigos y afectos.
Entre tantos y tan queridos, nombro a Raúl y Mónica.
Al otro Raúl y Alejandra. A Carlos y Clarisa. Nos escogimos mutuamente como hermanos y hermanas, llevamos décadas juntos.
Borges, inevitable e imbatible, dedicó un texto a Leopoldo Lugones: “[A usted] le hubiera gustado que le gustara algún trabajo mío”.
Evoco y dedico este volumen a personas que ya no están, a quienes (creo y deseo) les hubiera gustado que les gustara este libro. Horacio Rapaport, el “Tano” Hugo Donato, Norberto “Croqueta” Ivancich, el “Turco” Germán Abdala, Sergio Moreno.
Mi viejo, Roberto (a quien seguían llamando “Pibe” cuando era sexagenario), quiso que yo fuera abogado, aunque no lo decía para no influir sobre mí. Honré ese mandato durante veintiséis años.
Me volqué al periodismo hace cosa de un cuarto de siglo.
Él estuvo de acuerdo. Necesito su compañía y aprobación, las tuve siempre, incluso para este libro. Es extraño porque ni él ni yo creemos en ninguna forma de trascendencia.
Y se fue hace más de treinta y cinco años. Pero lo real es a menudo así: tan inexplicable como innegable.
Introducción
El día que murió Néstor Kirchner (y yo)
Vivieron su destino como en un sueño, sin saber quiénes eran o qué eran. Tal vez lo mismo nos ocurra a nosotros.
Jorge Luis Borges, “Los gauchos”
Lo había visto un par de veces, acaso cuatro, en general cuando salía de tumultuosas reuniones con(tra) el ministro de Economía Domingo Cavallo, en el Consejo Federal de Inversiones, al final del gobierno de Fernando de la Rúa.
Formulaba declaraciones estentóreas, antiliberales, industrialistas, federalistas. Prestaba inusual atención a los periodistas de Página/12. Se plantaba ante una pequeña nube de micrófonos: era el gobernador que más despotricaba contra el superministro.
Su registro periodístico más conspicuo se limitaba a la televisación de algunos actos públicos en Crónica TV; cuando se supo que era candidato a la presidencia de la nación, yo nunca había dialogado con Néstor Kirchner.
Las elecciones de 2003 eran inminentes. En Página/12 queríamos entrevistarlo, pero su entorno –su futuro jefe de Gabinete, Alberto Fernández, en especial– interponía cien escollos enojosos y en el borde de lo inexplicable. No había razones atendibles, porque tanto los editores del diario como sus lectores dividían su voto entre tres presidenciables: Elisa Carrió, Adolfo Rodríguez Saá y Kirchner, quien sonaba como el más capaz de desbancar a Carlos Menem. Eso bastaba para asegurarle un trato atento. Pero las gestiones para la entrevista, que debían reducirse a un trámite, se enredaban, se encrespaban.
Los voceros e intermediarios trasuntaban desconfianza y hasta malhumor, algo que –sabríamos luego– no era exclusivo de ellos. Al fin, tras varios enojos, se acordó una cita en la Casa de Santa Cruz. Faltaban poco más de dos semanas para la primera vuelta.
Fuimos Diego Schurman y yo. Conversamos de todo un poco durante la antesala, una amansadora eterna. No sabíamos que era la norma.
Nos recibió sin efusiones, amarreteando sonrisas, y así transcurrió la conversación. No se desconcentraba. Las respuestas fueron directas, extensas, sin protocolo ni rodeos ceremoniales, pero las expresaba de modo torrentoso y carente de atractivo. De sonreír, ni hablar.
Tras apagar los grabadores, Schurman y yo bromeamos acerca de una reciente victoria de nuestro River Plate sobre su Racing. Se transfiguró, parecía otro. Como escribimos entonces, “sale disparado hacia el cajón de su escritorio y vuelve, con una sonrisa de oreja a oreja, mostrando la tapa de El Gráfico. Señala a los jugadores de Racing, con su flamante camiseta centenaria. ‘Somos los más grandes’, se entusiasma como un chico”. Racing había salido campeón en 2001 luego de treinta y cinco años de sequía. En 2003, al cumplir cien años, había lanzado a la venta una camiseta aniversario con las firmas de siete mil hinchas, y Kirchner era uno de ellos.
El fotógrafo Gustavo Mujica disparó una, dos, tres tomas.
El hincha fanático de Racing, orgulloso, mostrando una tapa de El Gráfico, abril de 2003. Fotografía: Gustavo Mujica.
Fue el único momento en que sonrió a la cámara. En general, ese día nos quedó la impresión de que la entrevista había sido plana, sin salientes, aunque no había esquivado las respuestas.
Sin embargo, cuando la leo hoy, el filtro de los años muestra un anticipo preciso de lo que Kirchner haría desde el inicio de su gobierno, con anuncios asombrosos, como el desendeudamiento y la relación con Brasil. Pero su forma de comunicarlos –o nuestra incredulidad, justificable por el momento histórico– le restaba punch. Nos dijo:
Hay un tema que tengo que resolver a fin de año y estoy trabajando con Lavagna, que es la deuda externa… La Argentina tiene 180.000 millones de dólares de deuda, 30.000 millones con los organismos multilaterales, 150.000 millones en acciones y títulos que en el mercado valen un 22%, y que algunos grupos económicos, cuando la crisis estaba más grave, compraron al 10%. Creo que, si la Argentina no trabaja sobre la reprogramación de la deuda y la quita de intereses, no tiene destino.
Mencionaba una quita, a los fondos buitre que habían recomprado la deuda a precio vil, una reprogramación. Por cierto, una aguda lectura de la economía internacional y un programa ambicioso, a contrapelo de todo lo hecho hasta entonces. Lo transcribimos con probidad, le dedicamos un recuadro, no lo usamos como título principal… La sensación de hoy es que no terminamos de creerle.
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