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Mario Conde - El Sistema

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Mario Conde El Sistema
  • Libro:
    El Sistema
  • Autor:
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    ePubLibre
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  • Año:
    2013
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A mi mujer y a mis hijos Tras un polémico proceso posterior a la intervención - photo 1

A mi mujer y a mis hijos

Tras un polémico proceso posterior a la intervención de Banesto por parte del Banco de España que incluyó la encarcelación del autor, Mario Conde escribió El Sistema, un compendio de reflexiones que explican la etapa más polémica de la reciente historia económica de España y aporta claves, en su día difusas y cada vez más evidentes, sobre los entresijos de un sistema que rige los destinos de la sociedad.

Han pasado más de quince años desde su publicación, y el libro no ha caído en el olvido. Muchos son los que con el paso del tiempo sienten un ligero escalofrío al comprobar que sus predicciones se cumplen.

El Sistema, mi experiencia del poder, es ya todo un clásico de referencia de la literatura político-económica.

Mario Conde El Sistema Mi experiencia del Poder ePUB r11 ePUByrm - photo 2

Mario Conde

El Sistema

Mi experiencia del Poder

ePUB r1.1

ePUByrm16.05.13

Título original: El Sistema

Mario Conde, 1994

Editor digital: ePUByrm

ePub base r1.0

MARIO CONDE Mario Conde nace en Tuy Pontevedra en 1948 Tras ganar las - photo 3

MARIO CONDE Mario Conde nace en Tuy Pontevedra en 1948 Tras ganar las - photo 4

MARIO CONDE. Mario Conde nace en Tuy (Pontevedra) en 1948. Tras ganar las oposiciones de abogado del estado —con el número 1 de su promoción—, se incorpora al Ministerio de Hacienda en 1974. Desempeña diversos puestos ejecutivos en importantes empresas de la industria farmacéutica española. En diciembre de 1987, después de adquirir un importante paquete accionarial, alcanza la presidencia del Banco Español de Crédito (Banesto), cargo en el que permanece hasta la intervención de la institución financiera por el Banco de España el 28 de diciembre de 1993.

Preámbulo a la presente edición

El Sistema fue mi primer libro publicado. Lo concebí a lo largo de varios años. Todo empezó, creo, cuando me enfrenté a una de las decisiones más importantes de mi vida: vender la empresa española Antibióticos, S. A., a la multinacional italiana Montedison. Allí comencé a darme cuenta en primera persona de cómo funcionan algunas cosas del poder, que trascienden, desde luego, las fronteras físicas —si las hay— y jurídicas —que se consideran su esencia— de lo que todavía son al día de hoy Estados nacionales. Preludiando El Sistema , que diría en un excursus literario.

Pero mi experiencia propiamente dicha se inicia con fuerza nada despreciable desde el mismo instante en el que pretendimos llegar al Consejo de Administración de Banesto, aquel viejo, caduco, supuestamente elegante y en cualquier caso atractivo banco. En los primeros compases de esa sinfonía que acabaría conmigo en prisión, y no para un rato sino que me albergaría, de un modo u otro, por el nada despreciable lapso de quince años, en esos primeros movimientos orquestales —decía— me inicié en el misterio de que existe algo más bien difuso, aparentemente desestructurado pero terriblemente efectivo, que conforma un conjunto ordenado, un mecanismo —podríamos decir— al que cabe atribuir sin blasfemia el apelativo de «Sistema». En el fondo se trataba de un modo especial de ejercer el poder. Ni más ni menos, claro.

Antes de disponer de semejantes experiencias, si alguien se refería al Sistema, yo automáticamente, por aquello del patrón de pensamiento, imaginaría que hablaba del modelo constitucional en su conjunto, porque no suponía que entre la definición normativa de una ley constitucional y la realidad diaria se interpondría un mecanismo que matizaría el ejercicio de los derechos y libertades hasta dotarlos de una textura, de una sustancia que me resultaban diferentes de las que parecían desprenderse del modelo conceptual teórico propio del texto constitucional.

Solo a título de ejemplo relato una anécdota de esas que impulsan hacia la categoría. Nosotros, Abelló y yo, vendimos nuestras acciones de Antibióticos, S. A., a los italianos en una negociación que la prensa divulgó como la operación privada más importante de España en aquel entonces. Cada uno ganó su dinero, que cumplió con los atributos de ser declarado, los impuestos pagados y el etcétera correspondiente. Por tanto, ningún problema en el origen de esos fondos. No todo el mundo —creo— puede tener un dinero ganado con semejantes dosis de publicidad que desvelaron su genética de modo implacable. Pensamos en invertir una parte sustancial de los dineros en Banesto, cosa discutible quizás en el plano de la rentabilidad de las inversiones, pero impecable en las decisiones propias de una economía de mercado, y en el ámbito más doméstico de hacer con lo tuyo legítimamente ganado lo que consideres más conveniente. Seguía siendo normal pretender sentarse en el Consejo de una empresa, bancaria o industrial, en la que habías situado, con mayor o menor prudencia, un montón de dinero que significaba una parte enjundiosa del beneficio obtenido en aquella importante operación. Así —pensaba— deben funcionar las cosas, al menos conforme al esquema constitucional.

Pues no exactamente. En aquel día descubrí de modo inapelable que algo especial funciona en los circuitos del poder. Un hombre, Mariano Rubio, un cargo, gobernador del Banco de España, se interpusieron en esos designios tan simples, al menos en apariencia, para decirnos que al poder no convenía esa decisión nuestra, que esperáramos a que se concluyera el modelo que ellos, el poder, habían diseñado para el futuro de Banesto y que luego, una vez concluido, ya hablaríamos de esos propósitos que le comentábamos con cierta ingenuidad.

Inapelable: la ley de un costado y los esbozos, los atisbos del Sistema de otro. La realidad descrita en libros y la vivida en conductas. No importa que, por eso de la ignorancia que en muchas ocasiones es madre de una mal llamada valentía, decidiéramos no seguir las admoniciones del señor gobernador, ni siquiera cuando telefónicamente aumentaron en volumen físico y ascendieron a la amenaza pura y dura. Tampoco cuando nos dimos cuenta del aparato propagandístico de aquel Sistema que provocó una opa hostil sobre Banesto, tomando como cabeza de turco al presidente del Banco de Bilbao de entonces, que finalmente acabó sacrificado en el tumulto. Ni siquiera cuando, superando todo lo imaginable, los telediarios de la cadena del Gobierno llegaron a decir en alta voz que a Banesto —léase nosotros— no le quedaba más remedio que rendirse con dignidad, porque el Gobierno se había decantado del lado del Bilbao y contra el Gobierno… Lo recuerdo bien. Las imágenes viven nítidas en mi memoria: aquella voz en off del redactor de economía de los telediarios de La Uno…

Desde entonces, un largo recorrido hasta el 28 de diciembre de 1993, día en el que tomaron la decisión de intervenir políticamente Banesto. Cada día se avanzan más datos y concreciones en torno a esa decisión. Luis María Anson, académico, escritor, periodista y uno de los hombres con más información en su memoria, lo explicó de modo preciso y contundente en la presentación en Madrid de mi libro Memorias de un preso (Editorial MR, coeditado por Editorial Séneca). Después de ese acto publicó un memorable artículo en El Cultural de El Mundo que circuló por los mentideros madrileños a tanta velocidad como estupor generaba. Quizás algo más que estupor, pero ahora interesa menos.

Y digo esto porque lo cierto y verdad es que todos los medios de comunicación social, sin excepción alguna, silenciaron las palabras de Anson, a pesar de la gigantesca carga de profundidad que implica asegurar en alta voz, y, como él mismo dijo, «desde la fila cero», que la decisión de intervenir Banesto fue un pacto de poder entre los líderes de los dos principales partidos políticos ante el miedo de un fantasmal gobierno de coalición nacional, que se dibujaba con trazos borrosos y gruesos en un horizonte de caída del PIB, desprestigio de los partidos, descenso de valoración de la clase política nacional y problemas internos de los líderes en sus propias organizaciones. Insisto en que la respuesta se vistió de profundo silencio. Claro que la elocuencia de ciertos silencios es de mayor calado que algunos gritos que sustituyen por volumen el contenido de razón. En ciertos silencios se percibe la fuerza de la argumentación enmudecida por el Sistema.

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