XVII
A G E SI L A O
SINOPSIS
1. Disputas sobre el trono. — 2. Expedición a Asia. Guerra contra el Gran Rey. — 3. Agesilao asola Frigia. Maniobras y estratagemas en la guerra contra Tisafernes. — 4. Su retorno a Esparta. Derrota a beocios y atenienses en Coronea. Su respeto a los templos. — 5. Guerra de Corinto. — 6. Salva a Esparta de Epaminondas. — 7. Se alía con los extranjeros para salvar a Esparta. Su espíritu de pobreza. — 8. Contraste entre su físico y sus cualidades morales. Su muerte.
Disputas sobre el trono
Agesilao, lacedemonio, fue muy encomiado por los demás escritores, sobre todo por Jenofonte, el discípulo de Sócrates; entre ambos existían unos vínculos de amistad muy fuertes.
En principio mantuvo una gran disputa con Leotíquides, hijo de un hermano suyo, a causa de la sucesión al trono. Entre los lacedemonios es una tradición el tener dos reyes, que más que efectivos lo eran tan sólo nominales. Nigún miembro de una de estas familias podía ocupar el puesto de otro descendiente de la otra familia, por lo que cada una de ellas conservaba el suyo propio según el orden establecido. Se tenía como primer mérito, dentro de la jerarquía de los mismos, el derecho de primogenitura por parte del hijo mayor del que muriera durante su reinado; pero, si el muerto no había dejado hijo varón, entonces era elegido el pariente más próximo del rey muerto.
Pues bien, el rey Agis, hermano de Agesilao, al morir, había dejado un hijo, Leotíquides. Pero es el caso que Agis no lo reconoció como hijo suyo en el momento de nacer y sí cuando estaba a punto de morir; por eso el tal (Leotíquides) entabló pleito sobre la sucesión con su tío Agesilao, si bien no consiguió nada de lo que pretendía. Merced a Lisandro, hombre, según ya he dicho antes, muy conflictivo y que, además, por aquel tiempo ejercía un gran poder, se prefirió la elección de Agesilao.
Expedición a Asia. Guerra contra el Gran Rey
Tan pronto como Agesilao se vio en el trono, convenció a los lacedemonios para que le enviaran con un ejército a Asia e hicieran la guerra al rey, haciéndoles ver que era mejor la guerra en Asia que en Europa. Se había extendido la noticia de que Artajerjes tenía dispuesta una armada y un ejército de tierra, destinados ambos a luchar contra Grecia. Se le concedió lo que quería y actuó con tanta celeridad que llegó a Asia con sus tropas antes de que los sátrapas del rey conocieran la noticia de su partida, sorprendiéndolos a todos desprevenidos y sin haberles dado tiempo de reunir su ejército. Cuando se enteró de esto Tisafernes, que a la sazón ostentaba el más alto poder sobre los gobernadores reales, solicitó de Agesilao una tregua, pretextando que lo que quería era establecer un pacto entre el rey y los lacedemonios; pero la verdad era que necesitaba tiempo para preparar sus tropas; consiguió una tregua de tres meses. Tanto Agesilao como Tisafernes juraron cumplir esta tregua con toda lealtad. Agesilao cumplió lealmente el pacto, pero no así Tisafernes, quien no hizo durante la tregua otra cosa que preparar sus tropas. Aunque el lacedemonio se daba perfecta cuenta de esto, sin embargo seguía guardando el juramento, pues decía que así sacaba gran partido por cuanto el perjurio de Tisafernes implicaría el alejamiento de los hombres de su causa y la ira de los dioses, mientras que él, al cumplir la palabra dada, se ganaba al ejército, cuando éste viera que los dioses le eran propicios y que los hombres le mostraban más afecto, ya que éstos sienten mayor afecto y protegen a los que ven que guardan fidelidad a la palabra dada.
Agesilao asola Frigia. Maniobras y estratagemas en la guerra contra Tisafernes
Cuando se cumplió el día en que finalizaba la tregua, Tisafernes, seguro de que, por tener él el mayor número de posesiones en Caria y ser esta región por entonces reputada como la más rica, sería ella la primera que el enemigo atacara, reunió allí todas sus tropas. Pero Agesilao dirigió su rumbo hacia Frigia, devastándola antes de que Tisafernes hubiera podido ni siquiera moverse. Enriquecidos sus soldados con un gran botín, llevó a su ejército a Éfeso para pasar el invierno, donde creó fábricas de construcción de armas, desarrollando una febril actividad para preparar la guerra. Y para que las armas se construyeran con el mayor esmero y arte, prometió recompensas a quienes sobresalieran más por su habilidad en un asunto tan importante. Hizo lo mismo para cualquier otro tipo de ejercicios, concediendo grandes regalos a quienes hubieran mostrado diligencia y afición en ellos. De este modo consiguió hacerse con un ejército, el mejor equipado y ejercitado.
Cuando creyó que había llegado el momento de retirar sus tropas de los cuarteles de invierno, pensó que, si divulgaba a dónde tenía intención de dirigir sus pasos, el enemigo no iba a creerlo, antes bien estaría seguro de que haría lo contrario de lo que había dicho, por lo que, sin duda, tratarían de ocupar con sus tropas de refuerzo otras regiones. Por eso cuando dijo que iba a dirigirse contra Sardes, Tisafernes pensó que lo que se debía defender era Caria. Pero en esta ocasión se equivocó y fue vencido por la astucia (de Agesilao), pues llegó tarde a prestar socorro a los suyos. En efecto, cuando llegó allí, ya Agesilao se había apoderado de muchos lugares, llevándose consigo un gran botín. Pero el lacedemonio, viendo que el enemigo era superior en la caballería, no consintió librar batalla en campo abierto, haciéndolo por el contrario en aquellos lugares en los que las tropas de a pie llevaban ventaja. De esta manera, cuantas veces entabló batalla, rechazó a un número de tropas enemigas mucho mayor, comportándose en la guerra en Asia de tal manera que, en opinión de todos, siempre salió vencedor.
Su retomo a Esparta. Derrota a beocios y atenienses en Coronea. Su respeto a los templos
Estaba ya maquinando una expedición contra los persas e incluso atacar al propio rey, cuando recibió de su patria un mensaje de parte de los éforos (en el que se le decía) que los atenienses y los beocios habían declarado la guerra a Esparta y que en consecuencia no dudara en regresar. Y con motivo de esto hay que admirar no menos el amor.
Se encontraba ya muy cerca del Peloponeso cuando los atenienses y beocios y demás aliados y, preguntándosele qué quería que se hiciese con ellos, él, aunque había recibido algunas heridas en el combate y parecía airado contra quienes habían luchado contra su patria, anteponiendo el respeto por el lugar sagrado a su rencor, impidió que se les atacara. Y esto de respetar el templo como lugar sagrado de los dioses no lo hizo solamente en Grecia, sino también en los países bárbaros respetó con el mayor escrúpulo religioso las imágenes y los altares. Por eso solía decir en público que se maravillaba de que no se les considerara como sacrílegos a aquellos que se habían atrevido a hacer daño a los que se postraban suplicantes ante los dioses, y no se les castigara con mayores penas a quienes atentaban contra los lugares sagrados que a aquellos que robaban los templos.
Guerra de Corinto
Tras este combate, toda la guerra se centró en torno a Corinto, por lo que se la llamó guerra de Corinto. En Corinto, siendo el caudillo del ejército Agesilao, habían caído diez mil enemigos, con lo que las tropas adversarias parecían muy debilitadas, y no por eso se dejó llevar de la insolencia que la gloria lleva consigo, sino que sintió conmiseración de la suerte de Grecia, porque habían caído, vencidos por él, muchos por culpa de sus adversarios: con una tropa tan numerosa, de haber habido sensatez, Grecia habría podido vengarse de los persas.
Del mismo modo, cuando tenía encerrados a sus enemigos en las murallas y exhortándole muchos a que sitiara a Corinto, él se opuso, diciendo que una cosa así no era digna de su valor: él, dijo, debía hacer que todos los que habían obrado mal tornaran al cumplimiento de su obligación en lugar de tratar de conquistar con las armas a las ciudades más nobles de la Grecia. «Pues», decía, «si lo que queremos es destruir a los que junto con nosotros estuvieron siempre en pie de guerra contra los bárbaros, lo que conseguiremos es destruirnos mutuamente mientras ellos permanecen tranquilos; con esto ellos sin riesgo alguno nos destrozarían a nosotros cuando les viniere en gana».