LOS PAPAS DE LA EDAD MODERNA
(1447-1799)
por Maximiliano Barrio
Profesor Titular de Historia Moderna.
Universidad de Valladolid Nicolás V (6 marzo 1447 - 24 marzo 1455)
Personalidad y carrera eclesiástica. Tomás Parentucelli nació en Sarzana el 15 de noviembre de 1397. Estudió artes en la Universidad de Bolonia, pero al no disponer de recursos económicos se trasladó a Florencia, donde trabajó como preceptor en la casa de Palla Stronzzi. Volvió a Bolonia, se licenció en teología y entró al servicio de Nicolás Albergati, obispo de la ciudad y cardenal, a quien acompañó en sus misiones diplomáticas. Muerto Albergati, Eugenio IV le nombró vicecamarlengo (1443) y al año siguiente obispo de Bolonia. Desempeñó dos misiones diplomáticas en Alemania y, en premio, recibió el capelo cardenalicio en 1466. A la muerte de Eugenio IV el cónclave se volvió a reunir en Santa María sopra Minerva de Roma y, de forma inesperada, la rivalidad tradicional entre los Colonna y los Orsini impidió la elección de Prospero Colonna y facilitó la de Tomás Parentucelli. Elegido papa el 6 de marzo de 1447, fue coronado el 19 del mismo mes y tomó el nombre de Nicolás en recuerdo de su protector, el cardenal Albergati. Eneas Silvio Piccolomini (Opera quae extant, Basilea, 1551), que más tarde sería papa, trazó este retrato de Nicolás V:
Tuvo una estima excesiva de sí mismo y quiso hacerlo todo por sí. Creía que nada podía hacerse bien, si él no intervenía personalmente. Amaba los libros bien hechos y los vestidos preciosos. Fue amigo de sus amigos, aunque no hubo nadie al que no hubiera irritado alguna vez. Se vengaba de las injurias y no las olvidaba.
Primera etapa del pontificado. Buen diplomático, consiguió poner fin al cisma con la definitiva disolución del Concilio de Basilea y la abdicación del antipapa Félix V. La conclusión del período conciliarista estuvo precedida de una laboriosa acción diplomática para conseguir que el emperador Federico III (1440-1493) volviera a la obediencia romana. Las negociaciones concluyeron con la firma del concordato de Viena el 17 de febrero de 1448, ratificado en Roma el 19 de marzo (A. Mercati, Raccolta dei Concordati, Roma, 1919, I, pp. 177-85). Este concordato, que formalmente estuvo en vigor hasta 1803, solucionó en parte el espinoso problema de la cuestión beneficial. El papa se aseguraba la provisión de todos los beneficios ya reservados a la Santa Sede pof las anteriores constituciones de Juan XXII y Benedicto XII, y respetaba el derecho de presentación de los obispos y abades, nombrados mediante libre elección, aunque se reservaba el derecho de revocación si la elección no se realizaba de acuerdo con las disposiciones canónicas.
También se esforzó por conseguir que Francia reconociese los derechos de la Santa Sede, menoscabados por el movimiento conciliarista, y aunque Carlos VII (1422-1461) no quiso revocar la pragmática sanción de Bourges (N. Valois, Histoire de la Pragmatique Sanction de Bourges sous Charles VII, París, 1906), se avino a reconocerle como legítimo papa en el verano de 1448.
La abdicación del antipapa Félix V el 7 de abril de 1449 y la disolución espontánea del concilio, que se había trasladado a Lausana por causa de la peste, el 25 de abril de 1449, después de haber reconocido a Nicolás V como el único papa legítimo, puso fin al cisma. Al antipapa dimisionario le concedió grandes honores: fue nombrado cardenal del título de Santa Sabina y legado apostólico perpetuo en Saboya. El último antipapa de la historia murió en Ginebra el 7 de enero de 1451. Para borrar las huellas del pasado, Nicolás V publicó tres bulas: en la primera revocó las censuras fulminadas contra los que se habían adherido al Concilio de Basilea, y en las dos restantes confirmó las provisiones beneficíales hechas por el concilio e incorporó a los cardenales creados por el antipapa Félix V al sacro colegio.
Restaurada la paz de la cristiandad, celebró jubileo el año 1450 con gran concurrencia de peregrinos, que puso de manifiesto el poder espiritual del papa y contribuyó a la recuperación de las finanzas pontificias. Dice Vespasiano de Biticci (A. Mai, Spicilegium romanum, I, p. 48) que «la Sede Apostólica ganó sumas enormes de dinero; por lo cual comenzó el papa a construir edificios en varios lugares y a encargar la compra de libros griegos y latinos donde fuera posible, sin mirar el precio; contrató a muchísimos copistas, de los más excelentes, para que continuamente transcribiesen los códices». Entre las celebraciones de este año hay que resaltar la canonización del franciscano san Bernardino de Siena (1380-1444), que como gran predicador popular y reformador de la orden había merecido también la alta estima de Eugenio IV.
Preocupado por la reforma de las costumbres y el restablecimiento de la autoridad pontificia, Nicolás V envió legados pontificios a diferentes países europeos: Nicolás de Cusa (1401-1464) recorrió Alemania y Bohemia y, al menos en parte, consiguió reformar las costumbres del clero alemán, eliminando la simonía y el concubinato, y restablecer la disciplina y la obediencia en los monasterios; san Juan de Capistrano (1386-1456) viajó por Austria, Baviera, Turingia y Sajonia, pero no obtuvo frutos duraderos; y el cardenal Guillermo d’Estouteville marchó a Francia con el objetivo de conseguir abrogar o al menos suavizar la pragmática sanción, pero no tuvo éxito, porque la asamblea del clero francés, reunida en Bourges en julio de 1452, se adhirió en gran parte a la pragmática con gran satisfacción de Carlos VIL La autoridad pontificia, sin embargo, vio afianzar su poder con la coronación del emperador Federico III en Roma el año 1452. Ésta fue la última coronación imperial que vivió Roma y la primera de un Habsburgo.
La caída de Constantinopla. Al año siguiente se cernió sobre la cristiandad la desgracia de la caída de Constantinopla en poder de los turcos. Como el último emperador de Bizancio, Constantino XII (1448-1453), tardase en publicar el decreto de unión de la Iglesia griega con la romana, Nicolás V le amonestó el 11 de octubre de 1451 y le exhortó a cumplir lo prometido en Florencia en 1439. El emperador se mostró dispuesto a aceptar la unión y el papa le envió como legado al cardenal de Kiev. El 12 de diciembre de 1452 se proclamó la unión oficial de las dos Iglesias en la basílica de Santa Sofía, pero el pueblo y los monjes no se adhirieron a ella. Entre tanto, el sultán Mohamed II (1451-1481) continuó cerrando el cerco de Constantinopla, que cayó el 29 de mayo de 1453. Como la sede patriarcal estaba vacante, nombró patriarca al monje Gennadio, radical antiunionista, y así se acabó de consumar la definitiva separación de la Iglesia romana.
Desde el momento de la caída de Constantinopla, los papas se preocuparon por unir a las naciones cristianas para organizar la cruzada contra los turcos. Nicolás V dirigió a todos los príncipes el 30 de septiembre de 1453 un férvido llamamiento a la cruzada contra Mohamed, «precursor del anticristo». Los reyes en general prestaron oídos sordos. Sólo el de Portugal, Alfonso V (1438-1481), hizo preparativos militares serios, pero en la práctica no se hizo nada.
Nicolás V se propuso unir por lo menos a los italianos y a este fin envió legados a Nápoles, Florencia, Milán y Venecia, y congregó en Roma a los embajadores de los principales Estados peninsulares. No consiguió nada, pero lo que no se obtuvo en Roma se logró al menos parcialmente en la paz de Lodi (9 abril 1454) por un acuerdo entre Venccia y Milán. El 30 de agosto, Venecia, Milán y Florencia firmaron una liga defensiva para veinticinco años, y en esta liga entraron finalmente Nicolás V y el rey de Nápoles, Alfonso de Aragón (1442-1458). Esta liga itálica, que se ponía oficialmente bajo la protección del papa, fue promulgada solemnemente en Roma el 2 de marzo de 1455 y aseguró por algunos años el pacífico equilibrio de los Estados italianos, aunque nada hizo contra el turco.
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