MANUEL VELASCO LAGUNA (1955). Es un fotógrafo y escritor español, manchego afincado en Madrid, conocido por ser autor de diversos libros y novelas históricas relacionados con temática de la Era vikinga, siendo uno de los principales referentes sobre el tema en idioma español. En 2006, bajo el título «En viking fra Spania», fue reconocida su labor como difusor de la cultura vikinga en español por la revista noruega Levende Historie. Su perfil como escritor no se limita al rigor histórico sino que suele ampliar información basada en la cultura popular, incluyendo aspectos como la literatura, cine, videojuegos, cómics, mercados, museos, festivales y estilos musicales, unos recursos adicionales que ha atraído a un público muy diverso. Al margen de investigación y lectura de sagas nórdicas y lo ya existente en la bibliografía afín, Manuel Velasco ha viajado en varias ocasiones por el norte de Europa para obtener más fuentes de información de primera mano sobre los vikingos. Es muy conocido en círculos recreacionistas históricos de varios países, así como de la confesión ásatrú y neopaganismo germano, aunque no profesa ninguna de ellas.
Antes de dedicarse a la literatura profesional, desde 1994 publicó unos 200 artículos en revistas especializadas como las españolas Rutas del Mundo, Grandes Viajes, Aire Libre y Turismo Rural, entre otras, además de la portuguesa Volta ao Mondo o la mexicana Geomundo. En 1996 comenzó a escribir artículos relacionados con la historia de los lugares que había visitado para hacer sus reportajes de viajes, que empezó a publicar en la revista Historia y Vida para continuar más tarde en otras como Misterios de la Arqueología, Revista de Arqueología, Año/Cero, Historia de Iberia Vieja o Desperta Ferro.
En 1998 comenzó a escribir su primera novela de temática vikinga: La Saga de Yago, que publicaría un año más tarde. Esto coincide con la apertura de su primera web El Drakkar, que derivaría años después en su actual blog Territorio Vikingo. La buena aceptación de estos dos medios, bibliografía e internet, serían cruciales para su dedicación al mundo del pueblo nórdico, realizando nuevos viajes a lugares de importancia significativa y que revirtieron en numerosos artículos sobre los vikingos, a los que siguieron nuevos libros, tanto narrativos como de divulgación histórica. La temática vikinga solo se vio alterada por un par de libros: Finlandia —Suomi para los amigos— (2004) y Breve Historia de los Celtas (2005).
De manera paralela a su afición por la escritura está su profesión como fotógrafo. Tanto sus reportajes y artículos de prensa como algunos de sus libros están ilustrados con sus propias fotos y es colaborador de la agencia norteamericana iStockphoto. Su libro Territorio Vikingo se presentó en Madrid el 18 de octubre de 2012.
I
CÉLTICA
1
Introducción a la historia celta
Cientos de pueblos figuran en la historia de la humanidad. El tiempo terminó por devorarlos a todos, para poner en su lugar a otros que tarde o temprano tendrían el mismo final. Unos han construido civilizaciones milenarias cuyo eco perdura y otros han pasado por un camino lateral de la Historia, sin hacer ruido ni dejar rastros.
Como proyección de todo esto tenemos el tiempo actual; nosotros mismos como extremos de unas líneas genealógicas que se ramificaron hasta lo imposible siguiendo el impulso innato por la supervivencia.
El mundo siempre ha sido un crisol de miles de pueblos que se conocieron a través de vecindades, migraciones, enlaces, guerras, exilios, fusiones. El aislamiento genético no parece que sea connatural al espíritu humano.
¿Por qué entonces esa obsesión por el celtismo a lo largo y ancho del mundo, solo comparable con la egiptología o el mundo clásico, pero no entendido como algo del pasado sino como parte de una cultura que aún está viva después de que fuese aplastada y suplantada hace siglos por otros pueblos que resultaron más poderosos?
El druidismo, muerto y enterrado, renace como una filosofía aplicable a una vida que nada tiene que ver con la que le dio sentido. Los símbolos celtas, poco o mal entendidos, cuelgan de cuellos y adornan camisetas. Las historias que se rescataron del olvido siguen fascinando a las nuevas audiencias. Un coleccionista de música celta puede tener grabaciones procedentes de una veintena de países distintos.
Y todo esto no ocurre con las culturas hitita, iliria, ligur, íbera, tartesa, fenicia, etrusca. Todas ellas fueron grandes y trascendentes, pero su tiempo pasó definitivamente. Los museos y los libros o las webs de historia son su presente. Nadie les concede esa «nueva vida» que, al modo del ave fénix, gozan los celtas.
Ahora bien, ¿quiénes deberían considerarse celtas? ¿Solo los que viven en los lugares que algunos consideran como únicas naciones celtas (las que tienen o han tenido hasta fechas más o menos recientes idiomas gaélicos) o los que lo viven en regiones que con un pasado remoto o con una forma de vida que podría asociarse con el celtismo? ¿O puede extenderse a todo aquel que lo siente en su corazón?
Por un lado están esos finisterres europeos que supusieron los últimos bastiones de aquel pueblo, pero en Italia se celebran docenas de festivales celtas cada verano; en los museos alemanes o checos se encuentra algunos de los mejores objetos arqueológicos; a una región de Canadá tuvieron que acudir músicos irlandeses y escoceses para aprender algunas músicas tradicionales que habían llegado a perderse totalmente en sus tierras; en Argentina hay comunidades galesas o gallegas que han mantenido la lengua y el folclore de sus tierras de origen; cada solsticio de verano, Stonhenge es invadido por miles de personas que tal vez esperen un prodigio, mientras que el antiguo Samhain, trasformado en Halloween, da color al sopor otoñal. Algunos discos de música celta llegan a superventas y festivales como Ortigueira o Lorient son multitudinarios.
A estas alturas, nadie puede pedir pureza céltica, cuando los propios celtas históricos no la tuvieron, como atestiguan las tumbas de Hallstat. Podría decirse que lo que más ha perdurado de lo celta es una forma de entender la vida y sobre todo la muerte. Un mundo materialista necesita agarrarse a ciertos salvavidas para no hundirse, y la mítica y la mística celtas han resultado ser muy eficientes.
HALLSTAT y LA TENE
A falta de tener alguna incuestionable evidencia del origen exacto de los celtas, hay que echar mano de los dos focos de influencia desde donde se fue difundiendo este pueblo a lo largo y ancho de Europa.
Las minas que algún pueblo neolítico habría puesto en marcha siglos antes, fue el elemento natural determinante para que se asentase y prosperase en Hallstat, en la actual Austria, una comunidad (que tal vez procediese de lo que hoy llamamos estepas rusas y que podríamos llamar pre-celta), entre los siglos VIII-V a. C.
Aparentemente hubo en Hallstat dos grandes grupos diferenciados. Uno, perteneciente a la Edad del Bronce, que incineraba a sus muertos, guardando sus cenizas en urnas. Otros, ya en la Edad del Hierro, que los enterraban. Y no parece que se produjese un cambio brusco de costumbres, ya que hay un amplio periodo en el que se usaron ambas. Otro cambio en las tumbas es el paso del carro de cuatro ruedas al de dos.
La explotación a gran escala de estas minas de sal —en la región que actualmente se llama Saltzberg (Montaña de Sal), cerca de Salzburgo (la Ciudad de la Sal)— fue una aportación crucial a la vida cotidiana de los pueblos con los que mantuvieron contactos comerciales (al norte, godos y proto-escandinavos; al sur, griegos y etruscos), ya que, además de su utilidad para curtir pieles, posibilitaba la conservación de la carne y el pescado durante largos periodos de tiempo. Hasta tal punto fue importante que la palabra salario proviene de la sal usada como pago por un trabajo.