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Mariano Fontrodona - Los celtas y sus mitos

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Mariano Fontrodona Los celtas y sus mitos

Los celtas y sus mitos: resumen, descripción y anotación

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La presente obra nos ofrece una visión amplia y penetrante de los pueblos célticos, desde su cristalización en la noche de los tiempos, hasta su impetuosa entrada en la Historia. Las correrías, las luchas, las costumbres, la religión, el arte y la extraña mitología de una raza dotada de una personalidad fulgurante y única, sin parangón posible con los otros pueblos de la antigüedad.

Para nosotros, el conocimiento de los celtas —a los que un famoso autor calificó de alegres, poéticos, piadosos, crédulos, sagaces, patriotas, gregarios, valientes, indisciplinados, indolentes, amables, avisados y tercos—, es más apasionante, si cabe, porque su sangre dejó honda huella en la Península.

El autor, Mariano Fontrodona, ha publicado ya otras obras: Rusia en tinieblas. El fin de los Romanov y La Larga Marcha. El nacimiento de la nueva China. Doctor en Derecho, Licenciado en Ciencias Políticas y en Sociología, graduado en Periodismo y Estudios europeísticos, ha colaborado en las revistas Testimonio, Destino, Revista de Estudios Políticos, Revisione, y actualmente sigue publicando trabajos sobre cuestiones diversas en Historia y Vida y Nueva Historia.

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LOS PUEBLOS CELTAS HACEN SU APARICIÓN EN LA HISTORIA
El enigma de los celtas

Con muy escasa precisión y un cierto tono, habitualmente despectivo, los escritores clásicos llamaron celtas o galos —de manera indistinta— a los pueblos de tez blanca que habitaban al norte de sus fronteras. Recordemos la lapidaria frase de Tácito, para quien eran bárbaros, es decir extranjeros, todos aquellos pueblos que comían pan de centeno en lugar de pan de trigo, que cocinaban con grasas de animales en vez de hacerlo con aceite de oliva, y que bebían cerveza u otros brebajes fermentados, pero no vino. Dicho en otras palabras, que no poseían las tres plantas básicas de la cultura mediterránea, a saber, el trigo, la vid y el olivo.

Posteriormente —como ha escrito Fay-Cooper Colé—, el término «celta» quedó restringido a ciertos grupos de habla afín, lo cual, en conjunto, constituía una ramificación de la lengua aria o indoeuropea. Y con el tiempo vino a darse el nombre de celtas a un grupo étnico, o subraza, poseedor de una lengua característica y distinta. Aunque la verdad es que ellos jamás se dieron a sí mismos el nombre de celtas.

Parece ser que la primera denominación que recibieron los celtas fue la de «hiperbóreos», que les atribuyeron los griegos, y así llama Heráclides del Ponto a los galos que invadieron Roma, allá por el año 390 a. C. No obstante, hay que tener en cuenta que los griegos designaban de la misma manera a todos los pueblos del noroeste de Europa.

A partir del siglo V de nuestra era los griegos comenzaron a usar el término keltoi, así como keltai y galatai. Por su parte, los autores romanos usaron las denominaciones celtae, celtici y galatae, tomadas evidentemente de los griegos, a las que añadieron un nuevo vocablo: galli.

El erudito Arbois de Jubainville creen firmemente que galli es sinónimo de «montañés». Y otros autores sostienen la teoría de que, en un principio, se usaban las palabras keltai y keltoi para señalar a todos los pueblos de raza celta. Luego, en una diversificación ya de los conceptos, con la voz galli se definió a los celtas de Europa, y con la palabra galatae a los del Asia Menor. No cabe duda, en todo caso, de que fue Catón el que primeramente usó el término galli. En cuanto a Julio César, consideraba como galos a todos los pueblos de este lado del Rin, y creía que galos y celtas equivalían a lo mismo.

En el campo de la antropología, el confusionismo y la disparidad de los criterios no son menores. La escuela de Broca, apoyándose en el testimonio de los historiadores antiguos, considera como el solar de la más pura raza celta a la región comprendida entre los ríos Sena y Carona, por un lado, y el mar y los Alpes por otro. Por consiguiente, estos antropólogos franceses opinan que los actuales habitantes de Auvernia son el arquetipo de aquella raza. Describen su talla como menos elevada que la de los belgas y otros pueblos celtas más septentrionales, con el cabello negro o castaño, los ojos grises, verdes o claros. Son braquicéfalos, de considerable capacidad craneal, frente ancha, aunque con el cráneo anterior poco desarrollado si se les compara con otros individuos de inferior capacidad craneal. El occipucio alcanza casi la vertical, y las protuberancias superciliares son muy marcadas. El arco zigomático —el formado por la apófisis zigomática del hueso temporal, en su cara externa— es de los más ocultos entre los conocidos. La cara aparece ensanchada con relación al cráneo, algo aplastada y de forma rectangular. Los pómulos suelen ser muy marcados y separados, y la mandíbula inferior presenta una forma cuadrada. El conjunto da la sensación de una cabeza grande, sobre un cuello relativamente estrecho. Por lo que respecta a los miembros, son fuertes, de bastante grosor y perfectamente musculados.

Frente a esta teoría, excesivamente perfilada, un gran prehistoriador, como Pedro Bosch Gimpera, apunta la hipótesis de que los celtas fueran un pueblo resultante de la fusión de muy variados elementos, muchos de ellos incluso ni siquiera indogermanos, y «sin ninguna unidad antropológica». Con esta teoría se explicaría que, no obstante el carácter indogermánico de la lengua —a caballo entre las lenguas germánicas y las itálicas e ilíricas— y pese al tipo antropológico netamente nórdico de los esqueletos hallados en las grandes sepulturas de caudillos Célticos de la Champaña (segunda Edad del Hierro en Francia), en todos los territorios célticos abunden tipos antropológicos variados y diversos. Bosch Gimpera pone en la picota el excesivo dogmatismo de la escuela antropológica francesa de Broca, que ha configurado a los celtas como braquicéfalos, tomando como sus indiscutibles representantes o sucesores a los braquicéfalos de la actual región de la Auvernia, cuando lo más probable es que dichos tipos raciales no sean otra cosa que los descendientes de los primitivos pobladores indígenas de aquella zona, antes de los movimientos y migraciones de los celtas.

Entre los actuales tratadistas se suele considerar a los celtas como una subdivisión de los caucásicos. Se describe a los sujetos de tipo céltico como gentes de cabello castaño o rojizo, algo menos rubios y no tan dolicocéfalos como los nórdicos puros, bastante altos y esbeltos, con cierta característica de agudeza en las facciones. Coon, acertadamente, los cataloga como «tipo periférico de los nórdicos».

Pero, raza o subraza, con unidad antropológica o sin ella, fueran o no resultado de la fusión de muy variados elementos, los celtas tenían una naturaleza especial. ¿Quiénes eran realmente?, se pregunta un historiador. ¿Eran idénticos a los bárbaros germanos de las invasiones de comienzos de la Edad Media? ¿Eran teutones que emprendieron la aventura migratoria con mil años de anticipación?

La mejor contestación a todas estas preguntas sólo puede ser dada por las obras y la ejecutoria de los propios celtas; por sus correrías, sus instituciones y costumbres, su religión, su arte. Los testimonios que dejaron de su paso por la historia demuestran, sin dejar lugar a dudas, que los celtas tenían una personalidad extraña y única. El carácter y hasta los gustos de los celtas revelan un alma distinta, sin parangón posible con los de otros pueblos de la antigüedad.

El origen de los celtas

«El proceso de las formaciones étnicas —ha escrito Bosch Gimpera— parte de un estado en que la personalidad étnica no se halla todavía definida, de lo que puede llamarse un estado fluido, con posibilidades de evolución en diversos sentidos. Poco a poco se destacan grupos con una cierta personalidad embrionaria, que podríamos considerar como una etapa de “coagulación”, que va afirmándose hasta cristalizar en verdaderas familias de pueblos, o en pueblos en el sentido estricto de la palabra».

En el neo-eneolítico, según el gran prehistoriador citado, y a través de grandes períodos de tiempo, aparecen ya formadas diversas familias étnicas. En el norte de África han cristalizado ya los pueblos llamados camiticos, y en el Próximo Oriente las familias semítica y asiánica. Entretanto, en Europa se han formado los pueblos denominados «indoeuropeos».

El parentesco de las lenguas indoeuropeas, junto con las analogías de las instituciones y caracteres, hizo que muchos creyeran en la existencia de una gran familia étnica. Mientras que en el paleolítico —o Edad de la Piedra— las formaciones étnicas se hallaban todavía en estado fluido, en el mesolítico —período de transición entre la piedra tallada y la piedra pulimentada—, comenzó la «coagulación» de los pueblos europeos, cristalizando la familia indoeuropea. En el occidente de Europa, «la indoeuropeización céltica» —en frase del profesor Bosch Gimpera— borró los sustratos étnicos anteriores, de los que subsistieron únicamente los pictos y los escotos, en el norte de Escocia. El centro y el norte de Europa quedó indoeuropeizado, borrándose las diferencias étnicas y comenzando muy pronto la «coagulación», con algunos grupos ya en vías de cristalización.

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