Anexos
Bibliografía
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PERCIVALDI, Elena. Los celtas. Madrid: Tikal, 2011.
BIBLIOGRAFÍA DE MANUEL VELASCO
bibliotecaMV.com
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- Tras las huellas de los Vikingos (Alcántara, 2000)
- Finlandia, Suomi para los amigos (Corona Borealis, 2004)
- Breve Historia de los Vikingos (Nowtilus, 2005)
- Breve Historia de los Celtas (Nowtilus, 2005)
- Erik el Rojo (Arcopress, 2006)
- El anillo de Balder y otros cuentos vikingos (Tierra de Fuego, 2010)
- Thor (Tremendo Tronador) (Territorio Vikingo, 2011)
- Breve Historia de los Vikingos (edición extendida) (Nowtilus, 2012)
- Territorio Vikingo (Nowtilus, 2012)
- La muerte de Beowulf y otros cuentos vikingos (Tombooktu, 2012)
- Nacido en Vinland (nueva edición) (Tombooktu, 2012)
- La Saga de Yago (nueva edición) (Territorio Vikingo, 2013)
- Erik el Rojo (nueva edición) (Territorio Vikingo, 2013)
- Egill Skallagrimsson, el poeta guerrero (Territorio Vikingo, 2013)
- La Tierra de los Muertos (Amazon, 2014)
- Ulad (Amazon, 2014)
- Finlandia, Suomi para los amigos, edición X aniversario (Madrilenian, 2014)
- Breve Historia de los celtas (edición extendida) (Nowtilus, 2016)
Blog general del autor: manuelvelasco.wordpress.com
Blog Celta: tierracelta.blogspot.com
Blog específico de este libro: brevehistoriadelosceltas.wordpress.com
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Introducción a la historia celta
Cientos de pueblos figuran en la historia de la humanidad. El tiempo terminó por devorarlos a todos y puso en su lugar a otros que tarde o temprano tendrían el mismo final. Unos han construido civilizaciones milenarias cuyo eco perdura y otros han pasado por el camino lateral de la historia sin apenas hacer ruido ni dejar rastros.
¿Por qué entonces esa obsesión por el celtismo a lo largo y ancho del mundo, sólo comparable con la egiptología o el mundo clásico, pero no entendido como algo del pasado sino como parte de una cultura que aún está viva después de que fuese aplastada y suplantada hace siglos por otros pueblos que resultaron más poderosos?
El druidismo, muerto y enterrado, renace como una filosofía aplicable a una vida que nada tiene que ver con la que le dio sentido. Los símbolos celtas, poco o mal entendidos, cuelgan de cuellos y adornan camisetas. Las historias y leyendas que se rescataron del olvido siguen fascinando a las nuevas audiencias. Un coleccionista de música celta puede tener grabaciones procedentes de una veintena de países distintos.
Y todo esto no ocurre con otras culturas, como la hitita, iliria, ligur, tartesa, tracia o fenicia, por poner unos pocos ejemplos de pueblos que fueron grandes y trascendentes, pero que su tiempo ya pasó definitivamente. Los museos y los libros o las webs de historia son su cementerio. Nadie les concede esa «nueva vida» de la que, a modo de ave fénix, gozan los celtas.
Ahora bien, ¿quiénes deberían considerarse celtas? ¿Sólo los que viven en los lugares normalmente aceptados como únicas naciones celtas, donde tienen idiomas gaélicos o los que viven en regiones con un pasado remoto o con una forma de vida que podría asociarse con el celtismo? ¿O puede extenderse a los países donde hubo una gran emigración llevando consigo idioma y costumbres? ¿O habría que ampliarlo a todo aquel que lo siente en su corazón?
Por un lado están esos finisterres europeos que supusieron los últimos bastiones de aquel pueblo, que reciben el nombre genérico de «naciones celtas», pero en Italia se celebran docenas de festivales celtas cada verano; en los museos alemanes o checos se encuentra algunos de los mejores objetos arqueológicos; a la región canadiense de Nova Scotia tuvieron que acudir músicos escoceses para aprender canciones, danzas y formas de tocar llevadas allí por los emigrantes del siglo XVIII y perdidas en sus tierras de origen; en Argentina hay comunidades galesas o gallegas que han mantenido la lengua y el folclore de sus antepasados; cada solsticio de verano, Stonehenge es literalmente invadido por miles de personas que tal vez esperen un prodigio, mientras que el antiguo Samhain, trasformado en Halloween, da color al sopor otoñal. Algunos discos de música celta han llegado a superventas, y festivales como el gallego de Ortigueira o el bretón de Lorient son multitudinarios.
No podemos considerar a los celtas como una nación o un pueblo compacto; como mucho, una federación de tribus con intereses comunes y que, hasta cierto punto, compartían una identidad cultural y religiosa. En sus diversas oleadas migratorias encontraron pueblos ya establecidos en las nuevas tierras; algunos serían conquistados y con otros, tal vez la mayoría, hubo todo tipo de mezclas, de ahí esa gran diferencia de nombres tanto en personas como en dioses. En la fotografía, una familia de la tribu de los Pletusios en el festival Las Guerras Cántabras. Los Corrales de Buelna, Cantabria.
A estas alturas, nadie puede pedir pureza céltica, cuando los propios celtas históricos no la tuvieron, como bien lo atestiguan las tumbas de Hallstatt. Podría decirse que lo que más ha perdurado de lo celta es su forma de entender la vida, la muerte y el contacto con la naturaleza en todos los niveles. El hombre reducido a su condición más básica en un mundo excesivamente materialista necesita agarrarse a ciertos salvavidas para no hundirse, y la mítica y la mística celtas han resultado ser muy eficientes.