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Manuel Yañez Solana - Los celtas

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Manuel Yañez Solana Los celtas

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Breve historia del pueblo celta y su influencia en las culturas actuales.

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Manuel Yañez Solana

Los celtas

ePub r1.0

Red_S31.07.13

Título original: Los celtas

Manuel Yañez Solana, 1998

Editor digital: Red_S

ePub base r1.0

Capítulo 1 ORIGEN DE LOS CELTAS Un pueblo heterogéneo Querer reunir a todas las - photo 3

Capítulo 1
ORIGEN DE LOS CELTAS
Un pueblo heterogéneo

Querer reunir a todas las tribus celtas que poblaron Europa en un solo grupo daría pie a una falacia, ya que nos encontramos con una diversidad de características físicas, de comportamientos y de costumbres muy heterogéneas. Sin embargo, se puede encontrar una raíz ideológica común: el deseo de organizar una sociedad ideal sin perder el concepto del heroísmo, a pesar de que quienes alimentaban esta idea fueran ganaderos, agricultores, cazadores o comerciantes.

Otro punto en común de todos ellos era su adoración a unos dioses relacionados con los bosques, a los que llegaban a ofrecer sacrificios humanos. La evidencia de que no se sentían hermanos de razas la tenemos en las centenares de guerras que libraron entre ellos y, en un plano más tribal, con la facilidad que peleaban por un simple insulto.

A lo largo de su época más gloriosa, los celtas ejercieron una gran influencia sobre toda Europa. Como eran unos grandes herreros y forjadores, llevaron estas técnicas por el norte de los Alpes y el suroeste del continente. Así los campesinos de la Galia o de la Península Ibérica pudieron utilizar arados y guadañas de hierro, a partir del momento que se unieron, en muchos casos luego de ser invadidos por la fuerza, a estas tribus extranjeras. También consiguieron mejorar, entre otras cosas, los carros tirados por bueyes al montar la llanta sobre el aro de la rueda en el momento que era sacada, todavía caliente, de la fragua. Unos vehículos que ya podían circular por caminos pavimentados con troncos, piedras y matorrales.

Una característica muy peculiar de los celtas era su adaptación a los lugares donde llegaban, sin dejar de mantener sus esencias básicas. Lo mismo que ellos sabían transformar muchas de sus costumbres, lograban que los nativos tomaran un gran número de las suyas, en una simbiosis cuyo mejor ejemplo lo tenemos con los celtibéricos. En este caso resultó tan profunda la conjunción que dio pie a una nueva cultura y, al mismo tiempo, a una raza distinta.

¿En Unetice nacieron los primeros celtas?

Hacia el año 2200 a.C. surgieron en algún punto de la Península Ibérica unos núcleos humanos muy importantes, a los que los historiadores dieron el nombre de «pueblos del vaso campeniforme», debido a la forma acampanada que daban a las copas de arcilla que elaboraban. Se supone que ya conocían las técnicas de la herrería que les habían permitido trabajar el cobre.

Un núcleo importante de esta cultura llegó a distintas zonas de la Europa central y oriental, donde se mezcló con las tribus nativas. Esto dio pie al nacimiento de otra civilización, que hoy día conocemos como de Unetice. Sus artesanos ya fundían el cobre y el estaño en grandes forjas, cuyos fuegos avivaban con fuelles de piel de cabra. Así dio comienzo la Edad de Bronce.

Ahora dejaremos que sea Duncan Norton-Taylor, autor del interesante libro «Los celtas», quien nos cuente lo siguiente:

Los trabajadores del metal de Unetice se beneficiaron del lugar geográfico que ocupaban, ya que les permitió establecer un gran comercio con muchos puntos de Europa. Hacia el sur, los caminos les llevaron, a través de los Alpes, hasta el Adriático y el norte de Italia. Hacia el norte, los ríos Elba y Oder les permitieron acceder a las tierras del Báltico. Hacia el sudeste, por medio del Danubio conectaron con los pueblos del Mar Negro. Hacia el oeste, pudieron llegar a las llanuras de la Europa central, para seguir hasta los puertos del Canal de la Mancha y las Islas Británicas. Por todas estas rutas comerciales transportaron objetos de bronce, o de estaño y cobre toscamente fundidos, que cambiaron por el oro de Irlanda, el estaño de Cornualles o las pieles y el ámbar del Báltico. Sostuvieron un comercio muy enriquecedor para todos los que intervenían en el mismo, gracias a que se trataba con algo más que con objetos más o menos valiosos.

A pesar de su gran riqueza, las gentes de Unetice vivieron con sencillez. En ningún momento construyeron grandes ciudades, como ya estaban haciendo los pueblos del Próximo Oriente, sino que prefirieron vivir en pequeños poblados fortificados con empalizadas de madera y rodeados de campos de cultivos y pastos para su ganado.

Ya contaban con una estructura tribal, compuesta de jefes y guerreros que adoptaban las decisiones y organizaban los trabajos más importantes. Es posible que los artesanos gozaran de un tratamiento especial, con el fin de liberarlos de las labores del campo y de los deberes militares, ya que sus productos constituían la más importante fuente de riquezas.

Las divisiones sociales se hallaban muy extendidas, y las podemos encontrar en todas las sociedades indoeuropeas. Sin embargo, la primera prueba apareció entre las gentes de Unetice. En el momento que esta cultura se extendió hasta el oeste por todo el continente, llevó consigo las divisiones de clases. En efecto, esa clasificación del orden social fue típica de las posteriores sociedades célticas, cuyas clases cumplían unas funciones relacionadas con sus niveles sociales. Por ejemplo, los jefes habían adquirido los derechos de un gobernante, pero también eran responsables de la seguridad y del bienestar de su pueblo. Puede decirse que gobernaban como aristócratas, pero nunca como dictadores, ya que tenían muy en cuenta la opinión de los druidas y de los guerreros más destacados…

Todo lo anterior, unido a otras coincidencias, nos lleva a creer que los celtas surgieron de Unetice. Más tarde, hacia el 1250 a.C., comenzaron a extenderse por el oeste de Europa. A partir de este momento los arqueólogos pasaron a definirlos como «la cultura de los campos de urnas», debido a su costumbre de guardar las cenizas de sus muertos en urnas. Algo que cambiarían con el paso del tiempo, como se ha podido comprobar en excavaciones posteriores.

En busca de un trágico destino

Los pueblos de los campos de urnas debieron ser muy activos, ya que se hallaban sometidos a un permanente desplazamiento. Pero permanecían cierto tiempo en un lugar, para obtener las cosechas, o criar el ganado, que les proporcionaría los alimentos necesarios. Sus artesanos habían perfeccionado los trabajos de forja y carpintería, con lo que podían ofrecer hoces, guadañas, armaduras, cascos, pesadas espadas de bronce y otros útiles, que hoy día nos parecen sorprendentes por la belleza de sus formas y la gracia, cuando no el sobrecogimiento, que producen sus dibujos.

Cuando los asentamientos eran muy prolongados, debido a que los suelos proporcionaban dos o más cosechas al año, los jóvenes guerreros se ofrecían como mercenarios a los jefes de las tribus vecinas. No obstante, tarde o temprano resultaban obligados a seguir la inercia de los tiempos: marchar hacia el oeste o hacia el sur. De esta manera se extendieron los celtas por el norte de Italia y, lo más importante en aquella época, conquistaron las tierras que los romanos llamarían la Galia (la actual Francia).

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