B REVE H ISTORIA DE LOS
C ELTAS
B REVE H ISTORIA DE LOS
C ELTAS
Manuel Velasco
Colección: Breve Historia
www.brevehistoria.com
Título: Breve Historia de los celtas
Autor: © Manuel Velasco
Copyright de la presente edición: © 2009 Ediciones Nowtilus, S.L.
Doña Juana I de Castilla 44, 3º C, 28027 Madrid
www.nowtilus.com
Editor: Santos Rodríguez
Coordinador editorial: José Luis Torres Vitolas
Diseño y realización de cubiertas: Carlos Peydró
Diseño del interior de la colección: JLTV
Maquetación: Claudia R.
Reservados todos los derechos. El contenido de esta obra está protegido por la Ley, que establece pena de prisión y/o multas, además de las correspondientes indemnizaciones por daños y perjuicios, para quienes reprodujeren, plagiaren, distribuyeren o comunicaren públicamente, en todo o en parte, una obra literaria, artística o científica, o su transformación, interpretación o ejecución artística fijada en cualquier tipo de soporte o comunicada a través de cualquier medio, sin la preceptiva autorización.
ISBN-13: 978-84 9763-242-3
Libro electrónico: primera edición
Í NDICE
Manuel Velasco no solo es el primer autor español que se integró en la colección Breve Historia con su obra sobre los vikingos, sino que también ha sido pionero en hacer doblete literario para nuestra selección de títulos históricos. Ahora nos invita a conocer a los celtas, esa civilización tan vital para la historia de Europa y que arraigó como pocas en los corazones pertenecientes a pobladores de casi veinte países modernos. Según los investigadores más rigurosos, el mundo proto-celta afloró en las estepas rusas hace unos 3.000 años. Por tanto, mientras aún resonaban los ecos de Troya y Homero escribía la épica de dicho acontecimiento, nuestros amigos celtas se asentaban en Hallstat (Austria), ofreciendo los primeros esbozos sobre una cultura llamada a perdurar. Más tarde, coincidiendo con las grandes hazañas protagonizadas por Alejandro Magno, esta etnia que teñía de azul sus cuerpos para la guerra, alcanzó una plenitud poco usual en aquellos tiempos. Solo un imperio como el romano pudo sojuzgar el ánimo de estos guerreros amantes de la libertad, aunque no sin sangriento esfuerzo, pues los héroes celtas les supieron poner en jaque, cuantas veces tuvieron la oportunidad. En este libro, el lector se encontrará con narraciones absolutamente reveladoras sobre estas tribus. Asimismo, descubriremos los secretos de su panteón místico, las acciones que dominaban el ámbito cotidiano y, en definitiva, la forma de entender la existencia de unas gentes abrazadas al amor por la naturaleza y a un profundo respeto por el plano sobrenatural. Visitaremos países y tradiciones que modelaron el sentir celta: Austria, Suiza, Francia, Bélgica, España, Reino Unido.... incluso la bella Irlanda, isla que contuvo el avance romano, evitando ser impregnada de ese modo, por las influencias latinas. Todo mientras suenan instrumentos tradicionales al calor de símbolos que aún hoy provocan la admiración de los curiosos. Los celtas no son solo Stonehenge, Carnac o sacerdotes druidas al estilo Merlín, son también la fuerza de caudillos como Viriato y Vercingétorix o el temor a los Finisterre con su impenetrable bruma. Le sugiero la posibilidad de adentrarse cuál niño ávido de conocimientos en la mitología, tradiciones e historia de nuestros ancestros más bravos. Les aseguro que leyendo este libro no quedarán defraudados y obtendrán una visión real de lo qué supusieron estos europeos antiguos para la identidad singular del continente europeo. Los propios Asterix y Obelix, —fieles representantes de los galos, el grupo céltico más numeroso— estarían muy orgullosos tras leer esta obra de Tutatis Velasco.
Juan Antonio Cebrián.
Introducción a la historia
celta
Cientos de pueblos figuran en la historia de la humanidad. El tiempo terminó por devorarlos a todos, para poner en su lugar a otros que tarde o temprano tendrían el mismo final. Unos han construido civilizaciones milenarias cuyo eco perdura y otros han pasado por un camino lateral de la Historia, sin hacer ruido ni dejar rastros.
Como proyección de todo esto tenemos el tiempo actual; nosotros mismos como extremos de unas líneas genealógicas que se ramificaron hasta lo imposible siguiendo el impulso innato por la supervivencia.
El mundo siempre ha sido un crisol de miles de pueblos que se conocieron a través de vecindades, migraciones, enlaces, guerras, exilios, fusiones. El aislamiento genético no parece que sea connatural al espíritu humano.
¿Por qué entonces esa obsesión por el celtismo a lo largo y ancho del mundo, solo comparable con la egiptología o el mundo clásico, pero no entendido como algo del pasado sino como parte de una cultura que aun está viva después de que fuese aplastada y suplantada hace siglos por otros pueblos que resultaron más poderosos?
El druidismo, muerto y enterrado, renace como una filosofía aplicable a una vida que nada tiene que ver con la que le dio sentido. Los símbolos celtas, poco o mal entendidos, cuelgan de cuellos y adornan camisetas. Las historias que se rescataron del olvido siguen fascinando a las nuevas audiencias. Un coleccionista de música celta puede tener grabaciones procedentes de una veintena de países distintos.
Y todo esto no ocurre con las culturas hitita, iliria, ligur, íbera, tartesa, fenicia, etrusca. Todas ellas fueron grandes y trascendentes, pero su tiempo pasó definitivamente. Los museos y los libros o las webs de historia son su presente. Nadie les concede esa «nueva vida» que, al modo del ave fénix, gozan los celtas.
Ahora bien, ¿quiénes deberían considerarse celtas? ¿Solo los que viven en los lugares que algunos consideran como únicas naciones celtas (las que tienen o han tenido hasta fechas más o menos recientes idiomas gaélicos) o los que lo viven en regiones que con un pasado remoto o con una forma de vida que podría asociarse con el celtismo? ¿O puede extenderse a todo aquel que lo siente en su corazón?
Por un lado están esos finisterres europeos que supusieron los últimos bastiones de aquel pueblo, pero en Italia se celebran docenas de festivales celtas cada verano; en los museos alemanes o checos se encuentra algunos de los mejores objetos arqueológicos; a una región de Canadá tuvieron que acudir músicos irlandeses y escoceses para aprender algunas músicas tradicionales que habían llegado a perderse totalmente en sus tierras; en Argentina hay comunidades galesas o gallegas que han mantenido la lengua y el folclore de sus tierras de origen; cada solsticio de verano, Stonhenge es invadido por miles de personas que tal vez esperen un prodigio, mientras que el antiguo Samhain, trasformado en Halloween, da color al sopor otoñal. Algunos discos de música celta llegan a superventas y festivales como Ortigueira o Lorient son multitudinarios.
A estas alturas, nadie puede pedir pureza céltica, cuando los propios celtas históricos no la tuvieron, como atestiguan las tumbas de Hallstat. Podría decirse que lo que más ha perdurado de lo celta es una forma de entender la vida y sobre todo la muerte. Un mundo materialista necesita agarrarse a ciertos salvavidas para no hundirse, y la mítica y la mística celtas han resultado ser muy eficientes.
A falta de tener alguna incuestionable evidencia del origen exacto de los celtas, hay que echar mano de los dos focos de influencia desde donde se fue difundiendo este pueblo a lo largo y ancho de Europa.
Las minas que algún pueblo neolítico habría puesto en marcha siglos antes, fue el elemento natural determinante para que se asentase y prosperase en Hallstat, en la actual Austria, una comunidad (que tal vez procediese de lo que hoy llamamos estepas rusas y que podríamos llamar pre-celta), entre los siglos VIII-V a.C.