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Antonin Artaud - Heliogábalo o el anarquista coronado

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Antonin Artaud Heliogábalo o el anarquista coronado
  • Libro:
    Heliogábalo o el anarquista coronado
  • Autor:
  • Editor:
    ePubLibre
  • Genre:
  • Año:
    1934
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Heliogábalo o el anarquista coronado: resumen, descripción y anotación

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I

LA CUNA DE ESPERMA

Si en torno del cadáver de Heliogábalo, muerto sin sepultura, y degollado por su policía en las letrinas de su palacio, hay una intensa circulación de sangre y excrementos, en torno de su cuna hay una intensa circulación de esperma. Heliogábalo nació en una época en que todo el mundo se acostaba con todo el mundo; y nunca se sabrá dónde ni por quién fue realmente fecundada su madre. La filiación de un príncipe sirio como él se establece por las madres; y en lo que a madres respecta, hay alrededor de ese hijo de cochero, recién nacido, toda una pléyade de Julias; y ejerzan o no en el trono, todas esas Julias son meretrices de alto vuelo.

El padre de todos, la fuente femenina de ese río de estupros e infamias, debe haber sido cochero antes de sacerdote, ya que de otro modo no se explicaría el encarnizamiento de Heliogábalo, una vez en el trono, en hacerse encular por los cocheros.

El caso es que la Historia, remontándose por el lado femenino a los orígenes de Heliogábalo, tropieza indefectiblemente con ese cráneo chocho y desnudo, con ese coche y esa barba que en nuestros recuerdos componen el rostro del viejo Basianus.

El hecho de que esta momia sea oficiante de un culto no condena a ese culto, sino a los ritos imbéciles y despreciables a que ese culto había quedado reducido por obra de los contemporáneos de las Julias y los Basianos, y por la Siria del naciente Heliogábalo.

Pero desde el momento en que Heliogábalo niño aparece sobre los peldaños del templo de Emesa, ese culto muerto, y reducido a osamentas de gestos, al que se entregaba Basianus, recupera por debajo de las creencias y los revestimientos, su energía de oro concentrado, de luz pulverizada y victoriosa, y vuelve a ser milagrosamente activo.

En todo caso este antepasado Basiano, apoyándose en una cama como sobre muletas, hace esas dos hijas, Julia Domna y Julia mesa, con una mujer ocasional. Las hace y bien. Son hermosas. Hermosas y preparadas para su doble oficio de emperatrices y rameras.

¿Con quién hace estas hijas? Hasta el momento actual la Historia no lo dice. Y nosotros admitiremos que esto no tiene importancia, obsesionados como estamos por las cuatro medallas con las cabezas de Julia Domna, Julia Mesa, Julia Semia y Julia Mamea. Ya que si Basianus hace dos hijas, Julia Domna y Julia Mesa, Julia Mesa a su vez hace otras dos: Julia Semia y Julia Mamea. Y Julia Mesa, cuyo marido es Sextus Varius Marcellus, pero sin duda fecundada por Caracalla o Geta (hijo de Julia Domna, su hermana) o por Gesius Marcianus, su cuñado, esposo de Julia Mamea, o quizá por Septimio Severo, su cuñado segundo, trae al mundo a Varius Avitus Basianus, más tarde apodado Elagabalus, o hijo de las alturas, falso Antonio, Sardanápalo, y por fin Heliogábalo, nombre que parece ser la feliz contracción gramatical de las más altas denominaciones del sol.

Desde aquí vemos a ese bonzo chocho, Basianus, en Emesa, a orillas del Orontes, con sus dos hijas, Julia Domna y Julia Mesa. Ya son dos estupendas mujeres esas dos hijas nacidas de una muleta con un sexo masculino en la punta. Aunque fabricadas con esperma tardía, y en el punto más alejado que alcanza su esperma los días en que el parricida eyacula —digo el parricida y ya se verá por qué—, ambas están bien conformadas y macizas; macizas, es decir llenas de sangre, piel, huesos y cierta materia lívida que pasa bajo las coloraciones de su piel. Una es grande y empolvada de plomo, con el signo de Saturno en la frente, Julia Domna, semejante a una estatua de la Injusticia, la abrumadora Injusticia del destino; la otra es pequeña, delgada, ardiente, explosiva y violenta, y amarilla como una enfermedad del hígado. La primera, Julia Domna, es un sexo con cabeza, y la segunda una cabeza que no carece de sexo.

El año en que comienza esta historia, el año 960 y pico de la declinación del Latium, del desarrollo separado de ese pueblo de esclavos, comerciantes, piratas, incrustado como ladilla en la tierra de los etruscos; que desde el punto de vista espiritual no hizo otra cosa que chuparle la sangre a los demás; que nunca tuvo otra idea sino defender sus tesoros y cofres con preceptos morales, este año 960 y pico, que corresponde al año 179 del reino de Jesucristo, Julia Domna, la abuela, podía tener dieciocho años, y su hermana trece, y digamos de una vez que pronto estarían en edad de casarse. Pero Julia Domna se asemejaba a una piedra lunar, y Julia Mesa al azufre achicharrado al sol.

Yo no pondría mi mano en el fuego asegurando que ambas fueran vírgenes, eso habría que preguntárselo a sus hombres, es decir, por la Piedra Lunar, a Septimio Severo, y por el Azufre, a Julius Barbakus Mercurius.

Desde el punto de vista geográfico, siempre existía esa franja de barbarie alrededor de lo que se ha dado en llamar el Imperio Romano, y en el Imperio Romano hay que incluir a Grecia que, históricamente, inventó la idea de barbarie. Y desde ese punto de vista nosotros, gente de Occidente, somos los dignos hijos de esa madre estúpida, puesto que para nosotros los civilizados somos nosotros mismos, y todo el resto, que da la medida de nuestra universal ignorancia, se identifica con la barbarie.

No obstante, el hecho es que todas las ideas que impidieron la muerte inmediata de los mundos romano y griego, su caída en una ciega bestialidad, justamente vinieron de esta franja bárbara; y el Oriente, lejos de traer sus enfermedades y su malestar, permitió conservar el contacto con la Tradición. Los principios no se encuentran, no se inventan; se conservan, se comunican; y existen pocas operaciones en el mundo más difíciles que conservar la noción, a la vez diferente y fundada en el organismo, de un principio universal.

Todo esto sirve para señalar que desde el punto de vista metafísico, el Oriente siempre estuvo en un estado de tranquilizadora ebullición; que las cosas jamás se degradan por su causa; y que el día en que la cáscara de los principios se encoja allí irremediablemente, la cara del mundo también se encogerá, y todas las cosas estarán cerca de su ruina; y ese día ya no me parece lejano.

Julia Domna y Julia Mesa nacieron en medio de esta barbarie metafísica, de este desbordamiento sexual que en la misma sangre se encarniza en hallar el nombre de Dios. Nacieron del esperma ritual de un parricida, Basianus, al que yo no puedo ver de otro modo que con la forma de una momia.

Este parricida clavó su miembro en el comprimido reino de Emesa, que en un principio no era un reino sino un sacerdocio; y todo eso, reino, sacerdocio, sacerdotes y sacerdote rey a la cabeza, jura estar inyectado de materia lívida, estar hecho de oro y descender en línea recta del Sol.

Pero un día, este sacerdocio que manejaba preceptos y que balbuceaba principios como se manejan al azar y sin ninguna ciencia alfileres o fuelles, este sacerdocio que quizá llevaba en su interior algo divino, pero que ya no sabía dónde se encontraba, en el que lo divino estaba aplastado, reducido a nada como el pequeño reino de Emesa entre el Líbano, Palestina, Capadocia, Chipre, Arabia y Babilonia, o como el plexo solar está aplastado en nuestros organismos de occidentales; este sacerdocio vacuno de Emesa, Vacuno, es decir mujer, y mujer, es decir cobarde, maleable, abofeteado y esclavizado; que no hubiera podido conquistar su realeza visible a fuerza de puños, sino que se hallaba a su gusto en una atmósfera de facilidad y anarquía, supo aprovechar la descomposición del reinado de los Seleucidas —que a ciento sesenta años de distancia prosiguió la descomposición, mucho más importante, del imperio de Alejandro Magno—, para declararse independiente.

Los sacerdotes de Emesa, que desde hace mil años y más aún proviene de los Samsigeramidas, se transmiten el reino y la sangre del Sol de madre a hijo. De madre a hijo porque en Siria la filiación se establece por las madres: madre hace de padre, tiene los atributos sociales del padre; y la que, desde el punto de vista de la misma generación, es considerada como el primo genitor. Digo EL PRIMO GENITOR.

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