A Manuel e Isabel que inician su camino.
A Lourdes para que persiga sus sueños.
Y a todos aquellos que nos hacen cada día mejores.
«España, piedra estoica que se abrió en dos pedazos
de dolor y de piedra profunda para darme: no me separarán de tus altas entrañas, madre».
Madre España , Miguel Hernández
«Ahíto me tiene España».
Quevedo
«¡Ojalá vivas tiempos interesantes!».
Proverbio chino
«¡Silencio, los espías nos acechan!».
CNT/FAI
Capítulo 1
En la fosa común
Noto un persistente tic bajo el ojo izquierdo, he trastabillado al subir un peldaño y el corazón, pum pum, me está estallando. Ahora mismo no sé ni cómo he llegado hasta aquí. Siento la respiración en los oídos y el mismo escalofrío de tantas veces cuando señalaba y sentenciaba a muerte, con un leve gesto de mi abanico, a aquellos incautos mientras me miraban confiados.
Hemos arrasado cuanto hemos tocado. Hemos convertido en ceniza cuanto hemos tenido. Vivir sufriendo y mal no es suficiente para redimirse. Morir es irse sin pagar el mal infligido. Hemos de vivir largo, heridos, rotos, masacrados e indefensos hasta que la muerte y el olvido se apiaden de nosotros. Morir es fácil, lo difícil es vivir con la culpa.
¡Hazme sufrir, hiéreme, clava con furor tus ojos en mi cuerpo, tus dientes en mis senos y crúzame la cara. Necesito la violencia, el dolor y la sangre. Lloro, grito de rabia, estoy sobre tu tumba, solos tu y yo, y vengo a rendir cuentas y a pedirte una explicación, respuestas, porque quiero entender la barbarie!
Sí, estoy sobre tu tumba. Te estarás revolviendo entre los huesos de esta fosa común. Tú, tan prepotente, tan arrogante, tan soberbio en una fosa común sin distinción alguna. He venido, como te acabo de confesar, casi sin saber por dónde ni cómo, pero sí el porqué. He venido con la firme convicción de pasar la tarde junto a tu sepultura para vivir una catarsis, una confesión, descubrir lo oculto, limpiar mi alma, algo que me permita agilizar el peso que llevo encima para seguir viviendo.
¿Quién te iba a decir que ibas a morir antes que yo, que ibas a ser el primero en caer de aquel cuarteto imposible que formamos tú, el indomable Pepe Pancho Villa, el siniestro Mariano Pelayo Navarro, el mafias de mi marido y yo? ¡Qué ironía! Yo sigo viva, he vuelto a Jaén, es por poco tiempo, no temas. Mi marido es policía nacional y Pelayo, ¡ay, Pelayo! Sus toros cuando hacen la trashumancia casi pastan jaramagos de tu tumba.
Ha pasado mucho tiempo. Veinte años desde que acabó la Guerra Civil. Todo el tiempo que he necesitado para armarme de valor y llegar hasta este cementerio en esta fría tarde de octubre de 1959. He pasado cerca infinidad de veces, pero hasta esta tarde no he reunido fuerzas para mirar con firmeza el pasado. Preferí ignorarlo. Borrar de la memoria los sonidos del miedo y la amenaza. Dicen que la buena memoria es aquella que olvida pronto, que es frágil. Yo casi no tengo memoria, pero esta tarde, por una vez, quiero recobrarla.
Me he apeado del tren en Linares, casi me he obligado a saltar al andén. Voy a Granada a resolver un asunto de Luis. A pedir un favor y a hacer otro, porque a Luis le han separado temporalmente del servicio y le han bajado en el escalafón del Cuerpo General de Policía. Está en Bilbao. Su destino será breve como viene sucediendo. Ha estado destinado mucho tiempo en la Brigada de Investigación Criminal. Es un policía macarra, jugador, borrachín y putero. Bien que aprendió de aquellos tiempos que ahora traen estos lodos. Los mismos lodos cenagosos en los que vivimos desde entonces.
He tomado el autobús, la «Travimeta», curioso nombre para la alsina que sale de Linares. Por cierto, en Linares también estuvo destinado Luis. Tendré que volver en el último autobús si quiero llegar esta noche a Granada. Da igual. No tengo prisa. Vengo decidida a dedicarte un tiempo, a mantener una conversación larga y pausada. Ahora que no puedes replicarme voy a aprovechar para gritarte, herirte, insultarte, culparte de todo y confesarte que fui yo quien te denunció. Al menos, creo que fui la primera. Te lo tenías merecido.
Ahora sé que no supimos entenderte, que solo vimos la sangre que chorreaba ya por los dedos de tus manos cuando nos conocimos, tu carácter absolutamente explosivo, tanto como las bombas que te gustaba detonar y los tiros en la nuca que descerrajabas a la primera de cambio. No supimos pararte, serenarte, ponerte algún límite. Ayudarte. Eras un enfermo. Yo tampoco supe parar a tiempo. Así nos fue. Así nos va.
Capítulo 2
Esta hermosa mujer que acaba de llegar al cementerio de San Eufrasio de Jaén y que parece hablar sola, es Elena, Alicia o Elisa Herrera Vaquero, tiene cincuenta y dos años y nació en Villar de Corneja, Ávila. Ha sido artista de variedades, esposa, madre, amante de dos hombres a la vez y agente doble del Servicio de Inteligencia Militar y del Servicio de Inteligencia Especial Periférico, de los chuscos y a veces bien entrenados servicios secretos de España durante la Guerra Civil. Y lo sigue siendo. Su campo de acción, Andalucía y, especialmente, Jaén y Granada. También Sevilla y Madrid. Pero hay otros lugares en los que ha sembrado su veneno y lo sigue haciendo. El norte de África, en Marruecos, por ejemplo. Allí vive ahora a caballo entre la capital de España y el Protectorado.
Se considera y la consideran más que nada una puta de lujo, eso sí, de un atractivo que desarma y guapa hasta decir basta. De pequeña estatura —dueñas, pequeñas, que propuso el arcipreste de Hita— y belleza impactante, tiene ángel, estilo, encanto y elegancia naturales, y ha sabido aprovecharse de ello. Todavía lo hace. Pero su altanería y arrogancia vacuas la pierden.
Está acostumbrada a gustar, a que se enamoren de ella desde muy joven. Y lo confiesa sin reparos a la menor oportunidad. Aun así, la pasión que despierta en los hombres siempre le ha extrañado porque tiene un carácter abominable y, aunque su autoestima es muy alta, en el fondo de su orgullo, encuentra sus limitaciones. La Bella Otero, Imperio Argentina y Raquel Meller son sus modelos artísticos y se anima a creer en sus posibilidades cuando comprueba que ella produce el mismo efecto que esas artistas de las fotos, aunque ella, Elena Herrera, es de carne y hueso.
Esta mujer que está detenida como una estatua ante la fosa común 702 emigró de niña con su familia a Madrid y, en la capital, ha pasado la mayor parte de su vida en el barrio de Carabanchel. Desde pequeña tiene una imaginación desbordante y muchos pájaros en la cabeza. Ahora mismo, abril de 1921, está a punto de cumplir los dieciséis años, un cuerpo de diseño, los pies rápidos y los deseos indomables. Al poco tiempo comprende que, guapa o fea, lo que quiere, por este orden, es una vida mucho mejor, de lujo a ser posible, un buen marido, una familia y fiestas y bailes hasta la extenuación.
Las miradas de los hombres orientan su destino. Esos ojos, esos gestos masculinos que crecen a su paso apasionados, lascivos o admirados, la convierten en «artista» y a su grupo de amigas en invisibles.
En sus años de máximo esplendor artístico dicen de ella que «ni canta, ni baila, ni hace ná de ná , pero es asomar al escenario y le llueven los duros». Y a partir de ahí, todos quedan embelesados, en éxtasis con su arte que se reduce a paseos sinuosos y descarados por el escenario y a algunos taconeos y pasos de baile indefinibles. Aun así, despliega una desbordante sensualidad que se le escapa por todos los poros de su piel. Y que ella sabe explotar.
—Nací así, no tengo mérito alguno —dice con falsa modestia—. Todo lo ha hecho la naturaleza.
Condenada a una vida gris por su origen y en una época en la que la mujer no cuenta, llega a conquistar un pequeño lugar en la historia contemporánea española, un hueco oscuro y profundo como una sima. Como su propia vida.
***
Elena se ha convertido de pronto en una jovencita, en realidad, es una adolescente zangandunga, con un físico espectacular y madurez asombrosa. Se ha puesto en contacto con una agencia de artistas del centro de Madrid y la foto que envía encandila al propietario. Quedan citados en la exigua oficina del empresario en la calle Jacometrezo, esquina a la Gran Vía. Va con su madre, que no acaba de aprobar los deseos de la joven. Pero no quiere dejarla sola cuando midan sus posibilidades como aspirante a estrella de variedades. También quiere asegurarse que estará bien en el umbral de ese nuevo mundo que quiere explorar su hija.
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