Feminismos
Consejo asesor:
Paloma Alcalá: Profesora de enseñanza media
Montserrat Cabré: Universidad de Cantabria
Cecilia Castaño: Universidad Complutense de Madrid
Giulia Colaizzi: Universitat de València
M.ª Ángeles Durán: CSIC
Isabel Martínez Benlloch: Universitat de València
Mary Nash: Universidad Central de Barcelona
Verena Stolcke: Universidad Autónoma de Barcelona
Amelia Valcárcel: UNED
Instituto de la Mujer
Dirección y coordinación: Isabel Morant Deusa: Universitat de València
Introducción
¿Víctimas o protagonistas ético-políticas?
Según el mito griego, el rey Minos de Creta, tras vencer a la ciudad de Atenas en una guerra, le impuso la obligación de entregar periódicamente catorce jóvenes de ambos sexos para alimentar al Minotauro, hijo monstruoso de los amores de su esposa con un toro. Las víctimas encontraban la muerte en un laberinto donde el rey había encerrado a ese extraño y salvaje ser. Después de años de acatamiento ateniense, el joven Teseo decidió arriesgarse para liberar a sus compatriotas de tan horrible tributo. Se ofreció voluntario para integrar el grupo de jóvenes elegidos para el sacrificio. Cuando llegó a Creta, Ariadna, hija del rey, quedó impresionada por su valentía y, sin que nadie lo advirtiera, le entregó un ovillo para que pudiera guiarse con el hilo en el laberinto, matar al Minotauro y retornar victorioso. De esta manera, la criatura híbrida, mitad toro, mitad hombre, fue vencida. Teseo obtuvo el triunfo gracias a la secreta colaboración de Ariadna.
Los mitos antiguos han sido interpretados una y otra vez a la luz de cada época histórica. Quizás sea un buen momento para reinterpretar este: ¿podemos imaginar una nueva Ariadna que descubre que el monstruo encerrado no es un ser abominable y lo libera con su hilo? La nueva Ariadna ya no se queda esperando que actúe el héroe. No se limita a colaborar discretamente en un segundo plano. Ella también es protagonista del cambio. Entra en el laberinto del mundo junto con Teseo para transformar la cultura en los tiempos del cambio climático.
La nueva Ariadna es hija del feminismo y de la ecología. Descubre en las criaturas no humanas un parentesco que ha sido negado, contra toda evidencia, durante siglos. La Naturaleza no le produce pavor, sino simpatía. Ya no admira al que mata al «Otro». Quiere liberar al «monstruo». Está decidida a transformar la cultura y alcanzar la justicia social, ambiental y ecológica.
Feminismo y ecologismo son indispensables para el siglo XXI. Este libro es el resultado de mi reflexión de los últimos años sobre sus puntos de contacto. El desarrollo de un diálogo entre ambos es todavía una asignatura pendiente en los países de cultura latina. Aunque el feminismo tiene una historia mucho más larga, se le suele incluir junto con el ecologismo en la categoría de nuevos movimientos sociales, entendiendo por tales los que no solo demandan un reparto de recursos justo, sino que plantean, además, otra forma de medir la calidad de vida.
Tanto el feminismo como el ecologismo nos permiten desarrollar una mirada distinta sobre la realidad cotidiana, revalorizando aspectos, prácticas y sujetos que habían sido designados como diferentes e inferiores. En esta nueva visión, la toma de conciencia sobre la infravaloración de las prácticas del cuidado, así como la crítica a los estereotipos patriarcales, que han sido generadas por la teoría y la praxis feministas, pueden constituir una aportación de enorme valor para el ecologismo. Al compartir e intercambiar su potencia conceptual y política, feminismo y ecología consiguen iluminar mejor ciertos aspectos de los problemas que cada uno afronta y, de esa manera, ganar en profundidad y eficacia. El feminismo es un movimiento formado por mujeres. ¿Y el ecologismo? El activismo de base del movimiento ecologista mundial es mayoritariamente femenino.
Crisis ecológica, economía y estilos de vida están profundamente ligados. Sobre el papel, la agenda política ha incorporado la preocupación por el cambio climático y la protección del medio ambiente. Desde el informe Brundtland de la Comisión Mundial de Medio Ambiente y Desarrollo de Naciones Unidas de 1987, se habla de «desarrollo sostenible» para aludir a un modelo de equilibrio entre crecimiento, innovación tecnológica, imperativo ecológico, creación de empleo y protección social. Pero la realidad de las decisiones políticas tomadas queda muy lejos de tales ideales. La irracionalidad del complejo económico-tecnocientífico se hace patente en desastres anunciados como el del derrame de petróleo del golfo de México en 2010 debido a perforaciones en el lecho marino (offshore), método conocido por su alto riesgo, o en la incapacidad de poner freno al envenenamiento del campo y de los alimentos con agrotóxicos en todo el mundo.
El fracaso de la cumbre de Copenhague sobre cambio climático y los insuficientes acuerdos de Cancún han sido una triste muestra del triunfo de los intereses económicos particulares a corto plazo sobre la pervivencia de las condiciones de vida del conjunto de los habitantes humanos y no humanos de este planeta. La falta de información y la duda sembrada deliberadamente por los lobbies del petróleo impiden una acción más decidida de la ciudadanía para que los gobiernos tomen las medidas urgentes que serían necesarias. Todavía hay quien cree que las anormalmente bajas temperaturas que se han registrado en alguna primavera reciente son una prueba de que no se está produciendo el calentamiento global, sin comprender que este genera fenómenos extremos, alteraciones cada vez más frecuentes que pueden ser de frío en estaciones cálidas, precipitaciones torrenciales después de largas sequías y un largo etcétera. Sin embargo, actualmente, estamos asistiendo a la desaparición del discurso negacionista que va siendo reemplazado por el de «la adaptación». Los mismos que negaban que hubiera un cambio climático ahora afirman que es necesario adaptarse a él y se proponen hacer negocio vendiendo a los países pobres los medios tecnológicos para paliar los desastres que se avecinan. A este panorama poco alentador, hay que agregar la colonización del mundo por las transnacionales biotecnológicas, un fenómeno creciente y silencioso cuyo peligro poca gente aún percibe.
El documental del demócrata norteamericano Al Gore, Una verdad incómoda (An Inconvenient Truth, 2006), marca un hito en el reconocimiento internacional de la crisis ecológica y en el afianzamiento y popularización de la propuesta de un capitalismo verde. Desde esta perspectiva, el cuidado del medio ambiente es presentado como promesa y proyecto de mayores ganancias económicas, como fuente de enriquecimiento más moderna y menos destructiva. Con vigor e inteligencia, Al Gore denuncia las maniobras negacionistas de los anticuados lobbies del petróleo. Pero su propuesta parece culminar fundamentalmente en consejos para cambiar lo que ya se tiene por productos más eficientes energéticamente. Más problemática aún es su apuesta entusiasta por el cultivo de biocombustibles, entusiasmo que pertinentemente rebaja en su libro Nuestra elección (Our Choice, A Plan to Solve the Climate Crisis, 2009), al reconocer que se ha demostrado que su proceso de producción contamina tanto como lo que pretenden sustituir.
Actualmente se habla de Green New Deal. Se alude así a una renovación del sistema socioeconómico similar a la que en los años treinta del siglo XX, tras la Gran Depresión, realizó Roosevelt, dando paso al Estado del Bienestar en Estados Unidos. Pero no hay unanimidad en cuanto a la magnitud de los cambios que implicaría este pacto. El debate sobre el modelo económico reaparece en torno a los límites del ecosistema. ¿Es compatible la necesidad de crecimiento continuo del capitalismo con un ecosistema Tierra limitado? ¿Hasta dónde podemos crecer y seguir contaminando? ¿Es ecológica y socialmente viable el capitalismo con rostro humano? El decrecimiento aparece como la otra gran propuesta paralela de cambio social y económico. La agroecología, con sus técnicas no contaminantes del suelo ni destructoras de la biodiversidad, y las redes del comercio justo son opciones ecológicas y sociales reales. Desde esta perspectiva, el