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Javier Sierra - La Cena Secreta

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Javier Sierra La Cena Secreta

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NOTAS

[1] Quienes participaron de esos secretos antes que Cosme el Viejo fueron los constructores de catedrales góticas, que recibieron su información de Oriente mucho antes de que ésta fuera exportada a Florencia. En una novela anterior, Las puertas templarías (Martínez Roca, 2000), explico cómo se produjo aquel trasvase de sabiduría ancestral..

[2] En 1208, el papa Inocencio III ordenó la erradicación de la herejía catara, creando una fuerza militar para exterminar a los heterodoxos del Languedoc francés. Aunque se acepta que en 1244 se había extinguido ya a los últimos herejes en el sitio de Montségur, muchos historiadores advierten que familias enteras de «hombres buenos» se refugiaron en la Lombardía cerca de la actual Milán, donde permanecieron durante mucho tiempo a salvo de la persecución de Roma y perseverando en su fe original..

[3] Del latín: «Cuéntale los ojos, pero no le mires a la cara. / La cifra de mi nombre / hallarás en su costado. / Contemplar y dar a los otros / el resultado de nuestra contemplación. / Verdad»..

[4] Centros de formación dominicos en los que se cursaban estudios de teología, o los célebres Trivium (gramática, retórica y dialéctica) y Quadrivium (aritmética, geometría, astronomía y música)..

[5] Zacarías 4, 10. Apocalipsis 5, 6..

[6] Término coloquial por el que se conoce en Milán a La Última Cena..

[7] En 1582, en tiempos del papa Gregorio XIII, el calendario juliano sufrió un severo ajuste que dio paso al actual calendario gregoriano..

[8] Pequeños cuadernos de notas..

[9] Existe constancia histórica de esta práctica de Leonardo. Una carta de fray Vicenzo Bandello a Ludovico el Moro escrita en la Semana Santa de 1496 dice: «Mi señor, han pasado ya más de doce meses desde que me enviasteis al maestro Leonardo para realizar este encargo y en todo este tiempo no ha hecho ni una sola marca sobre nuestra pared. Y en este tiempo, mi señor, las bodegas del priorato han sufrido una gran merma y ahora están secas casi por completo, pues el maestro Leonardo insiste en que se prueben todos los vinos hasta dar con el adecuado para su obra maestra; y no aceptará ningún otro, durante todo este tiempo, mis frailes pasan hambre, pues el maestro Leonardo dispone a su antojo de nuestras cocinas día y noche, confeccionando las que él afirma ser comidas de las que precisa para su mesa; pero nunca se da por satisfecho; y luego, dos veces al día, hace sentarse a sus discípulos y sirvientes para comer de todas ellas. Mi señor, os ruego que deis prisa al maestro Leonardo para que ejecute su obra, porque su presencia y también la de su cuadrilla amenaza con dejarnos en la miseria»..

[10] «Majestad». Era el nombre original que recibió la composición de Leonardo La Virgen de las Rocas..

[11] Todas las medidas del texto del padre Leyre han sido traducidas al sistema métrico decimal para facilitar su lectura..

[12] En realidad, esta obra no fue impresa hasta 1542, cuando el parisino Claudio Celestino se decidió a llevarla a letras de molde. Con anterioridad circuló en ámbitos muy restringidos, siempre en forma manuscrita. Una copia se guardó en la biblioteca de Santa Maria delle Grazie..

[13] Luini se refiere a la célebre «conjura de los Pazzi» que trató de acabar con la vida de Lorenzo el Magnífico en la catedral de Florencia. Lorenzo logró escapar, pero no así su hermano Giuliano, al que asestaron veintisiete puñaladas. La represión posterior de este crimen fue una de las más intensas del siglo XV..

[14] Se trata de la tabla conocida por los críticos como La belle Ferroniere, actualmente en el Louvre..

[15] «Espada y maestro de la fe por haber quemado a los cátaros como se merecían.».

[16] Javier Sierra lleva años investigando esta peculiar conexión entre las resurrecciones de Jesús y de Osiris. Parte de sus hallazgos fueron expuestos en su anterior novela El secreto egipcio de Napoleón..

[17] Hoy es célebre en todo el mundo el panettone, que algunos creen fue inventado por Leonardo da Vinci en las fechas referidas..

[18] El estudio más reciente y profundo sobre la correspondencia entre los signos del zodiaco y las figuras de los doce apóstoles es obra de Nicola Sementovsky-Kurilo. Él asegura que los discípulos del Cenacolo están distribuidos en cuatro grupos de a tres, para representar los cuatro elementos de la Naturaleza, e incluso asigna a cada uno de ellos un signo zodiacal específico. Así, a Simón —que está en el extremo derecho de la mesa— le corresponde el primer signo zodiacal, Aries. A Tadeo, Tauro. A Mateo, Géminis. El signo de Cáncer es para Felipe. Leo para Santiago el Mayor. Virgo para Tomás. Y la balanza de Libra para Juan, lo que según Sementovsky tiene una lectura simbólica importante, al considerar al joven Juan como el elemento equilibrador de la futura Iglesia. El resto de signos son Escorpio para Judas, Sagitario para Pedro, Capricornio para Andrés, Acuario para Santiago el Menor y Piscis para Bartolomé..

[19] La numerología de ese nombre se obtiene al sumar entre sí los valores numéricos de las letras del alfabeto latino con las que está compuesto. Debe tenerse en cuenta la peculiaridad de que el alfabeto latino carece de ciertas letras como J, U, W o Z, por lo que la tabla de correspondencia queda como sigue:

A=1 B=2 C=3 D=4 E=5 F=6 G=7 H=8 I=9 K=10 L=11 M=12 N=13 O=14 P=15 Q=16 R=17 S=18 T=19 V=20 X=21

De esta forma, Benedetto suma 86, cifra que a su vez se reduce sumando sus números entre sí: 8 + 6 = 14. Y a su vez 1+4 = 5. Por si esto fuera poco, existe otro 14 (otro 5, por tanto) en el naipe de la Papisa. Está en las 14 vueltas que suman los cuatro nudos que luce en su ceñidor. Un número atípico, pues en estos casos lo lógico hubiera sido 13, en justa correspondencia con las trece heridas que según la tradición recibió el Salvador en la cruz..

Capítulo 1

Exordium.

En la Edad Media y el Renacimiento, Europa aún conservaba intacta su capacidad para entender símbolos e iconos ancestrales. Sus gentes sabían cuándo y cómo interpretar un capitel, un rasgo en un cuadro o una señal en el camino, pese a que sólo una minoría de ellos había aprendido a leer y escribir.

Con la llegada del racionalismo, aquella capacidad de interpretación se perdió, y con ella buena parte de la riqueza que nos legaron nuestros antepasados.

Este libro recoge muchos de esos símbolos tal y como fueron concebidos. Pero también intenta devolvernos nuestra capacidad para comprenderlos y beneficiarnos de su infinito saber.

No recuerdo acertijo más enrevesado y peligroso que el que me tocó resolver aquel Año Nuevo de 1497, mientras los Estados pontificios observaban cómo el ducado de Ludovico el Moro se estremecía de dolor.

El mundo era entonces un lugar hostil, cambiante, un infierno de arenas movedizas en el que quince siglos de cultura y fe amenazaban con derrumbarse bajo la avalancha de nuevas ideas importadas de Oriente.

De la noche a la mañana, la Grecia de Platón, el Egipto de Cleopatra o las extravagancias de la China explorada por Marco Polo merecían más aplausos que nuestra propia historia bíblica.

Aquéllos fueron días convulsos para la cristiandad. Teníamos un Papa demoníaco —un diablo español coronado bajo el nombre de Alejandro VI que había comprado con descaro su tiara en el último cónclave—, unos príncipes subyugados por la belleza de lo pagano y una marea de turcos armados hasta los dientes a la espera de una buena oportunidad para invadir el Mediterráneo occidental y convertirnos a todos al islam.

Bien podía decirse que jamás nuestra fe había estado tan indefensa en sus casi mil quinientos años de historia.

Y allí se encontraba este siervo de Dios que os escribe. Apurando un siglo de cambios, una época en la que el mundo ensanchaba a diario sus fronteras y nos exigía un esfuerzo de adaptación sin precedentes. Era como si cada día que pasaba, la Tierra se hiciera más y más grande, forzándonos a una actualización permanente de nuestros conocimientos geográficos. Los clérigos ya intuíamos que no íbamos a dar abasto para predicar a un mundo poblado por millones de almas que jamás habían oído hablar de Cristo, y los más escépticos vaticinábamos un periodo de caos inminente, que traería la llegada a Europa de una nueva horda de paganos.

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