Arnauld de Saint Jacques - La sabiduría de los Templarios
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- Libro:La sabiduría de los Templarios
- Autor:
- Editor:ePubLibre
- Genre:
- Año:2000
- Índice:3 / 5
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La sabiduría de los Templarios: resumen, descripción y anotación
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La sabiduría de los Templarios — leer online gratis el libro completo
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El 18 de Marzo de 1314 la conspiración planeada por el rey de Francia Felipe el Hermoso y el Papa Clemente V alcanzaba su cénit con la muerte en la hoguera frente a la catedral de Nôtre Dame de París del 22.º Gran Maestre de la Orden del Temple, Jacques de Molay. Con el apresamiento, martirio y muerte de los Templarios, así como la incautación ilegítima de sus bienes, creyeron sus verdugos haber alcanzado sus objetivos. Sin embargo, ambos morirían el mismo año dando puntual cumplimiento al emplazamiento ante el tribunal de Dios que les hizo Jacques de Molay desde la hoguera poco antes de morir. Con la extinción de la orden del Temple despareció una organización singular muy adelantada sin duda a los tiempos que le tocó vivir. Desaparecieron sus estructuras materiales, aunque a pesar del tiempo transcurrido y del afán por borrar sus huellas, han llegado hasta nosotros los restos de sus asombrosas construcciones, así como la herencia en el pueblo que aún se refleja en múltiples aspectos de su existencia cotidiana. Por ello puede afirmarse con rotundidad que los enemigos del Temple trataron de exterminar su cuerpo material sin imaginar que más allá de su corteza el Temple es y representa sobre todo una Idea, con plurales manifestaciones, que ha sobrevivido insólitamente casi 700 años al expolio de la Orden.
Arnauld de Saint Jacques
Encuentros, visiones y conocimiento
ePub r1.2
Titivillus 29.08.17
Título original: Los Templarios (Encuentros, visiones y conocimiento)
Arnauld de Saint Jacques, 2000
Retoque de cubierta: Titivillus
Editor digital: Titivillus
ePub base r1.2
PRÓLOGO
SALIR EN BUSCA DEL CONOCIMIENTO
E L TEMPLO, a imagen y semejanza del Universo, según la Ley, estaba hecho con número y medida. También la Orden y quienes se encuentran en el camino del conocimiento, obedecen la misma Ley.
Un hombre maduro, de barba y pelo negro, se adentró en la calle mayor de un pequeño pueblo castellano, situado en las proximidades del antiguo castillo y ciudad templarios de Ponferrada. Su intención era pasar la noche y detenerse al día siguiente en dicha ciudad.
Su capote pardo y su enorme bastón, rematado por una calabaza y varias conchas, llamaron la atención de un grupo de chiquillos que salían de la escuela. Se le acercaron. El hombre preguntó:
—¿Conocéis algún sitio donde pasar la noche en este pueblo?
Uno de los más pequeños se le quedó mirando de hito en hito y le respondió:
—Aquí no hay posada, pero si me acompañáis mis padres os darán de cenar y os dejarán dormir en el portal.
El niño se llamaba Andrés del Valle, aparentaba unos siete años, pero en realidad tenía doce. Su casa estaba al extremo de la calle mayor. Mientras llegaban, Cyrille de Saint Aubert se fijó de nuevo en el chico y le preguntó:
—¿Te gustaría venir conmigo?
Andrés hizo como si lo pensara. Luego respondió sin titubeos.
—Hombre, me gustaría. Pero debo preguntárselo a mi madre.
La madre de Andrés recibió amablemente al peregrino en casa, hizo que se despojara de su capote y su bastón y le pasó a la cocina. El hombre dejó ver una gran túnica marrón con una cruz blanca en el pecho. Se sentó a la mesa y como si contestara a una pregunta que la mujer no se atrevía a hacerle, dijo:
Estoy en su país de camino. Hace ya dos meses inicié al otro lado de los Pirineos, en el Monasterio de Cluny con exactitud, el viejo recorrido iniciático del Camino de Santiago. Hoy, ya de regreso, he querido detenerme en el enclave del Castillo templario de Ponferrada, un lugar que cumplió una misión cultural gigantesca en los albores del Renacimiento.
—¿Cómo se le ocurrió a Vd venir a Santiago de Compostela? Yo hubiera preferido ir de peregrinación a Tierra Santa o Roma…
—Señora, conozco Roma y he vivido en ella por motivos de trabajo; hubiera podido hacer el camino hacia el Este, hacia la Jerusalén del pasado, sin embargo había adquirido el compromiso de esta peregrinación hacia el poniente atraído por la misma luz que movió a todos los peregrinos a partir del siglo XI. Hoy, por fin he podido dar por cumplida mi promesa.
Andrés del Valle intervino:
—¿Entonces, es Vd un peregrino?
—Si, puede decirse que soy un peregrino.
—A nosotros el maestro nos ha dicho, al explicarnos la Historia, que ya no existen peregrinos…
—Tiene también razón tu maestro; hoy ya no quedan peregrinos. Sólo alguno se aventura en solitario, como yo…
Al llegar el padre de familia Don Juan del Valle, bendijo la mesa y compartió la cena con todos. Luego, el primogénito de los cuatro hijos, precisamente Andrés, acompañó a Cyrille de Saint Aubert hasta una estancia contigua a los establos para que pasara la noche.
A la mañana siguiente, recién salido el sol, tomó un tazón de leche de oveja, pan y queso, agradeció la hospitalidad a la familia «Valle» y se despidió poniendo su mano derecha sobre la cabeza de Andrés:
—Eres todavía pequeño para acompañarme. Tal vez dentro de unos años será posible. Que Dios te bendiga y bendiga a todos los habitantes de esta casa.
Luego partió calle abajo, siguiendo la dirección de los rayos del sol que asomaban por encima de los tejados. Corría el año de gracia 1952.
Le llamaron al anochecer del día 9 de junio de 1966. Trece días más tarde tenía que reunirse con quienes habían sido llamados para levantar las columnas del Temple. Colgó el teléfono y recitó mentalmente: «Non nobis…».
Todos cuantos han iniciado el largo y tortuoso camino del conocimiento saben que un día u otro «alguien» les llamará por su nombre y les dirá: «ven». Ese día quien está preparado se pone en camino lo deja todo sin preguntar nada. Él había esperado la señal durante años, sin saber si se produciría, de qué forma, o si tal vez jamás sería llamado por su nombre verdadero. A otros les había sucedido…
Él siempre había sido un soldado, había afrontado la vida como un soldado y ahora, más que nunca, su raíz militar encontraba su tronco. Lo mismo que al iniciar tantas campañas de guerra en las que había participado, ahora le habían señalado el día D y la hora H. Todo era igual, por más que estuviera retirado a petición propia del servicio activo en el ejército.
Comprendió que estaba ante el reto militar más importante de su carrera. Las experiencias vividas a lo largo de su vida habían acrisolado sus dotes de estratega. Ahora, alcanzada la madurez, concluía una etapa dura, dolorosa y en ocasiones traumática, que le había garantizado, tal vez por ello, la permanencia en el camino correcto. Se cerraban así nueve años de preparación y oscuridad.
Él tenía perfectamente claro que en la Orden del Temple todo se ajustaba armónicamente a ciclos matemáticos inscritos en la economía cósmica y que el alumbramiento del conocer, así como el alumbramiento de la vida, estaba regido por el ciclo nueve.
Después de nueve años, tenía por delante una nueva etapa que debía recorrer sin equivocarse en trece días exactos.
Sus parientes y conocidos, el día que abandonó su brillante carrera militar, le llamaron loco. Pero en su interior bendecía el día en que cambió París por su granja en el Sur de Bretaña.
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