Benjamin Franklin - Autobiografía y otros escritos

Luis López Guerra

En los momentos en que se forja la nueva nación norteamericana, a finales del siglo XVIII , Benjamin Franklin aparece como la figura más representativa de las tendencias dominantes en el pensamiento de la época. En su obra se unen, por una parte, la tradición cultural de origen calvinista que había inspirado la fundación y el desarrollo de las colonias de Norteamérica; por otra, el espíritu de la Ilustración y la conciencia del cambio social y económico que se estaba produciendo en los albores de la industrialización. Por ello, sus obras, aun sin ser estrictamente de tipo teórico, ejercieron una inmensa influencia no sólo en Estados Unidos, sino en toda Europa, presentándose como el epítome de la burguesía liberal.

En la presente obra se recogen traducciones de sus principales escritos: la famosa Autobiografía (que va más allá de la mera narración para convertirse, conscientemente, en la propuesta de un modelo de vida), así como ensayos, cartas, diarios, etc., que muestran facetas del pensamiento frankliniano en sus aspectos teológico, moral, económico y científico.

Benjamin Franklin

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Daruma15.09.13

Título original: Mémoires de la vie privée de Benjamin Franklin

Benjamin Franklin, 1791

Traducción: Luis López Guerra

Diseño de portada: Daruma

Editor digital: Daruma

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La tensión planteada entre la (consciente o inconsciente) carga calvinista en el pensamiento de Franklin y su incontenible tendencia «ilustrada» se manifiesta también en el campo de sus preferencias políticas. Franklin participó activamente en la vida pública de su época, primeramente en el marco de la propietary colony de Pennsylvania, y posteriormente en ámbitos de más amplia proyección. Probablemente fue el primero en proponer una unión de las colonias, rompiendo los límites y desconfianzas impuestos por la diversidad de orígenes, credos y constituciones existentes entre ellas. Actuó también, dentro de esta misma línea, como virtual representante de las colonias ante la corte de Londres, firmó la Declaración de Independencia y participó en los debates de la Convención constitucional que dio origen a la Constitución norteamericana aún vigente.

En esta vida pública, Franklin, desde el primer momento, se situó indudablemente en el sector «ilustrado», y, como consecuencia, todo a lo largo del siglo posterior, Franklin se vio asociado a las ideas de liberalismo y democracia que se vinculaban a la Federación norteamericana. Desde luego, la trayectoria progresista de Franklin es evidente desde los primeros momentos: prueba de ello son las dificultades que desde muy joven tuvo con las autoridades de Boston a cuenta del New England Courier . Y a lo largo de su vida y obra se repiten continuamente los temas básicos del liberalismo, comenzando por su acusado individualismo. Deísmo e individualismo forman un todo coherente en su obra, traduciéndose en un rechazo hacia estructuras intermedias que aspirasen a conseguir una lealtad y vinculación del individuo cara a fines supuestamente trascendentes. El principio del self love , por el contrario, aparece inspirando todo el pensamiento frankliniano: en último término, la utilidad se convertiría en principio moral decisivo.

Esta posición individualista como punto de partida lleva al rechazo de toda justificación que no sea la basada en el contrato o acuerdo interindividual libremente acordado. La legitimidad tradicional se ve así negada a priori . Legítimo es aquello que los individuos han determinado libremente como útil y acordado como tal. Buena prueba de esta actitud es la posición adoptada por Franklin en la Asamblea de Filadelfia (posición ampliamente recogida en la Autobiografía ) con respecto a los derechos del «propietario» de la colonia. Como es sabido, el régimen jurídico público de los establecimientos británicos en Norteamérica variaba considerablemente de unos a otros: podían ser colonias reales (como Virginia), colonias con gobierno autónomo (Connecticcut) o «proprietary colonies», es decir, colonias atribuidas por concesión real a un promotor o propietario que asumía poderes cuasi-soberanos. Tal era el caso de Maryland (cuyo propietario inicial fue Lord Baltimore), Georgia (cedida a James Oglethorpe) o Pennsylvania (cedida a William Penn y sus descendientes). La evolución de estas proprietary colonies tras su fundación llevó en general a un fortalecimiento de los órganos representativos, que expresaban la voluntad de los ciudadanos, y a su progresivo enfrentamiento con los derechos del «propietario», que en un principio representaba la autoridad tradicional y que era quien designaba al titular del poder ejecutivo: el gobernador colonial. Se trataba (más claramente aún que en el caso del enfrentamiento producido entre las Colonias y el Parlamento de Londres) de una contraposición entre lo nuevo y lo tradicional, entre el principio contractual-representativo y el principio patrimonial-tradicional. Franklin se situó sin vacilación al lado del primero. Situación que se repite al producirse el enfrentamiento entre las colonias y la metrópoli, convirtiéndose Franklin, al llegarse al enfrentamiento definitivo, en defensor a ultranza de la independencia. Y aún más: pues en el transcurso de los debates que dieron lugar al nacimiento de la Constitución norteamericana, Franklin se situó en la postura democrática radical, en favor del monocameralismo y frente a las propuestas bicamerales como «técnica de enfriamiento» y, por lo tanto, como técnica de protección del statu quo , defendidas por Washington y que finalmente prevalecerían.

Sin embargo, y a pesar de su clara trayectoria liberal, late en el fondo de la obra de Franklin la herencia de la tradición calvinista, como sigue latiendo aún en la teoría y la práctica política norteamericana actual. De nuevo nos encontramos ante las consecuencias mediatas de la teoría de la predestinación. En el campo puramente religioso, y desde la perspectiva puritana, había que distinguir a los electi de los condenados por toda la eternidad, y tal distinción lleva forzosamente a la constitución de una élite, los Santos puritanos, a quienes naturalmente les corresponde la ejecución de los planes divinos. Políticamente, y como resultado, el calvinismo produce un curioso efecto doble. Por un lado, al acentuar la responsabilidad individual ante la Divinidad da lugar a una reafirmación de la propia independencia, a una tendencia poderosamente individual y particularista, que rechaza una sujeción religiosa de tipo clerical-institucional, ya que es Dios, no la Iglesia, quien salva voluntaria (y arbitrariamente) al individuo. Pero al mismo tiempo, esta conciencia de la justificación individual lleva al convencimiento de la propia superioridad, a la autoinclusión en la élite «natural» de los Santos, élite designada para dirigir la sociedad. De ahí la tendencia, innata en las comunidades calvinistas, a la constitución de una oligarquía política, centrada en la Iglesia puritana, y, al mismo tiempo, al surgimiento de tensiones, dentro y fuera de esa oligarquía, tensiones derivadas del nuevo papel independiente del individuo, en relación directa con la Divinidad.