El dólar estadounidense, un emblema del país y de su poder económico, también es la moneda más utilizada en el mundo para realizar transacciones financieras. Es tan popular que todos conocemos la imagen del famoso billete de 1 dólar, presidido por George Washington (1732-1799). Sin embargo, este nombre no es el único de los grandes de la historia estadounidense que aparece en los billetes: también cuentan con la presencia de los presidentes Jefferson (1743-1826), Jackson (1767-1845), Lincoln (1809-1865) y Grant (1822-1885), así como del financiero Alexander Hamilton (1755-1804) y el físico Benjamin Franklin. Este último aparece en los billetes de 100 dólares, lo que nos da una idea de la gran importancia que tuvo este hombre en la historia de su país y del símbolo que todavía hoy representa para sus compatriotas. Franklin, verdadero padre fundador de los Estados Unidos, es el arquetipo del hombre hecho a sí mismo.
Nacido en 1706 en una modesta familia de Boston, Benjamin Franklin es un perfecto autodidacta. Desempeña uno tras otro los oficios de impresor, periodista y físico, y realiza experimentos sobre los fenómenos eléctricos e inventa el pararrayos. Muy implicado en la vida política de las colonias inglesas de América, defiende sus intereses frente a los abusos de la corona británica y desempeña un papel clave durante la Revolución estadounidense, participando en la redacción de la Declaración de Independencia de los Estados Unidos y estableciendo una alianza con Francia. Además, es el único signatario de las tres actas fundacionales de su país y, gracias a su ardua labor, ha legado al mundo un modelo de libertad, de justicia y de igualdad.
Contexto
Las Trece Colonias británicas de Norteamérica
La colonización de Norteamérica por parte de Inglaterra empieza en el siglo XVII, bajo el reinado de Jaime I (1566-1625). Entre 1607 y 1732, los británicos fundan progresivamente trece colonias en ese territorio: Virginia, Massachusetts, Nuevo Hampshire, Maryland, Connecticut, Rhode Island, Delaware, Carolina del Norte y del Sur, Nueva Jersey, Nueva York, Pensilvania y Georgia. Estos territorios están situados en la costa este de Norteamérica, entre el Atlántico y la cordillera de los Apalaches, en una estrecha franja de tierra que rápidamente se queda pequeña para los colonos: la demografía está creciendo exponencialmente debido a la inmigración europea y a una alta tasa de natalidad. Así, si las colonias cuentan con 50 000 habitantes en 1650, pasan a tener 250 000 en 1700, 1 170 000 en 1750 y 2 148 000 en 1770. Por lo tanto, se impone la necesidad de conquista de nuevas tierras en el norte y el oeste, pero los proyectos de expansión territorial de los ingleses se topan con la presencia francesa en Norteamérica. De hecho, las Trece Colonias británicas están encerradas en Nueva Francia, un vasto territorio que se extiende desde Canadá hasta Luisiana. Aunque los franceses son menores en número, controlan la frontera y representan una amenaza de invasión constante para las Trece Colonias. En este sentido, gozan del apoyo de tribus amerindias que son hostiles a los colonos ingleses y a sus ambiciones territoriales.
¿Sabías que…?
De 1689 a 1763, Europa se ve sacudida por cuatro importantes conflictos que enfrentan a Francia y a Inglaterra: la guerra de la Liga de Augsburgo (1689-1697), la guerra de Sucesión de España (1701-1714), la guerra de Sucesión de Austria (1740-1748) y la guerra de los Siete Años (1756-1763). De forma progresiva, estos conflictos europeos adoptan una dimensión mundial. Así, mientras que la guerra de la Liga de Augsburgo y la de Sucesión de España solamente transcurren en Europa y en América, las demás se extienden a las colonias de Asia (principalmente a India) y de África (Senegal). Así pues, a partir de mediados del siglo XVIII, Norteamérica se convierte en un desafío político importante.
Las Trece Colonias gozan de una amplia autonomía y presentan regímenes diferentes según si poseen una carta, si están gobernadas por propietarios o si dependen directamente de la Corona británica. Las primeras están dirigidas por sus fundadores durante un tiempo determinado, gracias a la carta que les otorga el soberano, antes de pasar a estar bajo la autoridad real. Las segundas, por su parte, están controladas por sus fundadores, que son sus dueños formales y no deberán cederlas a la Corona. A pesar de todo, están controladas en mayor o menor medida por el mismo sistema político, encabezado por un gobernador que ha sido designado por el rey o por los propietarios. El gobernador cuenta con la ayuda de un consejo formado por representantes estadounidenses, y las leyes, los gastos y los impuestos se aprueban en una asamblea representativa. Sin embargo, no existe ninguna administración común entre las colonias, exceptuando el lejano Board of Trade and Plantations (la Junta de Comercio) que supervisa los asuntos coloniales desde Londres. Así pues, la Corona británica constituye el único nexo de unión entre las Trece Colonias.
En vísperas de la Revolución estadounidense, las colonias presentan desunión en muchos aspectos. En el plano económico, el Sur es una tierra de plantaciones exportadora de tabaco, arroz e índigo, mientras que el Norte vive principalmente de la pesca, de la exportación de la madera y de la construcción de barcos. La población de las colonias también es muy variada. Mientras que la mayoría de los colonos vienen de Inglaterra, durante el siglo XVIII se instalan en América grandes comunidades alemanas e irlando-escocesas. No hay que olvidar tampoco la importante comunidad negra procedente de la esclavitud, que en 1775 representa una quinta parte de la población estadounidense. Esta diversidad étnica se acompaña de una pluralidad religiosa: durante este período el 99 % de los estadounidenses son protestantes, pero practican diversas corrientes del culto que van desde el congregacionalismo hasta el anglicanismo, pasando por el metodismo. Así pues, antes del comienzo de la revolución, el pueblo estadounidense no forma para nada una nación.
La guerra de los Siete Años
Las tensiones entre los ingleses y los franceses alcanzan su punto álgido en 1754 y se materializan en torno al control del valle del Ohio, que los colonos estadounidenses empiezan a ocupar y donde, el 28 de mayo del mismo año, George Washington —un oficial estadounidense al servicio de los británicos— ataca por sorpresa a un destacamento francés y mata a su comandante. El acontecimiento desencadena la llamada guerra franco-india (en inglés, «French and Indian War»). En Europa, este conflicto empieza en 1756 y adopta el nombre de la guerra de los Siete Años.