Franz Grillparzer
Nació en 1791 en Viena, en el seno de una familia burguesa. Hizo estudios de Filosofía, Derecho y Ciencias Políticas, y muy joven aún ingresó en la administración de Estado, desarrollando en lo sucesivo una larga y tortuosa carrera como funcionario de la corte imperial. Su juventud fue ensombrecida por la muerte temprana de su padre y los suicidios de su hermano menor y de su madre. Pronto destacó como dramaturgo, estrenando con éxito sus obras en el Burgtheater, pero la incomprensión del público frente a su comedia ¡Ay de quien mienta!, en 1838, lo decidió a apartarse de las tablas, replegándose en un creciente aislamiento en la vivienda de las hermanas Fröhlich, grandes aficionadas a la música, con una de las cuales –Katharina– mantuvo Grillparzer una larga relación, aunque nunca llegaron a casarse. Falleció en Viena en 1872, rodeado de honores.
Pese al lugar muy destacado que ocupa como uno de los dramaturgos esenciales del siglo XIX en Austria, Franz Grillparzer (1791-1872) es recordado por muchos gracias a su Autobiografía, que empezó a escribir cuando contaba algo más de sesenta años de edad y que dejó finalmente inconclusa. El recuento que en ella hace de sus pasos destila amargura y un constante sentimiento de inadecuación con la época y con la sociedad en que le tocó vivir. Y sin embargo, Grillparzer se codeó con algunas de las más grandes personalidades de su siglo –Goethe, Beethoven, Humboldt, Metternich, Heine, Dumas, Rossini–, viajó por buena parte de Europa y Oriente Próximo, fue un apasionado del teatro clásico español, despertó grandes amores y se halló en el centro de algunos de los acontecimientos capitales de su tiempo.
El presente volumen brinda por vez primera en castellano la oportunidad de acercarse a una personalidad singularísima, un autor por el que Kafka sentía una intensa atracción, diciendo de él que era un «ejemplo desdichado al que los hombres futuros deben estar agradecidos porque él sufrió por ellos». Además de su célebre Autobiografía, se recoge aquí una amplia selección de sus diarios, las notas de su viaje por Grecia y Constantinopla, y sus «Recuerdos de Beethoven». A modo de anexo se da «El pobre músico», relato que ha gozado desde su publicación de una enorme y justificada popularidad, y cuyo protagonista presenta sutiles paralelismos con el propio Grillparzer.
La traducción de este libro ha recibido una ayuda del Bundeskanzleramt de Austria
Edición al cuidado de Ignacio Echevarría
Traducción del alemán: Adan Kovacsics Meszaros
Publicado por:
Galaxia Gutenberg, S.L.
Av. Diagonal, 361, 2.º 1.ª
08037-Barcelona
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www.galaxiagutenberg.com
Edición en formato digital: abril de 2018
© de la presentación: Jordi Llovet, 2018
© de la traducción, prólogo y notas: Adan Kovacsics, 2018
© Galaxia Gutenberg, S.L., 2018
Imagen de portada: Franz Grillparzer, Moritz Michael Daffinger, 1827.
Conversión a formato digital: Maria Garcia
ISBN : 978-84-17355-41-8
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Presentación
Algunas veces, pocas, la obra de un autor da la impresión de permanecer ajena a determinaciones de orden histórico, social, económico, estético, de costumbres, etcétera. No es el caso de Franz Grillparzer (Viena, 1791-1872), poeta, dramaturgo, ensayista y, cuando pudo, funcionario de la administración pública en la capital del Imperio austríaco. Su obra, pero también su vida, fueron determinadas por tres elementos: su lealtad al Estado y a la persona del emperador, la influencia de los mitos y costumbres del periodo de la historia de Austria que se conoce como Biedermeier (1815-1848), y el peso de dos figuras gigantescas de la literatura alemana: Schiller y Goethe.
Grillparzer fue un hombre tímido, misántropo e hipocondríaco, cuya vida osciló entre los extremos de una autoestima exagerada y un desprecio de sí mismo casi patológico. Fue a veces melancólico, a veces jovial, siempre nostálgico. Apenas nada en su vida llegó a ocurrir como él hubiera deseado: ni en materia de amores (nunca llegó a casarse, aunque tuvo un amor muy perdurable: Katharina Fröhlich), ni en relación con el éxito de sus obras (algunas muy aplaudidas, otras siseadas); tampoco en su trato con las autoridades (las de la escena vienesa, las políticas, las administrativas, etcétera), ni en su posición respecto a los ya citados Goethe y Schiller: algunas veces, en las memorias que siguen, se califica a sí mismo como un dramaturgo superior a ambos, en particular mejor que Goethe, y otras veces se considera un autor menor, frustrado, que no llegaba ni siquiera a emular la grandeza de uno ni de otro.
Por razones difíciles de dilucidar, Grillparzer no fue ampliamente reconocido en su patria hasta que dejó de llevar su teatro a la escena a raíz del estreno de su primera y única comedia, en 1838. Tras su muerte se estrenaron algunos dramas que habían quedado inéditos, y Austria, siempre renuente a glorificar a sus más distinguidos hijos, al final le erigió un monumento en el Volksgarten de Viena, en 1889, con una estatua muy apreciable y seis bajorrelieves que glosan lo mejor de su producción dramática. Durante su vida, Grillparzer, siempre desdichado, quiso y odió al mismo tiempo a su ciudad natal, y en sus escritos autobiográficos –parcialmente recogidos en el presente volumen– quedó el reflejo de las contradicciones, manías, apegos y desafectos que marcaron su larga vida.
Grillparzer y el Estado
Como es sabido, la Revolución francesa y su secuela, el imperio napoleónico, supusieron una amenaza para toda Europa, sobre todo para los países de habla alemana. La Alemania todavía no unificada de los primeros setenta años del siglo XIX , y la vieja monarquía austríaca, envuelta permanentemente en conflictos y alianzas con las grandes potencias continentales de la época, en especial Rusia y Francia, fueron dos países que reaccionaron vivamente a la oleada de renovación que llegaba de Francia, tanto en el plano político como cultural.
Lejos de abrazar los ideales ilustrados, cosmopolitas y liberales de las letras francesas, los escritores alemanes del período inmediatamente posterior a la derrota de Napoleón se replegaron –en parte debido a la influencia del protestantismo– en una literatura de corte intimista unas veces, otras veces de corte folclórico y nacionalista, configurando lo que se reconoce por «romanticismo alemán», movimiento que comprende todo el ámbito de la lengua germánica y que ofrece características muy distintas a las del romanticismo que prosperó en Francia o Inglaterra.
La amenaza revolucionaria francesa había representado un desafío más grande para Austria que para Alemania, sin embargo. Esta última se hallaba lentamente en camino de su unificación y conversión en gran potencia, algo que conseguiría, después de la última guerra franco-prusiana, gracias al ascendente del Imperio prusiano y a la labor incansable de Otto von Bismarck. La monarquía austríaca, por su parte, acusaba la fragilidad a que la exponía la enorme extensión y diversidad de sus territorios, en los que múltiples razas, lenguas y religiones quedaban sujetos a la a veces muy remota autoridad vienesa. En tales circunstancias, se hacía imposible pensar en un moderno Estado-nación basado en la soberanía popular. Al contrario: para neutralizar la influencia de los ideales revolucionarios, Austria abandonó los tímidos intentos de modernización emprendidos en la estela de la Ilustración y se encastilló en sus valores tradicionales. En réplica al Primer Imperio francés, creado por Napoleón I, se reconstituyó ella misma en imperio. Ya lo había sido anteriormente, en tiempos del Sacro Imperio Romano Germánico, abolido por Napoleón y transmutado ahora (desde 1806) en Imperio austríaco, primero, y, a partir de 1867, en Imperio Austrohúngaro. El nuevo imperio delegaba en una potente y eficaz administración estatal el objetivo de sobrevivir como unidad política, algo que consiguió hasta el final de la Primera Guerra Mundial.
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