PACO IGNACIO TAIBO II. Hace poco más de diez años que Paco Ignacio Taibo II inició su batalla casi en solitario a favor de la literatura policiaca. Esa batalla ha producido ya varias obras: Días de combate (1976), Cosa fácil (1977), No habrá final feliz (1981), Algunas nubes (Leega, 1985) y Sombra de la sombra (1986).
Se trata —como dice el propio Taibo II— de «una batalla por el reconocimiento de nuestro trabajo como literatura sin apellido, sin ninguneo. Una batalla en la que se ha ido conquistando a la crítica más rejega, quien se ha tenido que doblar ante la evidencia del nacimiento de este género». Pero si la literatura policial se ha topado con una «crítica rejega» no ha sucedido lo mismo con los lectores. Agotadas las dos primeras ediciones, circulan ejemplares de los treinta mil de Días de combate. Cosa fácil se encuentra agotada desde hace años, en tanto que No habrá final feliz se encuentra también fuera de circulación después de haber vendido doce mil ejemplares. Algunas nubes llegó a su tercera edición en marzo de 86 con sólo cuatro meses en circulación. Lo mismo debe suceder con Sombra de la sombra y con la novela que tiene en las manos. Tres de sus obras han sido traducidas y publicadas en Alemania por Goldman Verlag y dos llevadas al cine por Alfredo Gurrola. Ha merecido la Mención del premio ACCESIT, Café Gijón por esta novela.
Este recuento, sin embargo, deja fuera una gran cantidad de actividades de Paco Ignacio Taibo II. Además de sus novelas policiacas tiene quince obras más, la mayor parte debida a su pluma de historiador y periodista obrero.
Paco Ignacio Taibo II, nacido en Gijón, España, en 1949, es además traductor, antologador, irremediable y experto bebedor de Coca-cola y arriesgado motociclista en las calles de la ciudad de México, donde reside desde 1958.
El poeta español Ángel González escribió:
Otro tiempo vendrá distinto a éste/ y alguien dirá/ debiste haber contado otras historias
La frase fue rigurosamente pintada durante el movimiento de 68 en la puerta de uno de los salones del primer piso de la Facultad de Ciencias Políticas.
Durante muchos años me he quedado pensando:
¿Pero había otras historias que contar?
Este libro que nunca me saldrá bien, es para mi cuatísimo Guillermo Fernández, porque seguro que su memoria es mejor, y también para Óscar Moreno, cuya memoria debe ser prestada, porque el día en que entraron los tanques a CU, aún no había nacido.
SE EXPLICA QUE CON COSAS COMO ESTAS NUNCA PUDE ESCRIBIR UNA NOVELA
En diciembre de 1968 comencé a tomar notas sobre lo que habíamos vivido. No tenía demasiada confianza en mi memoria. Me equivocaba.
No sería capaz en los siguientes 20 años de convertir las anotaciones de aquellos tres cuadernos en una novela, pero tampoco fui castigado por la amnesia. Después de 20 años, y esto se presta para poner en juego al Dumas de los tres mosqueteros o al Gardel de 20 años no es nada, lo único que funciona es la memoria. La memoria colectiva. Incluso la más pequeña y triste memoria individual. Tengo la sospecha que difícilmente supervive una sin la otra; que no se pueden fabricar leyendas sin anécdotas. Que no hay países sin cuentos de hadas en su sombra.
Hoy el movimiento de 68 es un fantasma mexicano más, de los muchos fantasmas irredentos e insomnes que pueblan nuestras tierras. Puede ser que este fantasma, por joven, aún goce de buena salud y acuda normalmente al auxilio de nuestra generación cada vez que se apela a su presencia. San Francisco de Asís de nuestras dudas, san Che Guevara de nuestras emociones, san Phillip Marlowe de nuestras pesquisas, santa Jane Fonda de nuestras ansiedades. El 68 parece no sólo haberse instalado en la fábrica de nostalgias que opera en nuestras cabezas, compartiendo lugar y tonadas con Leonard Cohen y los poemas de Blas de Otero, sino que produjo gasolina épica para alimentar 20 años de resistencias. Nos conservó tercos en territorio de sumisiones, nos puso en la boca el No, y me vale madre lo que pase, centenares de veces. Nos alimentó decenas de desempleos, nos dejó andar por el mundo vendiendo nuestra fuerza de trabajo y la menor parte posible de nuestras almas, nos protegió de las tentaciones del poder, nos alejó del beso envenenado del estado mexicano. O por lo menos, nos creó la referencia inevitable y útil para el orgullo, la culpa y la comparación.
Si todos somos personajes de una novela que se escribe en una pinche olivetti sin cinta, si vivimos tratando de ser fieles al personaje que para nosotros mismos hemos inventado, no cabe duda que el carácter principal se forjó en el 68, que sus mejores gestos (el brazo estirado casi rompiéndose los músculos, la salida a la calle a pesar de la parálisis del miedo, la capacidad para vivir lo colectivo, la vocación de insomnio) ahí se fabricó, y hemos vivido imitándolo con mayor o menor fortuna.
Pero volviendo a los cuadernos… Mi abuela decía que había que cambiarse la ropa interior todos los días, porque si tenías un accidente en la calle, qué vergüenza, que te vieran, y eso. En la adolescencia su lógica se me escapaba. Sin embargo en 1969 escribí tres gruesos cuadernos de notas sobre el movimiento, pensando que si no lo ponía todo en el papel, corría el peligro de desvanecerse. Eran el material para una novela. No salió. Ni entonces, ni diez años después, ni ahora. Muchas veces volví a los cuadernos, los ojeé lleno de un extraño pudor, con la lógica que mi abuela aplicaba a su ropa interior limpia. Estaban ahí por si te ocurría un accidente.
Me digo: Si me muero en un avionazo, mi hija tiene que encontrarlos; pero no tiene que ser fácil para ella, tiene que encontrarlos si se esfuerza, si se pone un día tenazmente a curiosear en los miles de papeles que le voy a heredar. Ahí, encubiertos.
Nunca pude escribir esa novela. Probablemente es una novela que no quiere ser escrita.
DE CÓMO DESDE EL PRINCIPIO ESTA HISTORIA SE VA LLENANDO DE PREGUNTAS
¿Cómo se cocinó la magia? ¿Con qué se alimentaba la hoguera? ¿De dónde salieron los 300 mil estudiantes que llegaron al Zócalo el día de la manifestación del silencio? ¿Quién le puso parafina a la mano tendida? ¿Cuál fue el destino de Lourdes? ¿Quién estaba detrás de la puerta de prepa uno el día del bazukazo? ¿Cómo fabrica una generación sus mitos? ¿Cuál era el menú diario en el comedor de Ciencias Políticas? ¿Qué cuestionaba el movimiento de 68? ¿De dónde salía todas las mañanas aquel autobús Juárez-Loreto? ¿Quién era ala derecha y quién izquierda en septiembre del 68? ¿Quiénes radicales y quiénes mencheviques? ¿Cómo regresan envueltos en rumores los nombres de los desertores y de los suicidas? ¿Qué poema se escuchaba por el sonido local cuando entraron los tanques? ¿De dónde salió la idea del brigadismo? ¿Cómo se enamoró Fanny de un tira? ¿Y a qué horas llegó Toño a Topilejo? ¿Cuáles son los límites de la victoria y la derrota? ¿Quién colgó el cartel de barriodeGinzaenlanoche? ¿Cuándo reforma y no revolución? ¿Por qué el mejor café se tomaba en voca 5? ¿Dónde estuvo el punto de no regreso? ¿Cómo se hacia un mitin relámpago bloqueando las cuatro esquinas? ¿Cómo se guardan volantes en las bolsas del pan? ¿Qué significaba el CNH? ¿Por qué cayó Romeo a causa de una minifalda? ¿Dónde arrojaron a nuestros muertos? ¿Dónde tiraron a nuestros muertos? ¿Dónde mierdas arrojaron a nuestros muertos?
AMORES QUE DURAN
Me confieso amorosamente endeudado con aquellos cuatro meses de demencia del año mágico. Pero también confieso, con dificultades, penosamente, que el fantasma va perdiendo corporeidad, perfil. Se va quedando en mito, en colección de terquedades. Algunos me he encontrado, que incluso dicen que todo aquello no existió. Algunos dicen que no estaban allí, que eran otros. A mí que no me vengan con mamadas. Éramos nosotros, pero diferentes. Vivir no era recordar. Vivir era más fácil.