Cesar Vidal - Jesús, el judío
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- Libro:Jesús, el judío
- Autor:
- Editor:ePubLibre
- Genre:
- Año:2010
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Jesús, el judío: resumen, descripción y anotación
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Jesús, el judío — leer online gratis el libro completo
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La historia del pueblo judío y la figura de Jesús y de sus primeros discípulos, especialmente aquellos que eran judíos, han ocupado un lugar privilegiado en mi trabajo profesional tanto en calidad de historiador como de escritor de obras de ficción. No resulta extraño, pues, que, de manera muy cercana en el tiempo, apareciera publicado mi estudio sobre los primeros discípulos de Jesús en el período previo a la ruptura entre la nueva fe y el judaismo
En el curso de los siguientes años, junto con otros estudios sobre el judaísmo del segundo Templo, fueron apareciendo obras dedicadas al estudio de la historia judía que intentaban, a título de ejemplo y sin pretender ser exhaustivos, compendiarla,
Algo semejante ha sucedido con los inicios del cristianismo como puede desprenderse de mis obras sobre los orígenes de los Evangelios,
Considerado desde esa perspectiva, la presente obra constituye una consumación obligada de una trayectoria de investigación que se ha prolongado a lo largo de varias décadas. Jesús, el judío es un intento, desde la perspectiva rigurosamente histórica, de abordar quién fue Jesús, qué enseñó y cómo se vio a sí mismo. Cuestiones de considerable relevancia como el desarrollo del judaísmo del segundo Templo, la helenización, las instituciones religiosas, las sectas de la época, el contexto familiar de Jesús o las profecías que probarían la mesianidad del mismo tienen una importancia no desdeñable, pero detenernos en ellas entorpecería la lectura del texto, especialmente para los no especialistas. Por ello, sin abandonarlas, aparecen tratadas en apéndices situados al final de la obra. En el cuerpo del texto lo que hallará el lector será una reconstrucción de la vida de Jesús y de sus enseñanzas prestando especial interés al contexto judío. Y es que estas páginas constituyen un esfuerzo por mostrar hasta qué punto Jesús fue medularmente un judío de su época, incomprensible sin conocer a fondo el contexto espiritual de Israel, y cómo las interpretaciones posteriores que han pasado por alto tan esencial aspecto no han hecho sino deformar su persona y sus enseñanzas de manera que, históricamente consideradas, han caído incluso en lo grotesco y lo absurdo.
El plan de la presente obra plantea, en primer lugar, una descripción de la vida de Jesús, y su enseñanza hasta la muerte en la cruz tras una sentencia pronunciada por el gobernador romano Poncio Pilato y los anuncios posteriores de sus discípulos en el sentido de que se había levantado de entre los muertos.
Los que deseen adentrarse en cuestiones como el contexto histórico, político y religioso en que vivió; las circunstancias de su nacimiento; su familia o la base bíblica para afirmar su mesianidad deberán leer los apéndices que figuran al final del libro.
Este libro no es una obra de teología sino de historia. Con todo, seguramente, puede servir de instrumento auxiliar para las personas que se dedican a esa disciplina. He decidido por eso que determinadas cuestiones de carácter dogmático, especialmente alguna que sólo muy lejanamente puede considerarse cristológica, sean abordadas en apéndices y no en el cuerpo principal del texto.
Como todas las obras humanas sin excepción, ésta es perfectible con seguridad. Por eso mismo agradezco por adelantado las críticas formuladas a partir de posiciones documentadas y científicas y carentes de prejuicios o dogmatismos ya asumidos. La traducción de los textos bíblicos es propia.
No deseo entretener más al lector. La historia de Jesús el judío lo está esperando.
Madrid-Jerusalén-Miami-Madrid,
2008-2009
«EN LA PLENITUD DE LOS TIEMPOS…»
El contexto de la vida de Jesús transcurrió en medio del entrelazamiento de cuatro aspectos muy concretos. El primero fue el de una Judea capitidisminuida y en no escasa medida helenizada. El reino de Herodes era, al fin y a la postre, una potencia menor sometida a Roma, que no dudó en dividirla a su muerte. Se trataba además de un reino de población mezclada en el que lo mismo se encontraban los judíos fieles a la Torah que los helenizados, sin descontar a sirios, muy influidos por la cultura helénica, e incluso griegos. Aparte de la presencia romana, los judíos que deseaban seguir fielmente los preceptos de la Torah no dejaban de moverse en medio de un cosmos donde resultaba innegable la presencia de manifestaciones más o menos acentuadas de helenización. A la lengua griega, conocida seguramente por la práctica totalidad de los súbditos de Herodes y empleada en multitud de circunstancias, se sumaba una presencia cultural helénica fácil de contemplar en no pocas ciudades y, peor aún, innegables manifestaciones de paganismo, como podía ser el culto a las imágenes, aunque, desde luego, semejante conducta resultara impensable en la ciudad santa de Jerusalén. No lo era, desde luego, en otros lugares del reino. Responder ante esa presencia helénica en un sentido u otro resultaba inevitable.
En segundo lugar, no menos clara era la presencia de Roma. Ciertamente, con Herodes se había vivido la ficción formal de una independencia de Judea. La realidad era que se trataba de un estado sometido a Roma y esa realidad resultó aún más evidente cuando, tras la muerte del idumeo, Octavio dividió el reino. Esa presencia de Roma como potencia dominante dejaba aún más de manifiesto la fragilidad de las instituciones judías y la dolorosa situación a la que se hallaba sometido el pueblo. En tercer y cuarto lugar, hay que señalar como circunstancias relevantes la persistencia de las instituciones religiosas judías y la diversidad de respuestas de carácter espiritual frente a la situación que atravesaba Israel.
Aunque los Evangelios apócrifos han gustado de presentarnos a un niño Jesús entregado a obras maravillosas como la de convertir unos pajaritos de barro en aves reales que remontaban el vuelo, a pesar de que no pocas de esas imágenes fueron entrando en la religiosidad popular católica durante la Edad Media y a pesar de que incluso acabaron abriéndose camino en el islam, lo cierto es que los primeros años de Jesús transcurrieron en la normalidad total de un niño judío.
Como era de esperar, Jesús, hijo de una familia judía, fue circuncidado al octavo día (Lucas 2, 21), entrando así en el pueblo de Israel de manera formal. Por su parte, sus padres cumplieron con el precepto de purificación contenido en la Torah y ofrecieron dos tórtolas o dos palominos (Levítico 12, 6 ss.), lo que indica, primero, que su posición económica era humilde y, segundo, que eran judíos piadosos. A decir verdad, aquel inicio de la vida de Jesús —un inicio que compartió con millones de judíos que nacieron antes y después de él— pone de manifiesto los canales espirituales por los que transcurriría su existencia y que, al fin y a la postre, lo acabarían llevando hasta la muerte más vergonzosa de la época.
Jesús había nacido como judío, en medio del pueblo de Israel y, mediante el mandamiento de la circuncisión, había pasado formalmente a constituir parte del mismo. En ese sentido, su trayectoria vital se hallaría estrechamente vinculada a las instituciones religiosas de Israel y a la articulación de una respuesta espiritual frente al mundo en que se desenvolvió su vida. Así, de él sabemos que acudía con sus padres a Jerusalén con ocasión de las fiestas religiosas, en especial la Pascua (Lu-cas 2,41), existen razones para pensar que sintió un temprano interés por cuestiones de carácter espiritual (Lucas 2,46 ss.) y, con seguridad, aprendió el hebreo, la lengua sagrada, puesto que las fuentes relatan que podía leer el rollo de Isaías en la sinagoga (Lucas 4,16-20).
Es bastante posible que aprendiera el oficio del hombre al que todos consideraban su padre, el artesano José, e incluso se ha especulado con la posibilidad de que, viviendo la familia en Nazaret, trabajara en la construcción de Séforis. Sin embargo, ese último aspecto no pasa de la mera conjetura. Como señalaría Lucas en un magnífico resumen, durante los primeros años «el niño crecía y se fortalecía, y se llenaba de sabiduría, y la gracia de Dios estaba sobre él» (Lucas 2,40). En otras palabras, Jesús era un judío normal en el seno de una familia judía piadosa.
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