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E. R. Chamberlin - Los malos papas

Aquí puedes leer online E. R. Chamberlin - Los malos papas texto completo del libro (historia completa) en español de forma gratuita. Descargue pdf y epub, obtenga significado, portada y reseñas sobre este libro electrónico. Año: 1972, Editor: ePubLibre, Género: Historia. Descripción de la obra, (prefacio), así como las revisiones están disponibles. La mejor biblioteca de literatura LitFox.es creado para los amantes de la buena lectura y ofrece una amplia selección de géneros:

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E. R. Chamberlin Los malos papas
  • Libro:
    Los malos papas
  • Autor:
  • Editor:
    ePubLibre
  • Genre:
  • Año:
    1972
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Los malos papas: resumen, descripción y anotación

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Sobre el telón de fondo de seis siglos tumultuosos X-XVI el autor estudia la - photo 1

Sobre el telón de fondo de seis siglos tumultuosos (X-XVI), el autor estudia la vida pública y privada de siete papas. Nos muestra a Juan XII, príncipe romano disoluto; Benedicto IX, que fue causa de una grande ignominia para la Iglesia; Bonifacio VIII, que llevó hasta el más alto grado las ambiciones temporales de los papas y en ello encontró su ruina; Urbano VI, el indómito napolitano, cuyas histrionescas brutalidades ensancharon la escandalosa fisura producida por el Gran Cisma; Alejandro VI, el valenciano que introdujo en el Papado las intrigas propias de la familia Borgia; León X, refinado, cortés, que acogió con altiva indiferencia las preces de un monje agustino de Alemania llamado Lutero; por fin, Clemente VII, un Médicis, zorro inhábil, que cayó engañado por el emperador Carlos V y arrastró a Roma en su caída. A grandes rasgos, E. R. Chamberlin nos cuenta la historia, de colores subidos, de estos siete pontífices que gobernaron la Iglesia de Roma en períodos especialmente críticos. Esos papas mandaron ejércitos, hicieron el amor y la guerra, conspiraron para escalar el poder y utilizaron las técnicas de la corrupción y el asesinato siempre apañados en la autoridad de la Iglesia. Lúcidamente apoyada en fuentes tanto católicas como protestantes, Los malos papas es una obra esencial y objetiva, en la que son descritos sin velos los abusos y depravaciones papales que llevaron finalmente a la Reforma.

E R Chamberlin Los malos papas ePub r12 Titivillus 121117 Título - photo 2

E. R. Chamberlin

Los malos papas

ePub r1.2

Titivillus 12.11.17

Título original: The Bad Popes

E. R. Chamberlin, 1972

Traducción: Justo G. Beramendi

Editor digital: Titivillus

ePub base r1.2

Hace ya más de mil años que esos territorios y ciudades fueron dados a los - photo 3

Hace ya más de mil años que esos territorios y ciudades fueron dados a los sacerdotes y desde entonces se han librado por esa razón las guerras más violentas, y, sin embargo, los sacerdotes ni ahora las poseen en paz, ni serán capaces de poseerlas. Fuera en verdad mucho mejor ante los ojos de Dios y del mundo que esos pastores renunciaran enteramente al dominium temporale : pues desde los tiempos de Silvestre las consecuencias del poder temporal han sido innumerables guerras y la destrucción de gentes y ciudades. ¿Cómo es posible que no haya habido nunca un buen papa para remediar tales males y que se hayan hecho tantas guerras por esas efímeras posesiones? Verdaderamente, no podemos servir a Dios y a Mammón al mismo tiempo; no podemos estar con un pie en el Cielo y otro en la Tierra.

GIOVANNI DE’MUSSI, Crónica de Piacenza, h. 1350

Notas

PRIMERA PARTE

[1]Graphia, cap. I.

[2] Malmesbury, cap. V.

[3] Epístola 52, citado en Gregorovius, Roma, I, 188.

[4] Liutprando, Antapodosis, cap. XIV.

[5] Citado en Labbe, VII, 7.

[6] Citado en Hodgkin, VII, 135-37.

[7] Eugenius, 828.

La Donación de Constantino

Una generación después, el Papado se había divorciado del Imperio, y cierto funcionario papal, llamado Cristóforo, completó la tarea de falsificación que hizo posible la transferencia abierta de la corona temporal a las sienes del papa.

Cristóforo basó su obra en la legendaria vida de san Silvestre, el intachable aunque mediocre obispo de Roma que gobernó su pequeño rebaño en tiempos de Constantino. Según la leyenda, Constantino se dedicaba a perseguir enérgicamente a los cristianos cuando contrajo la lepra y, a pesar de los esfuerzos de los doctores y hechiceros, desesperaba de curar. Entonces se le aparecieron san Pedro y san Pablo, y le dijeron que sólo Silvestre podría sanarle. Llevaron al anciano al Palacio Laterano, donde residía Constantino, y allí le dijo al emperador que únicamente el bautismo le limpiaría de la enfermedad.

Constantino aceptó bautizarse, y la lepra desapareció inmediatamente. Agradecido, ordenó que Cristo fuese adorado en todo el Imperio e instituyó unos diezmos para la construcción de iglesias. Cedió el Palacio Laterano a Silvestre y sus sucesores a perpetuidad; Constantino en persona cavó y acarreó los primeros doce cestos de tierra de la colina Vaticana, iniciando así las obras de la basílica de San Pedro.

La leyenda, aunque fantástica en la descripción de los motivos, no se aparta demasiado de los hechos conocidos: la donación del Palacio Laterano, la construcción de basílicas, el status religioso preeminente concedido al cristianismo. Cristóforo infló esos elementos conocidos, injertando hábilmente en ellos teorías revolucionarias hasta conseguir un árbol frondoso y de raíces profundas. Cometió algunos desatinos que provocaron las sospechas de los eruditos de los siglos posteriores: según él, Constantino se autotitulaba conquistador de los hunos cincuenta años antes de que éstos aparecieran en Europa; el obispo de Roma era calificado de «papa» casi doscientos años antes de que ese título le fuera reservado; y los funcionarios occidentales se convertían en «sátrapas del imperio». Pero Cristóforo consiguió tejer sus hilos de forma bastante consistente antes de continuar las falsificaciones.

La primera fue una supresión. La leyenda establecía inequívocamente que el emperador retuvo en sus manos todo el aparato del gobierno civil. La frase en cuestión desapareció, con lo que el documento parecía implicar que, a partir de entonces, jueces y obispos estuvieron sometidos a la autoridad del obispo de Roma. A continuación, Cristóforo comenzó a fabricar detalles audazmente. Constantino había entregado una diadema o corona al «papa» y sus sucesores, junto con «el manto púrpura también y la túnica escarlata y todos los atributos imperiales. Nos le otorgamos asimismo el cetro imperial, con todos los estandartes y banderas y ornamentos similares».

Cristóforo era un clérigo ansioso de mantener los pequeños privilegios y honores de su oficio, así que hizo que Constantino concediera a la curia unas dignidades parecidas a las que había disfrutado el Senado: «… cabalgar en caballos blancos adornados con gualdrapas del blanco más puro, calzando zapatos blancos como los senadores».

Pero todo esto no eran más que los preparativos para la cuestión importante: demostrar que el papa no sólo era independiente del emperador, sino, en realidad, su superior. Cristóforo daba a entender que hasta habían ofrecido la corona imperial a Silvestre, pero él había declinado por considerarla impropia del que ejerce un oficio espiritual, y en su lugar había aceptado un simple gorro frigio blanco, humilde antecedente de la gran tiara triple. A pesar de ello, el hecho de que le hubiera ofrecido la corona imperial implicaba que Constantino la poseía únicamente gracias a la condescendencia papal.

Cristóforo deja este punto muy claro a base de retorcer hábilmente las verdaderas razones de la decisión de Constantino de establecer su capital en Oriente. «Por lo cual, y para que la corona pontifical pueda mantenerse en dignidad. Nos entregamos y renunciamos a nuestros palacios, a la Ciudad de Roma, y a todas las provincias, plazas y ciudades de Italia y de las regiones del Occidente al muy bendito pontífice y Papa Universal, Silvestre.» Y Constantino habría partido acto seguido hacia la Nueva Roma, porque no estaba bien que un emperador terreno compartiera la sede del sucesor de Pedro.

Los documentos falsificados no son raros en estos primeros siglos. En realidad, es posible que Cristóforo no tuviera intención de engañar, que compilara la

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