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San Agustín De Hipona - La ciudad de Dios Libros XVI-XXII

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San Agustín De Hipona La ciudad de Dios Libros XVI-XXII

La ciudad de Dios Libros XVI-XXII: resumen, descripción y anotación

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«La ciudad de Dios» («De civitate Dei») es, con las «Confesiones», la obra fundamental de san Agustín, quien la escribió ya en su vejez, entre 413 y 426, en años de calamidades y destrucción (Alarico había saqueado Roma en el año 410). En su parte inicial refuta las acusaciones —hechas por historiadores y por las clases romanas nobles— de que Roma hubiera caído por el efecto pernicioso del cristianismo, al tiempo que censura el paganismo y el culto a muchos dioses; argumenta que la historia de Roma no está llena de ejemplos morales, que los romanos no son mejores ni peores que otros pueblos y que el Imperio no era esencial para la salvación de la humanidad, sino un fenómeno histórico más. En esta primera parte san Agustín se dirige a un público avezado en la historia de Roma, por lo que tiene que recurrir a multitud de ejemplos de la historia (sobre todo de época republicana), que demuestra conocer muy bien. La segunda parte del libro está dedicada a su tema principal, la divina providencia, y su presencia en la historia de la humanidad. En ella se contraponen la ciudad espiritual, creada por Dios y construida por los que creen en Él, a la ciudad terrena, fundada por el egoísmo mundano y en la injusticia. San Agustín traza la historia de ambas, desde la creación del mundo, y celebra el advenimiento del nuevo espíritu cristiano. Se trata, en suma, de una interpretación en la fe de la vida individual y colectiva, repleta de energía y esperanza, en una época de zozobra e incertidumbre: por eso ha hablado a tantos periodos distintos.

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LIBRO XIX
SUMARIO
  1. En el debate que agitó la discusión filosófica sobre los fines del bien y del mal Varrón descubrió que podían existir doscientas ochenta y ocho escuelas.
  2. De qué modo, eliminadas todas las diferencias, que no son teorías filosóficas, sino problemas, Varrón llega a la definición en tres partes del sumo bien, de las cuales, sin embargo, debe elegirse una sola.
  3. Cuál de las tres teorías filosóficas que buscan el sumo bien del ser humano establece Varrón que debe ser elegida, siguiendo la opinión de la Academia Antigua, bajo la autoridad de Antíoco.
  4. Qué opinan los cristianos sobre el sumo bien y el sumo mal frente a los filósofos, que afirmaron que poseían el sumo bien en sí mismos.
  5. Sobre la vida en sociedad, que, aunque debe ser deseada por encima de todo, a menudo es dificultada por multitud de contratiempos.
  6. Sobre el error de los juicios humanos, cuando la verdad se esconde.
  7. Sobre la diversidad de las lenguas, por la que la sociedad de los seres humanos es dividida, y sobre la desgracia de las guerras, incluso las que se llaman justas.
  8. Que la amistad de los buenos no puede ser segura mientras es inevitable temblar a causa de los peligros que existen en esta vida.
  9. Sobre la amistad de los ángeles santos, que no puede serle manifiesta al ser humano en este mundo, a causa del engaño de los demonios, por los cuales cayeron quienes creyeron que debían rendirles culto a muchos dioses.
  10. Qué fruto ha sido dispuesto para los santos por la superación de la tentación de esta vida.
  11. Sobre la felicidad de la paz eterna, en la cual se halla el fin para los santos, es decir, la verdadera perfección.
  12. Que también la crueldad de quienes hacen la guerra y todas las inquietudes de los seres humanos desean alcanzar el fin de la paz, sin el anhelo de la cual no existe ninguna naturaleza.
  13. Sobre la paz universal, que en medio de perturbaciones de todo tipo no puede ser detraída por la ley natural, mientras bajo un juez justo cualquiera alcanza mediante el orden aquello que mereció por la voluntad.
  14. Sobre el orden y la ley, ya celeste, ya terrena, por la cual se vela por la sociedad humana, incluso dominándola, a la que incluso se sirve velando por ella.
  15. Sobre la libertad natural y sobre la esclavitud, cuya causa primera es el pecado, por la que el hombre de mala voluntad, aunque no es propiedad de otro hombre, es esclavo de su propio deseo.
  16. Sobre el justo derecho de dominar.
  17. De dónde ha de tener paz la sociedad celeste con la ciudad terrena y de dónde discordia.
  18. Cuán diferente es la ambigüedad de la Academia Nueva de la constancia de la fe cristiana.
  19. Sobre la actitud y las costumbres del pueblo cristiano.
  20. Los ciudadanos de los santos son bienaventurados por la esperanza en el tiempo de esta vida.
  21. ¿Acaso según las definiciones de Escipión que aparecen en el diálogo de Cicerón ha existido alguna vez la República romana?
  22. Si es el Dios verdadero aquel al que sirven los cristianos, al cual únicamente se deben ofrecer sacrificios.
  23. Qué dice Porfirio que se ha respondido a los oráculos sobre Cristo.
  24. Mediante qué definición se tiene constancia de que no solo los romanos sino también otros reinos reclaman justamente para sí la denominación de pueblo y de república.
  25. No pueden existir verdaderas virtudes allí donde no hay una verdadera religión.
  26. Sobre la paz de los pueblos alejados de Dios, de la que se sirve el pueblo de Dios para la piedad mientras es peregrino en este mundo.
  27. Sobre la paz de los que sirven a Dios, cuya tranquilidad perfecta no puede alcanzarse en esta vida temporal.
  28. A qué término habrá de llegar el final de los impíos.
1

Puesto que veo que debo disertar de inmediato acerca de los fines propios de las dos ciudades, a saber, de la terrena y de la celeste, antes deben ser expuestos, en la medida que el plan de esta obra lo admita, los argumentos de los mortales por los cuales se afanan en crear para sí mismos la felicidad en la infelicidad de esta vida, de modo que quede destacado, no tanto por la autoridad divina, sino mediante la aplicación del raciocinio tal cual podemos aplicarlo por causa de los infieles, en qué difiere nuestra esperanza, que Dios nos ha dado, de las vanidades de aquellos, y el mismo bien que nos dará, es decir, la auténtica felicidad. En efecto, sobre los fines del bien y del mal los filósofos han discutido entre sí muchos aspectos y de muchas formas. Analizando dicha cuestión con el máximo rigor trataron de descubrir qué hace al ser humano feliz. Efectivamente, el fin de nuestro bien es aquello a causa de lo cual deben desearse los demás bienes y este mismo por sí mismo; y el fin del mal aquello en virtud de lo cual deben evitarse los restantes males y él mismo por sí mismo, tras haber escudriñado exhaustiva y sutilmente tan gran variedad de doctrinas, señala que aplicando ciertas distinciones llegaba fácilmente hasta doscientas ochenta y ocho escuelas, no en el sentido de que ya existiesen, sino que podían existir.

Para mostrar brevemente este hecho, conviene que comience a partir de lo que él mismo señaló y dispuso en el libro mencionado, que existen cuatro objetivos a los que los seres humanos aspiran, por así decirlo, de forma natural, sin maestro, sin ningún apoyo de la educación, sin la habilidad o arte de vivir que se denomina virtud y que, sin lugar a dudas, se aprende: o bien el placer, por el que se ven impulsados los sentidos del cuerpo con deleite, o bien la tranquilidad, por la que se logra que nadie soporte ninguna molestia del cuerpo, o ambos, a los que, sin embargo, Epicuro denomina por el nombre único de placer, o bien en sentido general los impulsos primarios de la naturaleza, en los cuales se hallan estos y otros bienes, ya en el cuerpo, como la integridad y la salud de los miembros y su incolumidad, ya en el espíritu, como son aquellas cualidades que, grandes o pequeñas, se hallan en las inteligencias de los seres humanos. Consecuentemente, estos cuatro, a saber, el placer, la tranquilidad, ambos, los impulsos primarios de la naturaleza se hallan en nosotros de tal modo que, o bien la virtud, que más tarde inculca la educación, ha de ser deseada por ella misma, o bien esta por la virtud, o ambas por sí mismas. Y, por este motivo, surgen de ahí doce escuelas. En efecto, mediante este cálculo se triplican cada una de ellas. Cuando lo haya demostrado en una, no será difícil hallarlo en las restantes. Por consiguiente, cuando el placer del cuerpo o se somete, o se antepone, o se une a la virtud del espíritu, se produce una triple variedad de escuelas. Se somete a la virtud cuando se pone al servicio de la virtud. Lo cierto es que atañe al desempeño de la virtud el vivir para la patria y procrear hijos por la patria, dos objetivos que en ningún caso pueden llevarse a cabo sin el placer del cuerpo. Pues sin aquel ni se toma comida y bebida para vivir ni se practica la cópula para que se propague la descendencia. Pero cuando se antepone a la virtud, este mismo se desea por sí mismo, y se cree en cambio que la virtud debe ser adoptada a causa de aquel, es decir, para que la virtud no tenga otro objetivo sino la consecución o la conservación del placer del cuerpo. Esa vida es, sin duda, vergonzosa, cuando la virtud precisamente sirve al placer como a un amo (aunque en absoluto esta debe llamarse virtud); pero, sin embargo, incluso esta terrible desvergüenza tuvo a ciertos filósofos como patronos y defensores suyos. Finalmente, el placer se une a la virtud cuando ninguno de estos objetivos se desea por el otro, sino ambos por sí mismos. Por lo cual, así como el placer, o bien sometido, o bien preferido, o bien unido a la virtud, da lugar a tres escuelas, del mismo modo también se halla que la tranquilidad, la unión de ambos y los impulsos primarios de la naturaleza constituyen tres en cada caso. Lo cierto es que por la variedad de las opiniones humanas, unas veces se someten a la virtud, otras se prefieren, otras se unen, y así se llega hasta el número de doce escuelas. Pero ese número también se duplica si se añade una sola diferencia, a saber, la de la vida en sociedad, puesto que cada uno que es seguidor de alguna escuela de estas doce, ciertamente, o lo hace solamente por sí mismo, o también por un compañero para el que debe querer lo que quiere para sí. Por lo cual, son doce las de aquellos que consideran que cualquiera de ellas debe seguirse solamente por ellos mismos y otras doce las de aquellos que juzgan que se debe filosofar de una u otra forma, no solo por ellos mismos, sino también por aquellos cuyo bien desean como el suyo. Por otra parte, estas veinticuatro escuelas se duplican de nuevo al añadirse otra diferencia a partir de los nuevos académicos, y resultan cuarenta y ocho. En realidad, alguien puede sostener y defender cualquiera de aquellas veinticuatro teorías como cierta, como defendieron los estoicos que el bien del ser humano, por el cual es feliz, consiste solamente en la virtud del espíritu; otro puede defenderla como incierta, como los nuevos académicos, porque a ellos, aunque no cierta, sin embargo les parecía verosímil. Por consiguiente, resultan veinticuatro por parte de aquellos que las consideran como ciertas a causa de la verdad y otras veinticuatro por aquellos que consideran que deben seguirse, aun no siendo evidentes, a causa de su verosimilitud. Por el contrario, ya que alguno puede seguir cualquiera de esas cuarenta y ocho escuelas según la costumbre de los restantes filósofos, e igualmente otro puede hacerlo según el modo de vida de los cínicos, también por esta diferencia se duplican y hacen noventa y seis. Después, ya que los seres humanos pueden defender y seguir cada una de ellas en particular de tal modo que, o bien elijan la vida ociosa como aquellos que quisieron y fueron capaces tan solo de dedicar su tiempo al estudio de la doctrina, o una vida activa como aquellos que, aunque filosofasen, sin embargo estuvieron ocupadísimos en la administración del estado y en el gobierno de los asuntos humanos, o combinada con uno y otro género, como aquellos que asignaron tiempos alternos de su vida en parte al ocio erudito, en parte a una actividad ineludible, en virtud de estas diferencias puede también triplicarse este número de escuelas y ser ampliado hasta doscientas ochenta y ocho.

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