Robin Lane Fox - Alejandro Magno. Conquistador del mundo
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- Libro:Alejandro Magno. Conquistador del mundo
- Autor:
- Editor:ePubLibre
- Genre:
- Año:1973
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Alejandro Magno. Conquistador del mundo: resumen, descripción y anotación
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P or comodidad, a lo largo del libro reproduzco muchas citas y opiniones en nombre de los historiadores originales de Alejandro: Calístenes, Ptolomeo, Aristóbulo, Nearco y Onesícrito. No me cansaré de insistir en que todas estas citas y opiniones sólo son conocidas de segunda o tercera mano, tal como fueron parafraseadas por otros escritores clásicos cuatrocientos años más tarde, algunas de las cuales se escribieron quizá para dar cuenta de los banquetes, la geografía o la gramática. No puede esperarse que se haya conservado ninguna palabra o frase del original, sobre todo porque los autores macedonios eran conocidos por la mediocridad de su estilo; aun así, en ocasiones las fuentes secundarias mencionan a los autores originales, y, en otras, los nombres originales pueden restituirse, casi con seguridad, por medio de comparaciones y confrontando los resúmenes. En estos raros casos, en lugar de escribir «decía Aristóbulo, tal como es citado por Estrabón, el geógrafo augusteo», he escrito simplemente «como decía Aristóbulo». Sólo lo hago en los casos en los que considero que la identidad del original es segura y únicamente cuando deduzco que el sentido general, y no la redacción, es auténtico.
Una breve introducción a los nombres que hay tras las citas: Calístenes nació en Olinto, en el noreste de Grecia, una ciudad que fue destruida por Filipo; era pariente de Aristóteles, el tutor de Alejandro, probablemente su primo, y fue contratado como historiador ya de cierto prestigio para escribir sobre las hazañas de Alejandro en Asia, si no antes. Ptolomeo, el macedonio, era amigo de Alejandro desde la infancia y fue uno de sus oficiales. Escribió una historia después de la muerte de Alejandro, cuya fecha de publicación es desconocida. Gobernó Egipto después de la muerte de Alejandro, y fundó la dinastía de los Ptolomeos. Nearco había nacido en Creta, pero residió en la ciudad griega de Anfípolis, que Filipo conquistó y anexionó a Macedonia; también él fue un amigo de la infancia y acabó siendo almirante de Alejandro; publicó unas memorias de su servicio también tras la muerte de Alejandro. Onesícrito era de Astipalea, en la isla de Cos; estudió con el filósofo Diógenes y acabó sirviendo como alto oficial en la flota de Alejandro; su extravagante obra posiblemente fue la que apareció primero después de la muerte de Alejandro. Se ignora el origen de Aristóbulo, aunque el nombre es conocido en Olinto, pueblo natal de Calístenes y cercano a su última residencia en Casandrea; sirvió a Alejandro, pero el único trabajo que se le conoce es haber restaurado la tumba de Ciro en Pasargada. Quizás era arquitecto y, visto el tono apologético de su historia, resulta tentador llamarlo el Albert Speer del «Alexanderreich». Empezó a escribir tras cumplir ochenta y cuatro años, al menos treinta y tres años después de la muerte de Alejandro.
Hay otro historiador que nos interesa: el poco conocido Clitarco, cuyo padre había escrito una pintoresca historia de Persia y que probablemente nació en el pueblo jonio de Colofón, un lugar con una larga tradición de poetas. Escribió en un majestuoso estilo retórico y fue considerado poco fidedigno, aunque habilidoso. No se sabe que siguiera a Alejandro o que fuera testigo de su carrera, pero se puso a escribir hacia el año 310 a. C., al cabo de treinta años de la muerte de Alejandro, y había leído la obras de Calístenes, Onesícrito y Nearco. Se decía que se había instalado en Alejandría de Egipto, donde pudo haber hablado con los oficiales y veteranos macedonios, pues su obra abarcaba más de diez libros en los que se percibía que había tenido acceso a detalles precisos.
Los principales autores secundarios son Arriano, un griego de Bitinia (al noroeste de Turquía), que llegó a ser cónsul romano bajo el mandato del emperador Adriano y escribió la Anábasis de Alejandro Magno, probablemente cuando estaba en su madurez, hacia 150 d. C. Había leído mucho, pero compuso su obra basándose principalmente en Ptolomeo y Aristóbulo, y, para los últimos tres libros, en Nearco. Diodoro de Sicilia vivió quizás hacia el año 20 a. C. y escribió una historia universal resumiendo a la ligera historias originales, confundiendo fechas y seleccionando los episodios tanto por su contenido moral y su demostración de las vicisitudes de la fortuna como por su valor histórico; en el libro 17, se ocupa de Alejandro recortando simplemente la historia de Clitarco y añadiendo unos pocos comentarios de su cosecha. Justino vivió quizás hacia 150 d. C. y es una fuente de tercera mano; lo que hizo fue resumir la obra de Pompeyo Trogo, un galo cultivado, probablemente de la época augustea (hacia 10 a. C.), cuyos libros no se han conservado; a menudo sus fuentes muestran huellas de Clitarco, y también de Aristóbulo y Calístenes, pero al ser compendiado por Justino su narración resulta muy dispar y no puede analizarse de manera provechosa. Quizá Trogo se sirvió de uno de los muchos autores que escribieron después de las historias originales. El romano Quinto Curcio escribió una historia de Alejandro de la que se han conservado los libros III-X; al igual que Diodoro, hace pleno uso de Clitarco, parafraseándolo sin contemplaciones a su propia manera latina, e incorpora otra fuente, cercana a una de las de Arriano, quizás Aristóbulo, quizá Ptolomeo. Creo que había leído los originales en griego y que los tradujo. La fecha de su redacción es desconocida, pero en Tácito se menciona un senador que se ajusta a su persona; de ser así, supongo que escribió hacia 45 d. C., pues recuerda muchísimo al emperador Calígula, cuya preferencia por Alejandro y su supuesto gusto por las costumbres orientales no eran del agrado de los senadores contemporáneos, costumbres que a veces fueron registradas con palabras que corresponden a las de Curcio sobre Alejandro. Hay otras pistas en su libro que apoyan esta comparación; además, es interesante comparar su relato sobre los debates sucesorios después de la muerte de Alejandro con la crisis del año 41 d. C., cuando Calígula murió y Claudio (del que se decía que era retrasado, como Arrideo, el hijo bastardo de Filipo) obligó a los nobles a reconocerlo como emperador.
Por último tenemos a Plutarco, el griego de Queronea cuya Vida de Alejandro refleja sus numerosas lecturas y su amplio conocimiento de muchas de las historias originales, parafraseadas en sus propios términos a principios del siglo II d. C. y distorsionadas a veces por errores de detalle. La Vida que escribió formaba parte de una serie de biografías agrupadas en parejas; la biografía de Alejandro era paralela a la de César. También escribió obras retóricas defendiendo a Alejandro contra la acusación de que tuvo más suerte que talento.
Siempre resulta fácil criticar las insuficiencias de los historiadores coetáneos de Alejandro, pero deberíamos recordar que ningún griego había registrado anteriormente las hazañas de un rey vivo, de un modo detallado, sin moralizar o escribir panegíricos, y que nunca antes, ni después, ha habido un rey que haya realizado unas hazañas tan extraordinarias como las de Alejandro.
Estas notas, de carácter selectivo, no pretenden ser completas; sin embargo, espero que contribuirán a explicar todas las afirmaciones que hay en el texto que parezcan poco corrientes o demasiado someras. La bibliografía sobre Alejandro elaborada por la investigación moderna ha aumentado repentinamente. N. J. Burich, Alexanderthe Great: a bibliography (1970) incluye más de mil artículos, muchos de ellos irrelevantes; E. Badian se ocupa de muchos artículos aparecidos durante los últimos veinte años en Classical World (1971), nos 3 y 4. El completísimo estudio de Jacob Seibert, Alexander der Grosse (1972)› abarca un amplio campo sin señalar los méritos más obvios que tienen los artículos que cita. Para quienes deseen acercarse a la vasta producción de estudios sobre Alejandro, me remito a Badian y Seibert; creo que he incluido cada uno de los artículos que mencionan, salvo cuatro que eran inaccesibles, y aquí me refiero sólo a los que amplían nuestro bagaje de conocimientos. Omito aquellos en los que se atacan los unos a los otros o los que, en mi opinión, se basan en lo que no conocemos; del mismo modo, he eludido los que confunden lo poco que sabemos. Enumerar las razones para rechazar tantas opiniones habría requerido un volumen complementario que no aportaría nada nuevo a la búsqueda de Alejandro, el único trabajo que verdaderamente interesa al historiador.
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