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Roger Chartier - Escuchar a los muertos con los ojos

Aquí puedes leer online Roger Chartier - Escuchar a los muertos con los ojos texto completo del libro (historia completa) en español de forma gratuita. Descargue pdf y epub, obtenga significado, portada y reseñas sobre este libro electrónico. Año: 2008, Editor: ePubLibre, Género: Historia. Descripción de la obra, (prefacio), así como las revisiones están disponibles. La mejor biblioteca de literatura LitFox.es creado para los amantes de la buena lectura y ofrece una amplia selección de géneros:

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Roger Chartier Escuchar a los muertos con los ojos
  • Libro:
    Escuchar a los muertos con los ojos
  • Autor:
  • Editor:
    ePubLibre
  • Genre:
  • Año:
    2008
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Escuchar a los muertos con los ojos: resumen, descripción y anotación

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ROGER CHARTIER Lyon Francia 1945 Es director de estudios en la École des - photo 1

ROGER CHARTIER (Lyon, Francia, 1945). Es director de estudios en la École des Hautes Études en Sciences Sociales (EHESS) de París y profesor invitado de la Universidad de Pennsylvania. Fue presidente del Consejo Científico de la Biblioteca de Francia. Su trabajo ha estado fundamentalmente orientado a las transformaciones sociales y políticas producidas en la historia europea. Se ha centrado en el estudio de las prácticas de escritura y de lectura, en los modos de producción de lo escrito y de apropiación y reconstrucción de significados por parte de lectores de diferentes épocas.

Roger Chartier obtuvo el Grand Prix d’histoire de la Academia Francesa en 1992, fue designado miembro correspondiente de la British Academy y es Doctor honoris causa por la universidad Carlos III de Madrid. En 2006 fue designado miembro del Collège de France, y en octubre de 2007 brindó allí la lección inaugural que se reproduce en Escuchar a los muertos con los ojos.

Escuchar a los muertos

con los ojos

Lección inaugural

en el Collège de France

Señor Administrador

Estimados colegas

Señoras y señores

“Escuchar a los muertos con los ojos”. Este verso de Quevedo me viene a la mente en el momento de inaugurar una enseñanza dedicada a los papeles desempeñados por lo escrito entre el fin de la Edad Media y nuestro presente. Por primera vez en la historia del Collège de France, una cátedra está consagrada al estudio de las prácticas de lo escrito, no en los mundos antiguos o medievales, sino en el tiempo largo de una modernidad que, quizá, se desarma ante nuestros ojos. Tal cátedra no habría sido posible sin los trabajos de todos aquellos que transformaron profundamente las disciplinas que conforman su propio zócalo: la historia del libro, la historia de los textos, la historia de la cultura escrita. Me gustaría comenzar esta lección recordando mi deuda hacia dos de ellos, hoy desaparecidos.

Hay pocos historiadores cuyo nombre se vincule con la invención de una disciplina. Henri-Jean Martin, fallecido en enero de este año, es uno de ellos. La obra que redactó por iniciativa de Lucien Febvre y que fue publicada en 1958 bajo el título La aparición del libro es considerada con razón como fundadora de la historia del libro, o al menos de una nueva historia del libro. Como escribió Febvre, Henri-Jean Martin hacía descender los textos “del cielo sobre la tierra” estudiando con rigor las condiciones técnicas y legales de su publicación, las coyunturas de su producción o la geografía de su circulación. En los trabajos que siguieron, Henri-Jean Martin no cesó de ampliar sus temas de investigación y desplazó su atención hacia los oficios y los actores involucrados en la producción del libro, las mutaciones de las formas materiales de los textos y, finalmente, las modalidades sucesivas de la legibilidad. He sido su discípulo sin ser su alumno. Me hubiera gustado decirle esta tarde todo lo que le debo y también el feliz recuerdo de las empresas intelectuales llevadas adelante en su compañía.

Hay otra ausencia, otra voz que debemos “escuchar con los ojos”: la de Don McKenzie. Era un sabio que vivía entre dos mundos: Aotearoa, aquella Nueva Zelanda donde había nacido y donde fue un infatigable defensor de los derechos del pueblo maorí, y la Universidad de Oxford, que le confió la cátedra de Textual Criticism. Este practicante experto de las técnicas eruditas de la “nueva bibliografía” nos ha enseñado a superar sus límites al demostrar que el sentido de un texto, ya sea canónico u ordinario, depende de las formas que lo dan a leer, de los dispositivos propios de la materialidad de lo escrito. Así, por ejemplo, para los objetos impresos: el formato del libro, la construcción de la página, las divisiones del texto, la presencia o no de imágenes, las convenciones tipográficas y la puntuación. Al fundar la “sociología de los textos” sobre el estudio de sus formas materiales, Don McKenzie no se alejaba de las significaciones intelectuales, o estéticas de las obras. Todo lo contrario. En la perspectiva que él ha abierto, situaré una enseñanza que pretende no separar jamás la comprensión histórica de los escritos de la descripción morfológica de los objetos que los difunden.

A ambas obras, sin las cuales esta cátedra no hubiera podido ser concebida, me resulta necesario agregar una tercera: la de Armando Petrucci, que desgraciadamente no puede estar con nosotros esta tarde. Al prestar atención a las prácticas que producen o movilizan el escrito, al derribar los compartimentos clásicos —entre el manuscrito y el impreso, entre la piedra y la página, entre los escritos ordinarios y las escrituras literarias—, su trabajo ha transformado nuestra comprensión de las culturas escritas que se han sucedido en la muy larga duración de la historia occidental. El trabajo de Armando Petrucci está organizado a partir del desigual dominio de lo escrito y las posibilidades múltiples ofrecidas por la “cultura gráfica” de un tiempo. Constituye un ejemplo magnífico del lazo necesario entre una erudición escrupulosa y la más inventiva de las historias sociales. Me gustaría retener aquí la lección fundamental, que es la de asociar en un mismo análisis los papeles atribuidos a lo escrito, las formas y los soportes de la escritura, y las maneras de leer.

Henri-Jean Martin, Don McKenzie, Armando Petrucci: cada uno de ellos habría podido, o habría debido estar en el lugar que ocupo ante ustedes. Las coyunturas o los azares intelectuales no lo han querido así. Pero sus obras, construidas a partir de horizontes muy diferentes (la historia del libro, la bibliografía material, la paleografía) estarán presentes en cada momento de la enseñanza que hoy comienza. Siguiendo sus pasos, me esforzaré por comprender qué lugar ha tenido lo escrito en la producción de saberes, en el intercambio de emociones y sentimientos, en las relaciones que los hombres han mantenido unos con otros, con ellos mismos o con lo sagrado.

LAS MUTACIONES DEL PRESENTE

O LOS DESAFÍOS DE LA TEXTUALIDAD DIGITAL

La tarea es seguramente urgente hoy, en un tiempo donde las prácticas de lo escrito se hallan profundamente transformadas. Las mutaciones de nuestro presente modifican todo a la vez, los soportes de la escritura, la técnica de su reproducción y diseminación, y las maneras de leer. Tal simultaneidad resulta inédita en la historia de la humanidad. La invención de la imprenta no ha modificado las estructuras fundamentales del libro, compuesto, tanto antes como después de Gutenberg, por pliegos, hojas y páginas reunidos en un mismo objeto. En los primeros siglos de la era cristiana, esta nueva forma del libro, la del códice, se impuso a costa del rollo, pero no estuvo acompañada por una transformación de la técnica de reproducción de los textos, siempre asegurada por la copia manuscrita. Y si bien la lectura ha conocido varias revoluciones, señaladas o discutidas por los historiadores, todas ocurrieron durante la larga duración del códice éstas son las conquistas medievales de la lectura silenciosa y visual, la pasión por leer que embargó el tiempo de las Luces, o incluso, a partir del siglo XIX, la entrada en la lectura de nuevos lectores: los artesanos, los obreros y los campesinos, las mujeres y los niños, tanto dentro como fuera de la escuela.

Al romper el antiguo lazo anudado entre los textos y los objetos, entre los discursos y su materialidad, la revolución digital obliga a una radical revisión de los gestos y las nociones que asociamos con lo escrito. A pesar de la inercia del vocabulario que intenta domesticar la novedad denominándola con palabras familiares, los fragmentos de textos que aparecen en la pantalla no son páginas, sino composiciones singulares y efímeras. Y, contrariamente a sus predecesores, rollos o códices, el libro electrónico no se diferencia de las otras producciones de la escritura por la evidencia de su forma material.

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