Roland Huntford - El último lugar de la Tierra
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- Libro:El último lugar de la Tierra
- Autor:
- Editor:ePubLibre
- Genre:
- Año:1979
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El último lugar de la Tierra: resumen, descripción y anotación
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A principios del siglo XX, el Polo Sur era una de las metas más codiciadas por los exploradores de todo el mundo. En 1911, dos hombres, el británico Robert Scott y el noruego Roald Amundsen, emprendieron una larga carrera hacia la Antártida que resultaría terriblemente trágica para el primero. Su muerte entre los glaciares junto a cuatro de sus compañeros de expedición lo convirtió en una leyenda que ensombreció la victoria final de Amundsen y la relegó injustamente al olvido.
El último lugar de la Tierra relata esta odisea singular y revela los detalles más oscuros de una hazaña que conmocionó al mundo. La rigurosa investigación de Huntford, que saca a la luz, por vez primera, las fuentes originales noruegas, refleja las ambiciones de toda una época y de las personas que, muchas veces de forma errónea, tuvieron que llevarlas a cabo.
Roland Huntford
La carrera de Robert Scott y Roald Amundsen hacia el Polo Sur
ePub r1.0
Titivillus 09.04.16
Título original: Scott and Amundsen’s Race to the South Pole
Roland Huntford, 1979
Traducción: Joan Solé
Retoque de cubierta: Titivillus
Editor digital: Titivillus
ePub base r1.2
por
PAUL THEROUX
Lo que muchos saben de la conquista del Polo Sur es que el capitán Scott lo alcanzó y después murió en el viaje de regreso; que, estando la expedición al Polo retenida en el punto de acampada y en apariencia condenada a una muerte segura, el capitán Oates dijo con abnegación: «Voy a salir y tal vez tarde un rato», y se fue a morir para que sus compañeros vivieran; y que Scott representó el sacrificio, la entereza y el fracaso glorioso, la personificación del ideal británico de la derrota valerosa. La expedición de Scott fue esencialmente científica; la desbarató el clima adverso. Roald Amundsen es algo así como una idea adicional: «Ah sí, de hecho el adusto noruego llegó al Polo y plantó su bandera primero, pero no hay que darle mayor importancia; tuvo mucha suerte y algo de malas artes». Y con esto se deja zanjado el asunto del Polo.
El señor Huntford, para comenzar, demuestra la falsedad de todas estas ideas y de muchas más. De ahí el escándalo.
La fuerza de este libro se puso de manifiesto ya en su primera aparición en Gran Bretaña, cuando causó una protesta airada; y pocos años después, una serie televisiva basada en él suscitó un alud de cartas indignadas en los periódicos e interminables discusiones públicas en que se ponía el libro a la altura del betún y se condenaba al autor, al que en algunos círculos se llegó a vilipendiar por haber insinuado que Fridtjof Nansen mantuvo una relación sexual con Kathleen Scott mientras el esposo de ésta se congelaba en una tienda de campaña. Pero ¿qué había hecho a fin de cuentas el señor Huntford? Había escrito una crónica fascinante de dos expediciones que trataron simultáneamente de llegar al Polo Sur. Su libro está muy documentado, escrito con sobriedad y en ocasiones con ironía, en gran parte es emocionante, en varios pasajes tan intenso como lo pueda ser una exploración, y opino que hay pocas cosas que sean más intensas.
Pero el viaje al Polo no fue sólo una expedición, un viaje de descubrimiento. Fue en realidad (por mucho que Scott tratara de negarlo) una carrera declarada por llegar antes que nadie al Polo Sur. Estaban en juego el honor nacional: noruegos contra británicos; dos filosofías diversas del viaje y el descubrimiento: esquís frente a progresión a pie, perros frente a ponis, ropas de tela provistas de capas de goma frente a anoraks con forro de piel y botas de esquimal; dos culturas: la igualitaria de los noruegos («una pequeña república» de exploradores) frente al rígido sistema de clases británico; y dos tipos de liderazgo o, más exactamente, dos personalidades diferentes y distintas: la de Roald Amundsen frente a la del capitán Scott.
La gran sorpresa que depara este libro es que Amundsen no aparece como un escandinavo malhumorado y huraño sino como un hombre astuto, apasionado, accesible y completamente razonable que tendía a quitar importancia a sus proezas, en tanto que Scott —bien al contrario del estereotipo que circula entre los británicos— era depresivo, impenetrable, distante, autocompasivo y proclive a exagerar sus vicisitudes. Sus personalidades determinaron el cariz de las respectivas expediciones: la de Amundsen fue animosa y solidaria, la de Scott confusa y desmoralizada. Amundsen tenía carisma y estaba concentrado en su objetivo; Scott era inseguro, oscuro, muy nervioso, ajeno al sentido del humor, un enigma para sus hombres y un listillo que lo echaba todo a perder, pero a la manera como lo hace el tipo de listillo megalómano: dramatizando siempre sus actividades.
Los juicios del señor Huntford son implacables: «Scott pronunciaba los sermones. […] Era un héroe adecuado para un país decadente». Amundsen hizo de la conquista del Polo «algo que quedaba a mitad de camino del arte y el deporte. Scott había convertido la exploración del Polo en una cuestión de heroísmo por el heroísmo». La señora Oates, a quien las cartas que le enviaba su hijo proporcionaban noticias de primera mano acerca de la expedición —Oates es un testigo que hay que tener muy en cuenta—, llamó a Scott el «asesino» de su hijo. En cuanto a la opinión del propio Oates: «A mí Scott no me gusta nada», escribió en la Antártida.
Lejos de querer menospreciar a nadie o de atacar a golpes de hacha a los flemáticos ingleses (no en vano ha expresado en otra parte su justificada admiración por Shackleton), el señor Huntford se limita a señalar que los británicos transformaron a Scott en un héroe necesario: no es el carácter británico el blanco de los ataques de este libro. El señor Huntford demuestra que, al fin y al cabo, el problema estribaba en Scott. A pesar de sus escasos conocimientos prácticos de mando (y de que no tenía el carácter adecuado para comandar expediciones), Scott era ambicioso y persiguió la promoción y aun la gloria en la marina británica. Era un intrigante y sabía cómo ganarse protectores como sir Clements Markham, en este relato personaje secundario de proverbial astucia: vengativo, petulante, majestuoso, interesado en Scott principalmente por la extraña afeminación de éste. Tal rasgo afeminado de la personalidad de Scott fue destacado por uno de sus hombres, Apsley Cherry-Garrard —el más joven de la expedición—, en su obra maestra del género expedicionario The worst journey in the world. Cherry-Garrard mencionaba asimismo que tenían a Amundsen por un «tosco navegante noruego» y no por el «explorador de marcada índole intelectual» sagaz y curtido que era en realidad. Además, según Cherry-Garrard, Scott se echaba a llorar con frecuencia.
Siempre se ha considerado que el clima fue el factor determinante en el éxito de Amundsen y el fracaso de Scott. Pero no tuvo efectos favorecedores o perjudiciales: ambas expediciones hallaron condiciones muy similares. La verdad es que Amundsen estaba mucho mejor preparado y Scott calculó de manera imprudente la cantidad necesaria de comida y combustible y los rigores climáticos. Scott no había previsto que en un viaje de cuatro meses pudiera haber cuatro días de mal tiempo. Las entradas paralelas del mismo período en los respectivos diarios reflejan a un Amundsen pletórico y animado esquiando entre la niebla, y justo detrás de él a un Scott fatigado, deprimido y quejoso que avanza a duras penas. El señor Huntford no ve en esta disparidad una diferencia de estilo sino de actitud:
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