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SINOPSIS
El talento más excepcional de la historia del baloncesto fue como un cometa que cruza el cielo a toda velocidad, del que solo atisbamos el rastro de su brillo. La fascinante carrera de Michael Jordan dejó a seguidores, medios, entrenadores, compañeros y al propio Jordan intentando comprender qué es lo que había sucedido, incluso años después de su retirada.
Roland Lazenby dedicó casi treinta años a cubrir la carrera de Michael Jordan, desde la universidad hasta su consolidación como embajador mundial del baloncesto. Sin embargo, también fue testigo de la transformación de Jordan en un competidor insaciable y, a menudo, despiadado, muy lejos del modelo de perfección que se quiso proyectar durante años.
Este libro arroja luz sobre la compleja personalidad que se esconde detrás del mito, gracias a innumerables entrevistas con amigos y familiares, con entrenadores y compañeros, además de con el propio Michael Jordan. El resultado es una biografía monumental que muestra a Jordan desde todas sus facetas: el jugador, el icono y el hombre.
ROLAND LAZENBY
MICHAEL
JORDAN
LA BIOGRAFÍA DEFINITIVA
Dedicado a la memoria de Tony Travis,
Roy Stanley Miller, Lacy Banks, L. J. Beaty
y Ed McPherson, hermanos todos ellos
PRÓLOGO
El defensa abre bien los ojos, y con razón. Está a punto de enfrentarse a la clase de genialidad kinestésica que llevó al ser humano a inventar la cámara lenta, una tecnología que permite revisar con exactitud qué es lo que ocurre cuando el movimiento engaña a nuestra mente.
La escena es dolorosamente familiar. Algo se ha resquebrajado en la estructura ofensiva en el otro extremo de la pista, desatando un contraataque. Toda la defensa retrocede. El defensa ha esprintado para regresar a su campo y, mientras se da la vuelta, divisa el alboroto. La figura oscura vestida de rojo tiene el balón, se abre camino driblando y serpenteando entre el caos a gran velocidad. Se pasa el balón de derecha a izquierda y lo levanta con las dos manos desde la cadera izquierda a mitad de un paso.
Justo entonces saca la lengua. A veces solo se le adivina entre los dientes, pero esta vez la deja caer en una mueca grotesca, como la de un muñeco cómico que se burla del defensa. La expresión tiene algo lascivo, casi obsceno, como si el mate que vendrá a continuación no fuera lo bastante humillante. Durante siglos, los guerreros han usado muecas parecidas para asustar a sus contrincantes. Quizá aquí esté pasando eso, o quizá es lo que él ha dicho que es: un particular gesto de concentración que heredó de su padre.
Sea como fuere, Michael Jordan, de veintidós años, se perfila ahora con total claridad, sacando la lengua al defensa como si fuera el mismísimo Shiva, el antiguo dios de la muerte y la destrucción, directo a canasta. Con la misma rapidez, la lengua desaparece y, sin dejar de avanzar, Jordan levanta el balón hacia su hombro izquierdo y lo va rotando por delante de la cara con las dos manos mientras salta dentro de la línea de tiro libre. La defensa se ha congregado en la zona, pero la figura alargada ya vuela por los aires, flotando entre ellos, pasándose el balón hacia su enorme mano derecha mientras se aproxima a su objetivo. Por un instante tiene el brazo encogido, como una cobra, preparado para asestar el golpe mientras planea hacia el aro en suspensión, como si el tiempo se hubiera parado, calculando con calma el final. Para los espectadores, el sonido particular del mate es muy estimulante. Provoca una respuesta pavloviana, casi carnívora; es como ver a un león devorando un antílope en un documental.
El salto traza una parábola aparentemente perfecta desde el despegue hasta el aterrizaje. Con el tiempo, profesores de física e incluso un coronel de las Fuerzas Aéreas realizarán un profundo estudio sobre este fenómeno, intentando contestar la pregunta que obsesionaba a los espectadores de todo el mundo: ¿vuela Michael Jordan? Medirán su «tiempo en suspensión» y concluirán que su vuelo es una ilusión generada por el impulso de la velocidad del despegue. Cuanto más hablan sobre los extraordinarios músculos y las fibras rápidas de sus muslos y gemelos, de su «centro de equilibrio», más parecen estar dando palos de ciego. Todo el recorrido de Jordan desde la línea de tiro libre hasta el aro dura apenas un segundo.
Sí, Elgin Baylor y Julius Erving también poseían una capacidad de suspensión increíble, pero jugaron antes de que la tecnología de vídeo permitiera al público disfrutar de sus logros. Air Jordan era algo totalmente diferente, un fenómeno de la época, una ruptura con el pasado que sin duda parecía inmune al futuro.
De los millones de personas que habían jugado al baloncesto, él era el único que podía volar.
El propio Jordan se planteó la pregunta en los primeros meses de su carrera como profesional tras verse en una grabación de vídeo: «¿Estaba volando? — preguntó —. Lo parece, al menos por un breve instante».
El talento más excepcional de la historia del baloncesto fue como un cometa cruzando el cielo a toda velocidad, del que solo atisbamos el rastro de su brillo. La fascinante carrera de Michael Jordan dejó a seguidores, medios, entrenadores, compañeros y al propio Jordan intentando comprender qué es lo que había sucedido, incluso años después de su retirada.
«A veces me pregunto cómo será mirar hacia atrás y ver todo esto, incluso si me parecerá real», comentó una vez.
¿Fue real? Llegaría la época, en sus últimos años en activo, cuando un Jordan más rollizo y de aspecto demacrado se convertiría en blanco de mofa y sarcasmo en internet por sus tropiezos como ejecutivo o sus defectos personales, pero ni siquiera todo aquello pudo apagar el brillo que tuvo como jugador, cuando era, simple y llanamente, un ser de otro mundo.