Robert A. Potash - El ejército y la política en la Argentina I
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- Libro:El ejército y la política en la Argentina I
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- Editor:ePubLibre
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- Año:1969
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El ejército y la política en la Argentina I: resumen, descripción y anotación
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LA ORGANIZACIÓN MILITAR
Los acontecimientos del 6 de setiembre de 1930 señalaron el fin de una era de la Argentina moderna. Ese fatídico sábado, el movimiento de un reducido número de fuerzas militares argentinas en las calles de Buenos Aires derribó el segundo gobierno de Hipólito Yrigoyen y puso fin al experimento con un gobierno elegido por el pueblo iniciado catorce años antes con su primer ascenso a la presidencia. Pero en ese día de invierno no sólo concluyó un experimento. Terminó también una sucesión ininterrumpida de presidentes constitucionales que había durado casi setenta años; y se desechó la tradición de abstención militar en el campo político que había durado veinticinco años.
¿Qué tipo de institución era este Ejército que irrumpió en la escena política en 1930, una escena sobre la cual habría de actuar, unas veces francamente y otras entre bambalinas, durante los 40 años siguientes? ¿Qué relación mantenía este Ejército con la sociedad y la vida política argentinas en la década anterior a su decisión de intervenir? La organización militar de la década de 1920 estaba muy alejada del Ejército que había luchado en el último conflicto internacional (1865-70), en las campañas de las décadas siguientes contra los indios, o en las perturbaciones civiles de la década de 1870, de 1880 y en la de 1890. Los oficiales del antiguo ejército eran hombres que aprendían su profesión en el campo mismo, a menudo luchando contra sus compatriotas. Algunos habían iniciado su carrera como oficiales de menor graduación; otros habían ascendido desde la condición de soldado raso. El Colegio Militar fue fundado recién en 1870, con el fin de educar a los jóvenes oficiales. Pero aún entonces no era necesario asistir a sus aulas para obtener un grado. La masa de soldados de este ejército estaba formada por voluntarios enganchados, delincuentes de menor cuantía y reclutas involuntarios (contingentes). Presuntamente se elegían los contingentes a la suerte, en el nivel local, entre todos los solteros aptos; pero en realidad estos reclutas provenían de las filas de los pobres o los desocupados. La ley permitía que los acomodados evitasen el servicio contratando sustitutos, práctica que determinó que la condición de alistado fuese sinónima de la clase inferior de la sociedad argentina.
Pero alrededor de principios de siglo hubo una serie de reformas que modificaron profundamente el carácter de la organización militar. La mayoría de estas innovaciones ocurrió durante el segundo gobierno del general Julio A. Roca (1898-1904), oficial de larga y distinguida foja de servicios, cuyas hazañas militares habían atraído la atención de influyentes dirigentes civiles, y que le merecieron, a la edad de 37 años, su primer período como Presidente de la República (1880-86). La adopción de las reformas militares fue parte de una serie de medidas enderezadas a mejorar las defensas de Argentina frente a sus vecinos, y especialmente Chile. A fines de la década de 1890, la posibilidad de una guerra originada en una disputa fronteriza con Chile, que ya había procedido a modernizar sus fuerzas armadas, creó una atmósfera propicia para las reformas militares.
Un cambio fundamental fue la introducción del servicio militar universal con arreglo al reglamento orgánico militar de 1901, denominado generalmente Ley Ricchieri (por Pablo Ricchieri, que era ministro de Guerra). De acuerdo con este nuevo sistema de reclutamiento, todos los jóvenes de veinte años estaban obligados a prestar servicio. La ley reformada de 1905 establecía un año de servicio en el Ejército o dos en la Marina, realizándose la selección mediante un sorteo. En adelante, las filas del Ejército argentino estuvieron formadas por un cuadro permanente engrosado por contingentes anuales de soldados-ciudadanos.
Las reformas encaminadas a profesionalizar el cuerpo de oficiales complementaron los nuevos esquemas de reclutamiento de los alistados. Una vez que entraron en vigor las reformas de 1905 al reglamento, solamente los graduados del Colegio Militar podían merecer grados regulares, limitación que garantizó la homogeneidad de los antecedentes educacionales de los miembros del futuro cuerpo de oficiales. Otra innovación fue la insistencia en que los oficiales asistiesen a escuelas de perfeccionamiento en el servicio, con el fin de optar a los ascensos. La creación de la Escuela Superior de Guerra en 1900 fue un paso fundamental en la elevación del nivel profesional. Hasta 1905 el ascenso al grado de mayor exigía que el candidato aprobase un examen especial rendido en esta escuela; una década después los oficiales debían seguir un curso de un año para aspirar al grado de capitán. Entretanto, la reducción de la edad de retiro obligatorio en cada grado, sancionada en 1905, y la obligación, incorporada en 1915, de que los oficiales que quedaban atrás en la lista de ascensos, superados por hombres más modernos, pasaran a retiro, eliminó de las filas del ejército activo a muchos oficiales veteranos. El Ejército de la década de 1920 todavía contaba con oficiales veteranos que habían conquistado grados y ascensos a causa de sus años de servicio, pero era evidente que ahora el futuro pertenecía a los graduados de las escuelas profesionales.
Un aspecto significativo de la importancia que se atribuyó después de 1900 al profesionalismo fue la difusión de la influencia militar alemana en la forma de asesores, períodos de entrenamiento en ultramar y armamentos. Una serie de contratos firmados con las fábricas alemanas de municiones, a partir de la década de 1890, determinó que el Ejército argentino se abasteciese casi totalmente con armas y equipos fabricados en Alemania. Pero aún más importante por su influencia sobre el cuerpo de oficiales fue la decisión adoptada en 1899, de acuerdo con la cual se invitaba a oficiales alemanes a organizar la Academia de Guerra. Cuando esa institución abrió sus puertas en abril de 1900, el director y cuatro de sus diez profesores eran oficiales alemanes. Y durante los catorce años siguientes varios mayores y capitanes alemanes, que vestían uniformes argentinos y ostentaban grados argentinos honorarios de teniente coronel y mayor respectivamente, se turnaron en el cuerpo de instructores, dictando los cursos principales a centenares de oficiales argentinos de todas las graduaciones. Puede agregarse que varios oficiales alemanes también enseñaron en la Escuela de Tiro y sirvieron en el Instituto Geográfico Militar, ambos organizados de acuerdo con los modelos prusianos.
La influencia de los conceptos militares alemanes en el cuerpo argentino de oficiales se acentuó aún más a causa de la práctica consistente en enviar oficiales seleccionados para seguir cursos suplementarios de entrenamiento en Alemania. Algunos pasaban un año en regimientos alemanes; otros asistían a escuelas militares avanzadas; y otros aún concurrían a observar las maniobras anuales. Desde 1905, año en que se inició dicha práctica, hasta 1914, en que fue suspendida a causa de la iniciación de la Primera Guerra Mundial, veintenas de oficiales argentinos pudieron observar de cerca el funcionamiento del sistema militar alemán. Lo que pudieron aprender se vio limitado en algunos casos por las dificultades idiomáticas y en otros por la suspicacia con que a menudo eran mirados por los regimientos alemanes. De todos modos, la experiencia fortaleció el sentido de profesionalismo en el Ejército argentino en general. Precisamente estos oficiales fueron designados más tarde como instructores de las escuelas militares argentinas y alcanzaron elevados cargos administrativos e importantes mandos de tropa en el Ejército argentino de la década de 1920.
El más prestigioso de los oficiales entrenados en Alemania durante esa década fue el general de división José F. Uriburu. Muy admirado en la colonia alemana de Argentina por su defensa de la neutralidad en la Primera Guerra Mundial, fue considerado como candidato para el Ministerio de Guerra por el presidente electo Marcelo T. de Alvear en 1922, pero luego se lo desechó a causa de las posibles repercusiones en los países aliados. Sin embargo, a principios de 1923 se le asignó el cargo recientemente creado de inspector general, la más alta jerarquía militar. En su carácter de oficial de mayor jerarquía en servicio activo, fue el principal responsable del rechazo de los esfuerzos franceses para crear estrechos vínculos militares en la década de la posguerra, y de la utilización de varios oficiales alemanes expatriados, encabezados por el general Wilhelm Faupel, que fue su asesor personal de 1921 a 1926.
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