José Guillén - Religión y ejército
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- Libro:Religión y ejército
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- Año:1985
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Religión y ejército: resumen, descripción y anotación
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José Guillen Cabañero, Nacido en Montalbán (Teruel, España, 1913). Cursó los estudios de la carrera eclesiástica en los Seminarios Conciliares de Zaragoza (1926-1930), Tortosa (1930-1936), Burgos (1936-1938). Es sacerdote de la diócesis de Zaragoza, perteneciente a La Hermandad de Sacerdotes Operarios Diocesanos. Cursó los estudios de Filosofía y Letras en Zaragoza: cursos comunes (1952-1953) y especialidad de Filosofía y Letras, sección de Clásicas, en Salamanca (1953-1956). En la Universidad salmantina se doctoró, el año 1959, con una tesis sobre «El latín de las XII Tablas».
Religión romana
Para el estudio de la religión romana tenemos que distinguir cuatro períodos: 1) el de los dii indigetes; 2) el de los dii nouensides de origen itálico; 3) el de los dii nouensides de origen griego, cuyos atributos y cualidades se identifican con las divinidades indígenas; y 4) el del sincretismo con los dioses orientales, hasta que el cristianismo victorioso sustituye a todos los cultos paganos.
1. El primer período va desde la época de los reyes hasta sus contactos con los pueblos itálicos, que al ser muy temprano, hace un poco difícil de separar este período y el segundo, por cuanto vamos a extender los dos hasta la segunda guerra Púnica. Los dioses especialmente venerados son: Iuppiter, Mauors, Quirinus, Iuno, Vesta, Ianus, Consus, Ops, Vertumnus y Pomona, Faunus y Fauna, Siluanus, Terminus, Flora, los Penates, los Lares, etc.
2. Como de origen itálico entran Diana, Minerua, Venus, etc.
3. El siguiente período abarca desde la segunda guerra Púnica hasta el final de la República, y el contacto con los griegos y el oriente. Durante él se reciben en el retablo latino los dioses del Olimpo griego, identificándose en cuanto es posible con los latinos: Júpiter acoge a Zeus, Juno a Hera, Minerva a Atenea, Diana a Artemis, Mercurio a Hermes, Vulcano a Hefraistos, Vesta a Hestia, Mavors o Marte a Ares, Venus a Afrodita, Neptuno a Poseidon, Ceres a Deméter, Proserpina a Perséfone, Plutón a Ades, Liber a Dionysos, Saturno a Kronos, Sol a Helio, Luna a Selene, Tellus a Gea, etc. Otras divinidades griegas que no tienen correspondencia con las latinas, conservan en el santuario romano sus cualidades y atributos griegos, entrando poco a poco en la mentalidad de los itálicos y en la de los romanos. Tal como Apolo, las Gracias, las Musas (identificadas más tarde con las Camenas latinas); Nike (luego la Victoria de las conquistas romanas); Iris, Hebe (luego Iuuentus); Ganimedes, Ilithya (luego Juno Lucina); Nemesis, las Nereidas, Ninfas, Demonios (genios romanos), etc.
En esta época en que todo el espíritu ancestral romano padece una gran crisis ante el influjo de la cultura helénica, sufre también la sinceridad y el espíritu religioso un gran choque, para convertirse de un sentimiento ingenuo y piadoso en algo literario y de puro formalismo. La filosofía trastornó la religión patria.
4. La evolución religiosa no se detuvo al final de la República y primeros tiempos del Imperio. No satisfechos los espíritus con la antigua religión de la veneración y del temor, ni hallando nada positivo para calmar las ansias de los espíritus en la acomodación de la mitología griega, que trataba de infiltrarse en las almas por las representaciones del arte, y por las exposiciones de los poetas, los fieles buscaban algo mejor, unas creencias que aseguraran la paz de su espíritu y saciaran sus ansias de felicidad infinita.
Viajeros romanos hacia el oriente, y orientales llegados a Roma, traen a la ciudad religiones de altísimas promesas, que aseguraban a sus iniciados la felicidad completa y una vida eterna segura. Tales fueron los cultos misteriosos de Dionisio Zagreo, de Demetra Eleusina, de Rea Cibeles, y más tarde Isis, Osiris y Mitra. Llega con todo ello la época de un sincretismo religioso en que subsisten en la misma ciudad los cultos más variados y en ocasiones opuestos entre sí. Con lo cual el panteón romano viene a ser un inmenso museo donde se han recogido todas las piezas conocidas en todos los pueblos dominados. El genio práctico de los romanos ha querido jerarquizarlo todo, relacionar y unificar todo lo semejante. Ha encontrado muchas piezas que puede identificar de la religión romana, itálica, griega y oriental; escapando algunas difíciles de clasificar, y aun de aquéllas, que han asimilado, hay tantos aditamentos, que resulta difícil reducir a una unidad, como le sucede a Cicerón, cuando analiza el carácter de cada dios.
Carácter de la religión romana
Es un dato muy significativo que el término religio, que ha pasado a casi todos los idiomas modernos occidentales, es de origen latino y sin equivalente posible en griego. Se intenta traducir con varias palabras τὸ σέβας (respeto a los dioses), ή εύλάβεια (temor racional), ή θρησκεία (culto), pero la palabra religio es intraducibie al griego. Y a ello hay que añadir que los romanos se gloriaban de ser el pueblo más religioso del mundo:
Si nos comparamos con los demás pueblos, dice Cicerón, resultamos iguales o inferiores en diversos terrenos, excepto en el de la religión, que significa el culto de los dioses, en que les somos superiores y en mucho.
Incluso la atribución de «religiosa» a una persona era un concepto con que se le alababa, así por ejemplo el autor de la Laudatio Turiae, elogio de una difunta de finales del siglo I a. C., entre las buenas cualidades de esta señora menciona «su carácter religioso libre de toda superstición». La religión romana no ha sido proclamada por la revelación de una voluntad superior, ni por la enseñanza de ningún profeta o mensajero divino. No contiene ningún principio revelado, ni dogma alguna impuesto a la inteligencia.
De ordinario se entiende por religión la relación del hombre con la divinidad, exigida por una serie de vínculos que motivan su dependencia de Dios y su fe y su confianza en él. La religión romana en sus principios carece de doctrina dogmática. Consiste en unas pequeñas creencias sin explicación alguna, fundadas en la transmisión de los mayores, y la estrecha observancia de ritos, ceremonias, fórmulas, actos de culto puramente exteriores. Estas fórmulas cultuales se transmitían y se incrementaban de generación en generación sin necesidad de entender su significado, si es que tenían alguno, y, con todo, hacían vivir a los romanos en un espíritu de profundo sentido religioso. Todas sus acciones las realizaban bajo la intervención de la divinidad, y nada emprendían sin consultar la voluntad de los dioses. Esta religiosidad romana la expresa magníficamente Cicerón:
Aunque nos amemos cuanto queramos, senadores, no podemos igualar a los españoles en número, a los galos en fortaleza, a los púnicos en astucia, a los griegos en las artes, ni en este sentimiento nativo y propio de los italianos y de los latinos; pero en la piedad, en la religión y en esta sabiduría especial por la que aprendimos que todo el mundo y cuanto en él se contiene se gobierna y administra por la voluntad de los dioses, superamos y con mucho a todas las gentes y naciones.
En cuanto al origen de la palabra religio no hay conformidad entre los filólogos antiguos ni entre los modernos. Según indica Gelio, Nidigio Fígulo la hacía derivar de relegere: religentem esse oportet, religiosus ne fuas, etimología defendida también por Cicerón:
A los que trataban con diligencia todo lo que pertenece al culto de los dioses, y por decirlo así, lo reiteraban, se los llamó religiosos de relegendo, como elegantes de eligendo… En todas estas palabras va envuelta la fuerza del verbo legere, lo mismo que en
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